Adela Celorio |
Jubiloso
reencuentro con la dulce Mo que me dio cobijo en su casa. Con el poderoso
Ferrari modelo Yeye que me mantuvo en movimiento perpetuo. Con mis Mayelas que
refrendaron su amistad con una cena a cielo abierto y con la música que me
obsequió Benjamín el memorioso.
Nuevas amistades y entusiasmos compartidos que me recargan de energía y renuevan mi curiosidad. La frescura de tantos textos que tomados por sorpresa muestran el fondo del alma de sus autores. Días de letras y libros subsidiados por El Siglo de Torreón en su empeño por difundir la cultura literaria. Días de flores y magníficos dulces artesanos.
Imposible
imaginar mejor atmósfera para contagiar mi entusiasmo por las letras a
cualquiera que me quede cerca. Y todavía faltaba Durango. Llegué por la tarde y
apenas una lavadita de cara antes de apersonarme en la Plaza de Armas donde en
el marco de los cuatrocientos cincuenta años de la fundación de esa ciudad,
cuarenta y cinco elementos de la Orquesta Sinfónica de La Sedena cambiaron las
armas por instrumentos musicales para ofrecer un magno concierto ante el
público receptivo y populoso.
Yo que siempre había pensado que los militares sólo saben militar, quise constatar sus destrezas musicales y me presenté con toda puntualidad en el sitio donde junto con algunos cientos de personas más, compartí la suerte de que el Señor Gobernador apareciera con sólo una hora de retraso para que finalmente, en franca competencia con el llamado de las aves al recogimiento, la orquesta se dispusiera a musicalizar la noche y yo quedara gratamente sorprendida con los músicos militares.
Imposible esperar mejor recibimiento y augurio para comenzar mi trabajo al día siguiente. Amable sorpresa fue la presencia en el taller, de sensibles poetas y escritores que asistieron para compartir su experiencia con principiantes interesados en jugar vencidas con la pluma, sólo para ver si le pueden.
Sorpresa mayúscula fue conocer a Salma, una escritora publicada en México y en USA. -Pero si eres aún muy pequeña, le dije. -Ya no, acabo de cumplir ocho años, me respondió. (La entrevista con la pequeña Salma la reservo para otra ocasión). Y como siempre sucede, cuanto asoma el nosotros asoma la delicia de lo humano, y en ese territorio nos instalamos.
Muy buena vibra con final feliz. Abrazos y besos que compensan ampliamente mi déficit amoroso. Una Navidad para mi corazón. Aterricé en la Capital con el ego totalmente argentino. Mis pilas cargadas al cien duran sin embargo bien poco ante la hostilidad de la lluvia, los olores a humanidad y a gasolina quemada con que me recibe esta ciudad.
De camino a casa un volantazo en falso de mi Querubín y de inmediato un automovilista nos rebasa, se nos cierra y quedamos a su merced. Yo, como toda esposa comprensiva regaño a mi marido por el volantazo.
En pleno viaducto y sin que lo amedrentara la lluvia, en perfecto cabroñol el loco insultó y manoteó ante la ventanilla cerrada del Querubín. A mí no me gusta molestar a La Guadalupana pero esa noche paralizados de miedo, los dos nos cobijamos bajo su manto. El claxon de los autos varados atrás de nosotros no se hizo esperar. Gritos, insultos y el caos inmediato.
Ante la presión de los automovilistas y sólo después de patearle los cojones a
nuestro vehículo, el loco pasó a retirarse. ¡Dios que susto! Tantos años de
vivir en esta capital y no consigo acostumbrarme a sus usos y costumbres.
Finalmente llegamos a casa donde toda fiestas y carantoñas me recibió la Chona.
Nos lengüeteamos mutuamente hasta que descubrí que una vez más me aplicó la venganza que reserva para cuando me ausento. La muy perrona orinó en mi almohada y se fumó mis Camel. Y pensar que hay quien afirma que el perro es el mejor amigo del hombre...
Con las emociones laguneras todavía alborotadas, desempaco los libros que me obsequiaron y disfruto a lo grande las dedicatorias. Las flores hacen presente a quien las obsequió y los recuerdos me ponen pachoncita.
Después de días tan intensos el regreso resulta un poco insípido. Es curioso, soy del estado de Veracruz y lo mío es el mar, el horizonte verde, los árboles de mango y la caña de azúcar. Los cafetales y el aroma de jazmín que se adueña de la noche cordobesa. La marimba y el zapateado.
Desgraciadamente los vínculos con mi tierra van desdibujándose por la ausencia de mis abuelos, de mis tíos, de los primos que han muerto o emigrado. Ahora, por los amigos y la calidez con que me reciben por allá, mi corazón comienza a vincularse con el paisaje casi desértico de La Laguna.
Si usted ha tenido la paciencia de leer hasta aquí, se habrá dado cuenta de que me encuentro todavía ganada por la emoción. Perdón pero en estas condiciones yo no puedo escribir ni una palabra.
Nuevas amistades y entusiasmos compartidos que me recargan de energía y renuevan mi curiosidad. La frescura de tantos textos que tomados por sorpresa muestran el fondo del alma de sus autores. Días de letras y libros subsidiados por El Siglo de Torreón en su empeño por difundir la cultura literaria. Días de flores y magníficos dulces artesanos.
Originaria de Veracruz, le ocurrió lo que a muchos, acabó enamorándose de nuestro clima... del desierto. |
Yo que siempre había pensado que los militares sólo saben militar, quise constatar sus destrezas musicales y me presenté con toda puntualidad en el sitio donde junto con algunos cientos de personas más, compartí la suerte de que el Señor Gobernador apareciera con sólo una hora de retraso para que finalmente, en franca competencia con el llamado de las aves al recogimiento, la orquesta se dispusiera a musicalizar la noche y yo quedara gratamente sorprendida con los músicos militares.
Imposible esperar mejor recibimiento y augurio para comenzar mi trabajo al día siguiente. Amable sorpresa fue la presencia en el taller, de sensibles poetas y escritores que asistieron para compartir su experiencia con principiantes interesados en jugar vencidas con la pluma, sólo para ver si le pueden.
Sorpresa mayúscula fue conocer a Salma, una escritora publicada en México y en USA. -Pero si eres aún muy pequeña, le dije. -Ya no, acabo de cumplir ocho años, me respondió. (La entrevista con la pequeña Salma la reservo para otra ocasión). Y como siempre sucede, cuanto asoma el nosotros asoma la delicia de lo humano, y en ese territorio nos instalamos.
Muy buena vibra con final feliz. Abrazos y besos que compensan ampliamente mi déficit amoroso. Una Navidad para mi corazón. Aterricé en la Capital con el ego totalmente argentino. Mis pilas cargadas al cien duran sin embargo bien poco ante la hostilidad de la lluvia, los olores a humanidad y a gasolina quemada con que me recibe esta ciudad.
De camino a casa un volantazo en falso de mi Querubín y de inmediato un automovilista nos rebasa, se nos cierra y quedamos a su merced. Yo, como toda esposa comprensiva regaño a mi marido por el volantazo.
En pleno viaducto y sin que lo amedrentara la lluvia, en perfecto cabroñol el loco insultó y manoteó ante la ventanilla cerrada del Querubín. A mí no me gusta molestar a La Guadalupana pero esa noche paralizados de miedo, los dos nos cobijamos bajo su manto. El claxon de los autos varados atrás de nosotros no se hizo esperar. Gritos, insultos y el caos inmediato.
Adela, una escritora de muchos matices. |
Nos lengüeteamos mutuamente hasta que descubrí que una vez más me aplicó la venganza que reserva para cuando me ausento. La muy perrona orinó en mi almohada y se fumó mis Camel. Y pensar que hay quien afirma que el perro es el mejor amigo del hombre...
Con las emociones laguneras todavía alborotadas, desempaco los libros que me obsequiaron y disfruto a lo grande las dedicatorias. Las flores hacen presente a quien las obsequió y los recuerdos me ponen pachoncita.
Después de días tan intensos el regreso resulta un poco insípido. Es curioso, soy del estado de Veracruz y lo mío es el mar, el horizonte verde, los árboles de mango y la caña de azúcar. Los cafetales y el aroma de jazmín que se adueña de la noche cordobesa. La marimba y el zapateado.
Desgraciadamente los vínculos con mi tierra van desdibujándose por la ausencia de mis abuelos, de mis tíos, de los primos que han muerto o emigrado. Ahora, por los amigos y la calidez con que me reciben por allá, mi corazón comienza a vincularse con el paisaje casi desértico de La Laguna.
Si usted ha tenido la paciencia de leer hasta aquí, se habrá dado cuenta de que me encuentro todavía ganada por la emoción. Perdón pero en estas condiciones yo no puedo escribir ni una palabra.
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