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4 de agosto de 2013

La inutilidad de la vida fácil

Fidencio Treviño
Maldonado
Fidencio Treviño Maldonado se ocupa en el presente artículo de la inutilidad de los jóvenes que forman parte de la alta burguesía mexicana y cuya vida transcurre en medio de los excesos de la droga y de una vida que es fácil, pero tan inútil como la de aquel personaje literario Pito Pérez, de la novela de José Rubén Romero.

La Chelis no quería salir en el Chrysler 300 que de mala gana le prestó su madre, Chelis temía la burla de sus amigas al verla en un auto común, ya que su Maserati tenía dos días en el taller y la pieza para ese vehículo aun no llegaba del extranjero. Esa noche estarían en la mansión de los Vianchis, en la colonia Polanco y los padres de Adolfito viajando como siempre, para no variar ahora estaban en Israel. La casona de esta familia, más allá del iluminado jardín, tiene parqueadero para una veintena de coches y es notorio quien llevaba cada marca de auto, eso sí, todos modelos y marcas en debe resaltar la suntuosidad de cada vehículo.
Pito Pérez y su vida inútil
Poco a poco como brillantes cometas fueron llegando, todos los jóvenes pertenecientes a familias de alcurnia de la capital de México y algunos de otros países, todos descendían de sus autos con mucha indiferencia y decisión, cuidados y vigilados los privilegiados(as) del sistema por una cauda de autos en donde viajan los niñeros cara dura, éstos con sus vehículos inundando las aceras circundantes del lugar. Sin duda son algunos de los poderes y no lujos que se pueden dar en la crudeza del reflejo de intromisión y privilegio en el mundo de la “alta sociedad”, la realeza nacional y que en su ancestral simplicidad otorgan un lugar de status, su rango, como si con eso pudiesen tapar o disimular los caprichos del burlesque y la frivolidad de su ruindad.
Son estas familias los actuales reyezuelos que imbuidos por sus vanidades convierten sus debilidades en una burda obra bufa llena de máscaras, esto incluye títulos y sobreapellidos adosados y erosionados por la misma decadencia de su especie a la que pertenecen, ellos son jóvenes aún y no temen a la ley, ni a las enfermedades, ni a los accidentes o a las drogas, sólo le tienen miedo a una cosa: a la miseria.
De esa manera tienen que demostrar al mundo y a si mismo que están en su lugar y que poco importa lo que hagan o dejen de hacer, siempre que sea “con estilo y oportunidad”, es decir ser primeros en todo seducidos siempre por lo nuevo. Nunca tienen certezas, solo sospechas de todos.
Viven una vida fácil donde pocos jóvenes tienen o reúnen éste perfil aunque para ellos es culturalmente correcto vivir y estar en ese entorno deslumbrante, aunque viven sobre armazones endebles con máscaras, en un mundo fingido y deambulando en el surrealismo como un tributo más a su personalidad, considerado por ellos con una beatificación al ser parte de la élite. Si algo terrible hay para este reducido grupo es tener que alternar con las gentes de la otra sociedad, inclusive con la llamada alta o mediana.
La terraza, la alberca casi olímpica a temperatura ambiente y la dimensional sala de la residencia para las doce de la noche era un aquelarre sin brujas. Afuera una motocicleta de modesto cilindraje y su conductor sin casco no tuvo problema para pasar entre el enjambre de guaruras, que sin preámbulo le abrieron el paso, de la euforia los jóvenes pasaron a la locura al ver como en una mesita de mármol opalino importado, de la mochila deshilachada y de color indefinido del “traidor” (nombre de los despachadores a domicilio) eran depositados todo un coctel de pastillas, bolsas con hierba semiverde, otras contenían polvitos y hasta brillantes trozos multicolores y un paquete de lanzallamas (jeringas), todo el menú esperaban regadas para ser consumidas. La neblina artificial de humo inundó la sala, el ruido de los vasos, líquido y hielo completaban el concierto multifonico. La noche termina y con ello se desgrana el grupo, los motores rugen y los cuida niños están alertas esperando a sus amos para seguirles la huella y perpetuar los cuidados. Mañana, tal vez u otra noche estarán en la mansión de los Roviera o los Vétrix o por qué no, en una de tantas residencias que poseen los verdaderos dueños del petróleo en el país, los Deschamps, o con los Vivier, compadres de un magnate televisivo y codueño de una empresa de T.V. por cable, inclusive visitar Valle de Bravo en la mansión de un exgobernador con 23 habitaciones muy confortables y un pequeño yate en el aparcadero para pasarla plácidamente en esa sucia presa/laguna del Estado de México. Este es el legado de la revolución, es la inutilidad, no de los jóvenes “ninis”, sino los añoñados del sistema…

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