Adela Celorio |
Puritanos, fundamentalistas y
mojigatos han tratado de impedir el uso de determinadas palabras en todas las
épocas y todos los países, lo que resulta particularmente difícil en países
como México
donde hay un machismo exacerbado y somos tropicales y prejuiciosos según nos
dice Adela Celorio,
en su entrega de hoy para los editoriales de El Siglo de Torreón.
Entonces
Dios dijo: "Hágase la luz y separó la luz de las tinieblas; y llamó día a
la luz, y noche a las tinieblas", (Génesis). Primero fue el verbo y desde
entonces, sólo aquello que podemos nombrar existe. La única forma que tenemos
para entendernos y malentendernos, es con palabras fecundas como semilla, o
palabras hirientes, como traición. Con palabras musicales como amor, o palabras
que siembran desolación y muerte como por ejemplo guerra. Y todas ellas tienen
su función. Todas son necesarias porque la voz humana es el soplo divino que
nos distingue de los otros animales; y nadie puede abrogarse el derecho de
prohibirnos usarla. Hace algunos años me contaba Corín Tellado -quien por
entonces ya venía de regreso de la vida- que la férrea censura que existía en
la España Franquista le impedía usar en sus novelas palabras como sexo, cama,
desnudo o genitales ¡Ave María purísima!.
"Pronto
aprendí a burlar la censura diciendo lo mismo, pero de otra manera",
contaba socarrona Corín. Alguna vez escuché que una niña peleando, le gritó a
su compañerita de juegos ¡Zabludowsky! La compañerita lloró desconsolada por el
insulto porque no es la palabra la que hiere sino la intención con que se dice.
Pero
estando en temporada de prohibiciones (no fumar, no comer chatarra y tantas
otras) ¿por qué no prohibir también palabras como "maricón" y
"puñal". "El hecho de que los ministros hayan considerado dichas
expresiones como impertinentes, es un avance. Pero lo realmente novedoso es que
determinan que la Constitución no protege la libertad de hacer uso de un
lenguaje discriminatorio. Sus fundamentos recaen en que estas expresiones
violan los derechos fundamentales debido a que el lenguaje influye en la
percepción que las personas tienen de la realidad". (El Universal
9/20/13/).
Llama
la atención que a los señores ministros nunca les haya preocupado el lenguaje
machista y eminentemente discriminatorio con que se atropella a las mujeres
todos los días. Puta, zorra o menopáusica; forman parte del lenguaje
discriminatorio, pero cotidiano entre los machines. Y cómo olvidar "el
viejerío" del supermacho Fernández de Ceballos, y las "lavadoras de
dos patas" de Vicente Fox. Adjetivos como naco, indio, o aquel
"proles" que twiteó alguna vez una hija de Peña Nieto; son pobres
conceptos que reflejan muy bien las limitaciones de nuestra identidad cultural.
Nuestra
lengua es sexista y discriminatoria, por lo que de nada sirve suprimir los
términos racistas o discriminatorios si no cambiamos la mentalidad. Está claro
que todo prejuicio tiene su arraigo en la ignorancia, y hoy por hoy, salvo una
pequeñísima élite, somos un pueblo que en promedio lee medio libro al año.
Hemos hecho un país de Leyes e Instituciones que nadie respeta porque no basta
con que existan para que las cosas cambien. Se trata de educación y cultura.
Prohibir
la palabra (característica fundamental de los regímenes totalitarios y de los
fundamentalismos religiosos) es prohibir la libre expresión de nuestro
pensamiento. Basta recordar el oscurantismo de la Santa Inquisición. "O piensas
como yo, o cuello". La abolición de la homofobia verbal se dará a la luz
del conocimiento o no se dará. Mientras tanto, que nadie nos quite el derecho
al insulto. No somos flemáticos como los ingleses. Somos tropicales y
prejuiciosos; y las prohibiciones fortalecen los prejuicios. Tendrán que pasar
todavía muchas generaciones por la universidad. Tendrán que familiarizarse con
los libros antes de que podamos desarraigar de nuestro vocabulario la
homofobia. Además de la ignorancia endémica respaldada firmemente por la
televisión; habría que considerar también que la aceptación de la diversidad
sexual, es algo muy reciente en nuestra cultura.
Nuestros
hombres, tan machos ellos, se sienten terriblemente amenazados porque temen que
quizá después de la aceptación y la legalización de la homosexualidad, pudieran
también hacerlo obligatorio; y antes de que eso suceda marcan su territorio y
sus preferencias sexuales apedreando a los que "no son como uno" con
adjetivos peyorativos que; mala noticia: acaban de ser prohibidos. Mala, muy
mala noticia que nos prohíban el uso de palabrotas. Que nos quiten el derecho
al insulto que tanto ayuda a desemponzoñar el alma. Mala, muy mala noticia que
me quiten el derecho a responder con una reconfortante "mentada de padre"
a cualquier majadero que me grite "pinche vieja" desde su volante.
Malo muy malo que atenten contra la libertad de palabra. Y como dice Paquita la
del Barrio: ¿me están oyendo inútiles? Y ahora vámonos de vacaciones que ya
comenzó la primavera.
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