Aunque
Enrique
Martínez y Morales no
lo expresa en su artículo en Milenio Diario Laguna y en Zócalo de Saltillo yo
entiendo que mientras voces de rebeldía se sigan levantando en contra de la
injusticia nuestro planeta tiene esperanza. Es la historia de Malala
Yousafzai quien a sus escasos 17 años se hizo
acreedora al Premio Nobel de la Paz por su lucha a favor de los derechos de las
mujeres, pero en especial de las menores de edad, a las que por su condición de
sexo se les restringe el derecho a la educación, la causa de Malala es una que apoyamos y aplaudimos desde
nuestra modesta tribuna.
Cuando
llegó a este mundo, no hubo celebraciones comunitarias ni felicitaciones. Su
familia la recibió taciturna, envuelta en un silencio compasivo, lastimoso,
resignado. No había motivo de alegría. Su gran pecado: nacer niña en un país
con un alto grado de misoginia en el que la mujer debe permanecer su vida enclaustrada.
Su futuro está sellado. Servirá sólo para preparar comida y procrear. ¡Nada más!
Pakistán surge de manera abrupta como la primera nación musulmana en 1947. Con
el propósito de solucionar las ancestrales disputas religiosas con el
hinduismo, la región musulmana de India se escindió para formar el nuevo país.
Durante la transición murieron casi dos millones de personas. Con el nombre a
cuestas de la célebre heroína afgana, cuya intervención dio el triunfo
definitivo a su ejército sobre las tropas británicas en 1880, Malala Yousafzai
se abocó a luchar, desde los 13 años, por defender su derecho a la educación,
coartado por los talibanes. Éstos recrudecieron su política de “cero
tolerancia” a lo que consideran desviaciones a su peculiar forma de interpretar
el Corán. Prohibido cultivarse. Prohibido bailar. Prohibido escuchar música.
Prohibido ver películas… Por ello ha sido una constante la destrucción masiva
de reproductores y televisores despojados de las familias. Con la misma suerte
han corrido museos y sitios históricos milenarios. A las mujeres les está
impedido estudiar. Cientos de escuelas fueron reducidas a escombros por esta
creencia. Recientemente, un terrorista suicida mató a 14 niñas en un camión
escolar, seguido de un atentando contra el hospital al que llevaron a las sobrevivientes.
Consciente de los riesgos y con el apoyo incondicional de su padre, propietario
y maestro de una escuela mixta en Pakistán, Malala comenzó a levantar la voz.
Pronto sus palabras y su pluma se convertirían, gracias al efecto multiplicador
de las redes sociales, en su arma más efectiva. Las balas del odio y la
intolerancia, disparadas en un país donde el estado de derecho es inexistente,
la lesionaron de gravedad. Su enorme fuerza de voluntad y un milagro la
regresaron a la vida. Quizá su sonrisa no vuelva a ser la misma por las heridas
del atentado. Pero la fortaleza, la valentía y la esperanza contenidas en su
mirada seguirán cautivando corazones. Desde la aparente seguridad de las
tierras inglesas nos compartió su vida en el texto titulado “Yo soy Malala”,
lema anteriormente utilizado por Gordon Brown, enviado especial de la ONU, para
exigir que no quede ningún niño sin escolarizar. Ardua ha sido la lucha de esta
jovencita pakistaní por los derechos civiles de las mujeres. El merecidísimo
reconocimiento al hacerse acreedora a sus 17 años al Nobel de la Paz 2014 nos
demuestra que no peroró en el desierto. Ojalá la voz de Malala siga
escuchándose, pues aún quedan 32 millones de niñas sin educación en el mundo…
emym@enriquemartinez.org.mx
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