Nostalgia del llano. |
José Luís Martínez es
el autor de la columna El Santo Oficio, que firma como El Cartujo. En la presente entrega se refiere a
su nostalgia del llano lo que resulta pertinente en estos días en que la Selección
Mexicana se juega su participación en el
campeonato mundial de futbol, a celebrarse el año próximo en Brasil. El Santo Oficio se publica en Milenio Diario.
¡Insensato!
El grito resuena por todo el monasterio, aunque solo lo escucha el cartujo. Con
tantas cosas graves en la nación, con el gobierno federal como vendaval sin
rumbo, con la Secretaría de Cultura del DF a la deriva (la incompetencia de
Lucía García Noriega es impresionante), con problemas por todas partes, a él le
da por la nostalgia.
No
piensa en el llamado —por los propios participantes— narcopremio de poesía,
ejemplo de cómo derrochar el dinero en fuegos fatuos cuando, en estados como
Coahuila, lo importante sería el trabajo cultural comunitario, a ras de piso, y
no los galardones con bolsas millonarias. Tampoco en la escandalosa manera como
se ha difuminado la información sobre la violencia en el país, como si por arte
de magia hubieran desaparecido la inseguridad, el miedo, los crímenes de
cárteles sanguinarios, en ocasiones con la complicidad de autoridades medrosas
y corruptas.
Nada
de esto pasa por la mente del fraile, tendido bocarriba en su destartalado
catre, con la mirada fija en una diligente araña. Impulsado por el nuevo
fracaso de la selección mexicana de futbol, el repechaje lo es, piensa en otra
cosa: en los días de combate en los llanos de la periferia de la Ciudad de
México, en certámenes como el inolvidable Torneo de los Barrios, patrocinado
por El Heraldo de México, paradigma de servilismo al gobierno (“Señor
Presidente nos sentimos en un cuarto oscuro y solamente usted nos puede dar la
luz que necesitamos y señalarnos el camino a seguir”, le escribió Gabriel
Alarcón, dueño y director del periódico, a Gustavo Díaz Ordaz el 24 de
septiembre de 1968, en pleno movimiento estudiantil), pero también morada de un
excelente suplemento cultural dirigido por Luis Spota y de muy buenas secciones
de espectáculos y deportes.
En
las canchitas de esos llanos, polvosas, pedregosas, infames, se templaba el
carácter. Los balones eran de cuero, duros como rocas, y los zapatos parecían
diseñados por el Carnicero de Lyon; se podía jugar sin técnica pero nunca sin coraje.
De vez en cuando, entre alguno de esos miles de jugadores anónimos surgía un crack
para el futbol profesional.
En
esas canchas y en las cáscaras callejeras —en las “coladeritas”, sobre todo—,
el fraile, ducho en autogoles, conoció las severas lecciones del fracaso, pero
también el fuego del espíritu. En su perenne calidad de banquero, admiraba la
entrega sin cortapisas de sus amigos, su rechazo a la modorra y no se diga a la
resignación.
Muchos
años después comprendió su actitud al leer un texto en el cual su admirado
Albert Camus, de quien este año celebramos el centenario de su nacimiento,
reconoce: “Todo cuando sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones
de los hombres, se lo debo al futbol”.
No
estaría mal un tour de los seleccionados nacionales por las pocas canchas
llaneras aún existentes y la lectura del maravilloso texto del filósofo francés,
a ver si aprenden algo.
Queridos
cinco lectores, con un abrazo a Ciro Gómez Leyva, El Santo Oficio los colma de
bendiciones.
El
Señor esté con ustedes. Amén.
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