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Roberto Orozco Melo
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En
su columna Hora Cero que
se publica en varios medios impresos coahuilenses, entre otros Zócalo de Monclova, El Diario de
Saltillo, y El Siglo de Torreón el destacado político, abogado, historiador y periodista nos
relata un sueño en el que vio a sus abuelas Teódula y Dolores.
Anoche
soñé a mis dos abuelas, una que se llamaba Teódula y otra que respondía al
nombre de Dolores. Era yo el menor entre la descendencia de aquellas familias
Orozco García y Melo Valdés. Las primeras fueron originarias del Valle de
Conchos, en Chihuhua; las segundas eran nativas de Saltillo y vivían en Villa
de Patos del estado de Coahuila, hoy bautizada como General Cepeda. Anoche me
pareció verlas, metidas en mi somnolencia de apabullante realismo. Observé sus
conocidos rostros arrugados, sus ojos brillantísimos y vívidos, con un modesto
atenduaje. Pendían de sus cuellos sendos crucifijos de plata que las dos
abuelas acariciaban cuando se persignaban con las manos diestras.
Mi
abuela Orozco García llevaba el nombre de Teódula, y mi abuela Melo Valdés respondía
al patronímico de Dolores. Casi de una misma edad, aunque esta cronología jamás
se mencionara en sus conversaciones, acaso por la manera de ser o el carácter
de cada cual; sin embargo, ambas proclamaban fobias muy parecidas, referidas
sin falta a los apellidos revolucionarios de aquellos tiempos.

Todos
tenían voz de trueno, el tono se mezclaba entre los vítores del maderismo, del
villismo o de cualquier triunfador del carrancismo, cuyos partidarios soltaban
una sonora mentada de madre contra todos los opuestos a sus simpatías:
"¡Chingen a quienes los parieron, pinches traidores!"
Paradojicamente
la abuela Tola de Chihuahua no poseía las malquerencias de su comadre Lola, de
Patos y en vez de aplaudir las mentadas de madre rezaba un devoto triduo por
todos los que morían en el campo de la lucha revolucionaria.

Mamá
Tola sólo se animaba a echar al aire aquellos rudos vocablos en voz baja.
Decían "demonios, diablos, cabrones, chingados" cuando resultaba
necesario soltar del alma lo que sentían, y se oían muy sabrosos; mas no así
las reacciones explosivas de su comadre Lola, la de Patos, quien presumía
aquellos escapes y dicterios como si fueran "descansos bien intencionados
del alma de las álmas".
Pero
todo pasa indefectiblemente, y no hay elogio ni agravio que permanezca para
siempre, ni rencores que los recuerden. Entre las familias de mamá Tola y mamá
Lola no hubo conflicto alguno: las mentiras y las mentadas quedaron para la
posteridad. Eran sentimientos virtuales expresados con énfasis "para darle
sabor al caldo" y han sobrevivido de generación en generación…
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