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4 de agosto de 2013

Impasse y reflexión

René Delgado Ballesteros
René Delgado Ballesteros se muestra según acostumbra, como un acucioso analista político y nos dice en su entrega de hace ocho días que: “La derecha manifiesta su decisión de ir con el gobierno y su partido por la reforma energética pero, en vez de trabajar una sola iniciativa, perfila la suya por fuera del Pacto en que se inscribe. A esa contradicción, otro sector de esa derecha, en sintonía con la izquierda, agrega otra: coloca, como precondición para abordar la reforma energética, aprobar la reforma política y lanza, por fuera del Pacto, su propuesta sobre el particular”. La columna Sobreaviso se publica cada ocho días en El Universal y en los diarios de Grupo Reforma.

La economía no avanza a ritmo de marcha, sino a paso de tortuga. El júbilo por la captura de uno de los más sanguinarios criminales en Tamaulipas se desvanece frente a la violencia insomne de otros cárteles en Michoacán. Y la oposición fracturada no resiste, apenas contiene a un gobierno que no acaba de calibrar su fuerza y posibilidad.
En tal circunstancia, el impasse marcado por el verano -a punto de terminar- exige reflexionar dónde estamos y a dónde se quiere ir.
Los errores de cálculo o el desencuentro entre la clase política podrían recolocar al país en la senda de los círculos viciosos, de los ciclos sexenales que arrancan en la esperanza y concluyen en la frustración.
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El Pacto por México tiene por virtud reponer causas nacionales y evitar el desmadejamiento de los partidos cuya incapacidad para entenderse hacia adentro y hacia afuera amenaza con su debilitamiento y cuya fragilidad los arrodilla ante los poderes fácticos. Y el Pacto por México tiene por vicio convertirse en la obsesión del sexenio o la necedad de presentar un continente sin contenido y, por lo mismo, en la nueva simulación de un proyecto sin destino.
Lo que sea que suene dicta el ansia de contar con una certidumbre, cualquiera que ésta sea. Sin embargo, la profundidad del abismo arredra la tentación de cortar las cuerdas de ese puente colgante que es el Pacto y que es, hasta ahora, el único camino para alcanzar la otra orilla.
Sí, el Pacto limita si no es que suplanta el tradicional rejuego entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, como el de esos poderes con los partidos, entendidos éstos más allá de sus solas dirigencias. Es cupular el Pacto, sí, desde luego. Pero, luego de más de 15 años de practicar sin resultados el gobierno dividido, la circunstancia exige ensayar derroteros distintos al recorrido y, hasta afirmar el paso, restablecer de un modo distinto aquel rejuego que se cifra en la palabra democracia.
Pueden quejarse las fracciones parlamentarias de ver disminuido su rol en el marco del Pacto, pero no pueden negar la parálisis que durante años ha provocado su incapacidad de entendimiento entre ellas, como con el Poder Ejecutivo.
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La división que, poco a poco, devora la función y la posibilidad de las oposiciones las coloca en un absurdo.
La derecha manifiesta su decisión de ir con el gobierno y su partido por la reforma energética pero, en vez de trabajar una sola iniciativa, perfila la suya por fuera del Pacto en que se inscribe. A esa contradicción, otro sector de esa derecha, en sintonía con la izquierda, agrega otra: coloca, como precondición para abordar la reforma energética, aprobar la reforma política y lanza, por fuera del Pacto, su propuesta sobre el particular.
A su vez, la porción de la izquierda aliada a la derecha manifiesta seguir con ella, pero no en la reforma energética si ésta toca la Constitución y, entonces, sin salirse del Pacto, pero sin asumirse plenamente dentro, perfila su idea de reforma, al tiempo que con la derecha enarbola la idea de ir, primero, por la reforma política.
Tal grado de esquizofrenia sugiere la intención de poner en práctica el refrán de "dando y dando, pajarito volando" sin considerar que su definición es la de un trueque o un intercambio justo. Pero esa política, frecuentemente practicada, casi siempre arroja no un intercambio justo sino una transa, donde unos y otros juegan al engaño para obtener por ganancia otro engaño. ¿Quieren canjear recursos petroleros para el gobierno por recursos políticos para los partidos, en el eterno juego del reparto del poder que deja de lado el sentido del gasto y el sentido del poder?
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El gobierno y su partido, por su parte, están empeñados en sostener el Pacto a como dé lugar. Es comprensible el empeño porque, como quiera, les ha rendido frutos: les sirve para entretener y divertir -en el doble sentido de esta última expresión- a las oposiciones y les sirve de blindaje, así sea ligero, ante las presiones de los poderes fácticos.
Desde esa perspectiva, asombra que justamente gobierno y partido en el poder hayan precipitado el debate sobre la reforma energética sin ni siquiera presentar su propio proyecto y, además, sin ni siquiera asegurar y concretar las reformas relacionadas con la educación y las telecomunicaciones. Se entiende su urgencia, pero no su estrategia.
Es cómodo operar mientras la oposición se encarga de sí misma, pero es imposible hacerlo sin contar con los instrumentos necesarios y, en eso, el gobierno depende en buena medida del apoyo de las oposiciones. Es una contradicción de no muy fácil solución, que demanda una definición más clara y una operación política mucho más fina.
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En esas estamos y con la preocupación de no saber, a ciencia cierta, a dónde vamos. De ahí, la urgencia de reflexionar, de aprovechar el impasse antes de su conclusión.
Por varias razones, el sentido común señala la conveniencia de postergar las reformas energética y política. La primera y principal porque es preciso concluir las reformas iniciadas y abordar otras también necesarias, que no tensan ni confrontan al gobierno y los partidos como las mencionadas. La segunda porque el socorrido trueque de recursos va a terminar donde siempre ha concluido: consiguiendo algo, sin alcanzar lo necesario.
Dos razones extra para postergarlas. La reforma político-electoral porque, aunque las fracciones juran demandarla en nombre de la patria, es más del interés de sus partidos que de la nación o la ciudadanía. La reforma energética porque, plantear la apertura de Pemex a la inversión privada reclama un ejercicio previo y fundamental que no supone modificar la Constitución: sanear la empresa, a partir de una radical reforma administrativa y organizativa. Abrir la empresa a la participación privada en la mar de corrupción, desorganización e ineficiencia en la que nada, da ventajas al capital privado que resuelve entrarle y, en su actual condición, no garantiza la llegada de recursos en la proporción calculada.
¿Hasta cuándo la postergación? De la reforma política-electoral, hasta después de la elección intermedia. De la energética, hasta finales del año entrante, cuando la reforma administrativa puesta en marcha desde ahora perfile un nuevo horizonte para Pemex.
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Precipitar esas reformas sin asegurar las ya emprendidas terminará por vaciar al Pacto sin que el gobierno y los partidos se rehagan ni recuperen espacio frente a los poderes fácticos que los tienen contra la pared.


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