Adela Celorio |
En
su colaboración semanal de El Siglo de Torreón la
escritora Adela Celorio comparte
un episodio particularmente difícil de su día a día: “No creo que sea
necesario -dijo benevolente el chupatintas; -aunque si me lo permite, yo le
sugiero que asuma la responsabilidad del siniestro y acepte el arreglo que de
buena voluntad le ofrece el chofer del camión. Imposible aceptar tanta
ignominia, pero para entonces, mi Querubín, que había llegado en mi auxilio, ya
me estaba odiando. -Acepta cualquier arreglo y vámonos de aquí, ordenó.” Celorio es colaboradora también de El Universal y de los diarios de Grupo Reforma.
Después
de una mañana infernal realizando interminables trámites burocráticos, exhausta
y hambrienta regresaba a mi casa. Al tropezarme en el camino con un mercadito
sobre ruedas decidí detenerme a comprar unas cerezas para agasajar a mi amiga
Lulú que las adora, y esa noche estaba invitada a cenar con nosotros. Total, no
tardo nada -me dije- y estacioné lo mejor que pude en medio del caos que es un
tianguis en proceso de retirada. Apenas me había alejado unos metros cuando
¡golpe avisa! De la caja de un camión incrustada en la cajuela de mi camioneta,
salía polvo, vidrios y cachos de lámina. Atrapado en medio de carretillas,
tubos, mantas y vehículos que desmontaban el mercadillo, el chofer del camión
-un hombre muy correcto que seguramente me reconoció por la cara de horror que
debo haber tenido, preguntó: ¿es usted la dueña? mire nomás lo que pasó señito…
un accidente… fue sin querer… Y el buen hombre me propuso que mejor nos
arregláramos entre nosotros porque él no tenía seguro, pero yo no acepté. Más
adelante me enteraré de que tampoco tenía licencia y que su vehículo circulaba
sin placas amparado con sólo un letrero del PRD. Que sí -dijo- que tenía placas
y licencia… pero en su casa, que él trabajaba para el PRD y su camión era del
Partido. -¿Entonces cómo es que tiene usted un puesto aquí? -le pregunté.
-Bueno -dijo, la verdad es que el vehículo si es mío, el partido sólo nos da el
combustible a cambio de presentarnos cuando nos necesitan para manifestaciones
y eventos… -Oiga, ¿y usted cree que eso le da derecho a circular sin placas y a
embestir mi camioneta estacionada?
No
pude ni siquiera enojarme porque la actitud del hombre era francamente
conciliadora. Cuando finalmente apareció el ajustador de mi compañía de seguros
y después de constatar el grave daño de mi vehículo y la absoluta indefensión
del culpable, sugirió que lo mejor era aceptar el arreglo que se me ofrecía
porque ¡a pesar de que el chofer que la embistió no tiene ninguna
responsabilidad legal! -dijo para mi sorpresa el ajustador- el hombre estaba
dispuesto a pagar una parte de daño si yo asumía la responsabilidad. ¡¿Cómo?!
¿El señor se incrustó en mi camioneta, ni siquiera trae placas y dice usted
dice que no tiene ninguna responsabilidad?
-Mire
señora, manejar sin licencia y circular sin placas son infracciones de tránsito
que nada tienen que ver con su choque. -¿Choque? ¿Cuál choque si yo ni siquiera
estaba manejando? -Pues si usted se pone en ese plan señora, tendré que llamar
al abogado de la Aseguradora para que le informe cuáles son sus derechos y que
él se encargue de dar el seguimiento correcto a su caso.
Convencida
de que me asistía la razón, me aperré. Exhausta y hambrienta como estaba, me
encerré en el pedazo de camioneta que quedaba, y me dispuse a esperar al
abogado. Empezaba a oscurecer cuando apareció el susodicho para explicarme mis
derechos: "Dos patrullas van a escoltarla hasta el corralón donde su
vehículo permanecerá detenido. De ahí nos iremos a la Delegación para que el
Ministerio Público conozca el caso y envíe a los peritos a tomar fotografías
del siniestro, evaluar los daños y volver a rendir el informe pericial. Si está
usted dispuesta, iniciaremos el proceso -que si no se complica- sólo durará
entre veinticuatro y treinta horas" -¿Usted cree que me llevarán
esposada?, fue lo único que se me ocurrió preguntar en mi total frustración.
-No
creo que sea necesario -dijo benevolente el chupatintas; -aunque si me lo
permite, yo le sugiero que asuma la responsabilidad del siniestro y acepte el
arreglo que de buena voluntad le ofrece el chofer del camión. Imposible aceptar
tanta ignominia, pero para entonces, mi Querubín, que había llegado en mi
auxilio, ya me estaba odiando. -Acepta cualquier arreglo y vámonos de aquí,
ordenó.
Humillada
y pisoteada acepté. -Agradece que todo el lío que armaste te salió barato, si
llegas a la Delegación donde la corrupción es institucionalizada, te hubiera
costado un riñón, además, sólo a ti se te ocurre pararte en un tianguis cuando
lo están levantando -dijo mi Querubín, solidario como siempre.
Cuando
llegamos a la casa mi amiga Lulú ya se había marchado. "Te estuve
esperando más de una hora, lamento que hayas olvidado que me invitaste a
cenar", decía la nota que me dejó sobre la hermosa canasta de cerezas que
trajo para agasajarme.
Me
consolé pensando que después de todo, nadie me dijo que la vida fuera justa.
"Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes", dice mi amiga
Lupita y tiene razón. Uno nunca sabe por la mañana hacia donde se dirige el
día.
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