René Delgado Ballesteros |
En la entrega de su columna Sobreaviso correspondiente al pasado
6 de julio, René Delgado Ballesteros se ocupó del tema del
reciente proceso electoral y a lo que ocurriría un día después, el 8 de julio,
señala el colaborador de El Universal “El concurso electoral
desarrollado en 14 entidades de la República deja por evidencia que el régimen
presidencialista no da para más. El retorno del PRI a Los Pinos no supone la restauración del viejo régimen, donde a la voz del
presidente de la República se alineaban los actores políticos. No, no se va a
la restauración del viejo régimen, sino al establecimiento de uno peor: aquel
donde los actores -en este caso, significado por los gobernadores- advierten en
la fractura del poder y su pulverización la oportunidad de asegurar su feudo y
adquirir peso en la escena.” Delgado Ballesteros es también colaborador de El
Siglo de Torreón y de los periódicos pertenecientes a Grupo
Reforma.
Los partidos podrán vanagloriarse o
quejarse por el resultado electoral obtenido pero, al amanecer del lunes,
tendrán que reconocer el paisaje político después de la batalla.
Quizá, porque hoy cumple su vigésimo
quinto aniversario el fraude electoral de 1988, durante la campaña electoral
desplegada, candidatos y partidos rindieron sentido homenaje a la efeméride. Al
efecto, tres postulados enarbolaron: mostrar la versión posmoderna de las
triquiñuelas y las trampas electorales; acreditar la participación del crimen
en los comicios; y establecer con orgullo que el interés superior de los
partidos es el interés inferior: qué rayos importa la República si se puede
tener un municipio o distrito.
En un absurdo contrasentido, la certeza
política no sigue a la incertidumbre electoral. No, lo que sigue es el ajuste
de cuentas dentro de los partidos según el resultado obtenido y calibrar si hay
condiciones o no para sostener el Pacto por México y, por consecuencia, si las
reformas estructurales tienen perspectiva.
***
El tono y el carácter de la campaña
electoral dejan al desnudo una realidad que se puede seguir eludiendo pero que,
a la postre, dificultará cada vez más la posibilidad de hacer política, de
gobernar y de emprender proyectos.
El concurso electoral desarrollado en 14
entidades de la República deja por evidencia que el régimen presidencialista no
da para más. El retorno del PRI a Los Pinos no supone la restauración del viejo
régimen, donde a la voz del presidente de la República se alineaban los actores
políticos. No, no se va a la restauración del viejo régimen, sino al
establecimiento de uno peor: aquel donde los actores -en este caso, significado
por los gobernadores- advierten en la fractura del poder y su pulverización la
oportunidad de asegurar su feudo y adquirir peso en la escena.
Pensando de buena fe, resultó evidente
que la acción del Gobierno federal frente a la intromisión de los gobiernos
estatales en el concurso electoral fue insuficiente. Más de un gobernador dejó
en claro que los planes y propósitos nacionales no son necesariamente los suyos
y, entonces, en la lucha por el poder, el llamado a la civilidad y la legalidad
electoral valió tanto como un llamado a misa.
El Gobierno federal no pudo o no quiso
dar un golpe sobre la mesa para someter a los gobernadores, y esa omisión
exhibió la debilidad que hoy tiene la Presidencia de la República. Si no se
diseña y vertebra un nuevo régimen, la desarticulación de los distintos polos
de poder que hoy inciden en la política será causa de frustración del proyecto
nacional.
***
Carlos Salinas de Gortari 45 años del fraude electoral |
En el campo de los candidatos y los partidos,
el saldo de su desempeño avisa que los viejos vicios y trampas electorales no
fueron desterrados, sólo modernizados.
Ya no se reparte dinero, se entregan
monederos electrónicos. Ya no hay tacos de votos, sino despensas. Ya no hay
encendidos discursos, sino virulentos spots. Ya no hay acarreo, sino apoyo
logístico. Ya no hay urnas embarazadas, sino votos in vitro a través de la
coacción o la compra. Ya no sólo hay plata, también hay plomo. Ya no hay
candidatos formados en la cuna de la doctrina, sino rentables saltimbanquis
dispuestos a cambiar de camiseta mientras dan maromas en el aire.
En esto, candidatos y partidos, lejos de
subrayar sus diferencias durante la campaña electoral, dejaron ver cuán
parecidos son y, en esa medida, anularon la posibilidad de la elección. Da
igual a quién se escoja si el producto político es el mismo. La deslealtad de
candidatos y partidos con las instituciones electorales es impresionante. Todos
recurren a la denuncia de la fechoría del contrario para asentar, oportunamente,
la posibilidad de ganar en el Tribunal lo que no conquistan en la urna.
Ensucian el proceso electoral lo más posible y, según el resultado, hacen
válida o no la denuncia correspondiente, importándoles un bledo cómo desmoronan
la credibilidad en el ejercicio electoral.
A los dirigentes partidistas nacionales
les está ocurriendo lo mismo que al presidente de la República, tal es la
debilidad de su liderazgo que no consiguen articular una política frente a las
expresiones estatales de su propio partido. La alianza de la derecha y la
izquierda no parte de la intención ni de la convicción de configurar mejores
condiciones para concursar en las elecciones, sino de contener a la fuerza
tricolor que supuestamente tenían contra las cuerdas. Y, curiosamente, cuando
el pragmatismo de su alianza triunfa, sólo consiguen evitar el coronamiento de
un priista, pero no del candidato que arroparon porque éste termina por
responder a los intereses de su particular capilla.
Es un decir que México tiene partidos
nacionales.
***
La activa participación del crimen en
las elecciones revela que la eventual reducción de las ejecuciones no supone la
declinación de la violencia.
En esta campaña electoral fue evidente
que la participación del crimen se adelantó al resultado del concurso.
Eliminar, secuestrar, amedrentar o comprometer a los candidatos anula
anticipadamente el ejercicio cívico de elegir a quien se quiere erigir como
autoridad o representante. Antes de llegar a las urnas, el crimen preselecciona
a quienes pueden concursar, estableciendo cómo y en favor de qué organización
criminal deberán orientar su eventual gobierno o representación.
En este capítulo, los partidos incurren
en cierta complicidad. Levantan denuncias y quejas, pero de ahí no pasan. La
ambición de ocupar esta plaza o aquel asiento los hace renunciar a la idea de
cancelar la elección, ahí, donde hay condiciones para realizarla. En esa
medida, su tibia reacción adquiere tintes de complicidad, y la incapacidad del
Estado para aplacar la participación del crimen se traduce en impunidad.
***
Por absurdo que parezca, la certeza
política no sigue a la incertidumbre electoral. El día después de mañana, el
lunes, se entrará en una etapa complicada para concretar las metas que el
gobierno y los partidos se fijaron supuestamente de común acuerdo. No se pueden
operar cambios con mejora si los operados no quieren cambiar.
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