Rodolfo Echeverría Ruiz. |
El presente artículo de * Rodolfo Echeverría Ruiz se publicó ayer 13 de septiembre en El Universal, en el habla del recientemente designado Papa y se pregunta si Francisco es un auténtico reformador o solo lo aparenta.
¿Es Francisco un reformador o solo lo
parece? ¿Existen condiciones circunstanciales capaces de propiciar cambios
profundos en el seno de la Iglesia Católica? ¿Podrá el nuevo Papa encontrar los
adecuados caminos jurídicos, prácticos, administrativos y políticos que,
recorridos con paciencia, tino y sabiduría, serían transitables para vencer las
muchas resistencias enquistadas en la médula misma de la curia vaticana?
Esas y otras muchas preguntas podrán ir
respondiéndose con el paso de los años. El Papa no dispone de mucho tiempo. La
iglesia por él comandada padece enfermedades nuevas y viejas cuyo impacto ha
generado diversas consecuencias perniciosas en su vida interna, en el
comportamiento de los fieles hacia ella, en la reputación y en la operatividad
de las instituciones eclesiásticas.
La Iglesia Católica enfrenta problemas
tales como los innumerables casos de pederastia clerical encubiertos o
supuestamente ignorados por las altas jerarquías curiales; los escándalos de
corrupción emanados de diversas instancias financieras vaticanas; el éxodo de
católicos hacia otras religiones o hacia ninguna; el incumplimiento contumaz
del espíritu y de la letra del progresista Concilio Vaticano II.
Por si lo anterior no fuera suficiente,
añádanse estos otros temas: las crisis vocacionales se traducen en parroquias y
en seminarios cada día menos concurridos; el papel y el sitio de las mujeres
católicas en las funciones sacerdotales y en otras muchas tareas religiosas
inasequibles para ellas; los matrimonios entre personas del mismo sexo que, a
su vez, se consideran miembros de la Iglesia Católica; el rechazo, anacrónico y
obsesivo, al democrático movimiento mundial en favor de la despenalización del
aborto y al desarrollo de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres;
la definición de los lazos sinceros que podrían existir entre las muchas y muy
diversas iglesias existentes cuya activa presencia ratifica todos los días el
carácter multireligioso del mundo contemporáneo…
Papa Francisco. |
En fin, serían muchas las dificultades y
las complicaciones que enfrentaría el Papa, si en verdad estuviera genuinamente
decidido a dar el primer paso hacia la modernización de una de las más viejas y
conservadoras instituciones de la historia
Hasta hoy no aparecen elementos suficientes
para atisbar eso que podría constituir el inicio de diversos procesos de cambio
hacia adelante en la Iglesia Católica. Es verdad: Francisco parece actuar de
manera diferente a la de su antecesor. Eso podría interpretarse como un buen
principio cuyo detenido análisis nos permitiría suponer que algo posiblemente
novedoso estaría gestándose en la sede pontifical.
Es muy breve el tiempo transcurrido
hasta hoy. Nadie podría emitir opiniones rotundas ni aventurar juicios
definitorios o concluyentes. Sin embargo, Francisco parecería arriesgar
una suerte de valiente lance al substituir en la Secretaria de Estado al
cardenal Tarcisio Bertone.
Fue Bertone quien en enero de 2009, en
representación de Benedicto XVI, durante el VI Encuentro Mundial de las
Familias, tuvo la descarada osadía --en
el mismísimo Teatro de la República en Querétaro, recinto donde se votó y
aprobó nuestra laica y vigente Constitución de 1917-- de pronunciarse en contra del régimen
jurídico mexicano al declarar: “Ha llegado el momento de prescindir de las
ideas de laicismo característico del siglo XIX.” Y Felipe Calderón guardó
clamoroso y cómplice silencio. El PRI tampoco dijo esta boca es mía.
En el curso de sus muchos años a la
cabeza burocrática de la encumbrada curia romana, el salesiano Bertone acumuló
una altísima dosis de poder político y administrativo. Era una especie de primer ministro del
gobierno vaticano, dueño de un poder absorbente.
Todo pasaba por las manos de Bertone.
Los más complejos asuntos --y, a veces, hasta los más sencillos-- se veían
siempre a través de su omnipresente lupa: llegaban al conocimiento pontifical
previamente maquillados o edulcorados, matizados o de plano mistificados por la
mano del Secretario de Estado. Benedicto XVI estaba aislado. Era Bertone quien
gobernaba. Y el mundo lo sabía.
Es probable que el
Papa haya dado un paso adelante –con el tiempo veremos si acertó-- en el camino de lo pudiera llegar a
columbrarse como el primer movimiento de un largo proceso tendente a reformar a
una curia romana anquilosada y superpoderosa, aristocrática e
hiperpolitizada.
El próximo Secretario de Estado será
Pietro Parolin. Aún se desempeña como Nuncio Apostólico en Venezuela. Ayer
mismo, en Caracas, se declaró abierto a revisar el tema de la castidad y del
celibato exigidos hoy a los sacerdotes católicos. Algo es algo. El próximo 15
de octubre tomará las riendas de su nuevo encargo. ¿Las tomará en verdad? Tal
vez el Papa quisiera disponer de un colaborador operativo y eficaz, pero no
todopoderoso y autónomo como Bertone.
Monseñor Parolin es relativamente joven.
Ha hecho una carrera consistente, aunque un tanto rápida en la escala piramidal
de la Iglesia Católica. Tiene 58 años y Bertone casi 80. De manera
preponderante ha dedicado Parolin su vida eclesiástica al ejercicio de diversas
responsabilidades ascensionales en varias esferas de la diplomacia
clerical.
A sus 31 años Parolin ingresó al
servicio exterior del gobierno vaticano. Colaboró en las nunciaturas de Nigeria
y de México. En nuestro país cumplió órdenes directas de Girolamo Prigione.
Ese hecho debería alertarnos. Iba a
decir alarmarnos. No lo olvidemos: Prigione fue un embajador cínico y entremetido en la vida mexicana
(1978-1997). Intrigó sin descanso, bulló de manera continua, intervino de modo
ostentoso en nuestra política interna hasta conseguir, mediante todo género de
estratagemas sutiles en apariencia, presiones oblicuas y argucias encubiertas,
el establecimiento de relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede. Y
todo lo anterior, bajo el engañoso manto de un trato personal esquinado, suave
en la forma y duro y amenazador en el fondo.
En México muñó y manipuló durante largos
19 años. Gestionó la primera visita de Juan Pablo II a nuestro país. Combatió
de manera encarnizada a los clérigos mexicanos adheridos a la llamada Teología
de la Liberación. Recibió, en secreto, en las oficinas mismas ocupadas por la
Nunciatura Apostólica, a los cabecillas
narcotraficantes del cartel de Tijuana –Ramón y Benjamín Arellano Félix-- a quienes las autoridades penales mexicanas
perseguían, en 1993, en su calidad de presuntos asesinos del cardenal Juan
Jesús Posadas Ocampo.
Tarcisio Bertone. |
En 1994 The New York Times publicó: “En
una declaración escrita, Prigione dijo que recibió en dos ocasiones a los
narcotraficantes en la sede de la Nunciatura Apostólica en México. Afirmó que
eran reuniones privadas, no el sacramento
de la confesión, pero que seguía estando prohibido por la ley de la
Iglesia revelar lo que se había dicho.”
¿Qué diablos tenía que hablar el embajador del Papa con esos matarifes
perseguidos por el Estado mexicano?
Prigione estaba enterado, de la a la z,
acerca de los muchos delitos de pederastia, lavado de dinero, y otros muchos
similares y conexos, perpetrados por el nefando Marcial Maciel. Entonces
embajador del Vaticano, Prigione lo solapó, miró hacia otra parte y lo ayudó a
deslizarse, con sigilo corrupto, en las oficinas curiales más altas del mundo
católico.
Todos lo sabíamos: Prigione gestionó,
con selectiva eficacia, los nombramientos de muchos obispos mexicanos –los más
políticos, retardatarios e integristas por cierto-- que debían al italiano el
encumbrado cargo que desempeñaron --y desempeñan aún algunos de ellos-- con inocultable acento conservador --y
mundano, al mismo tiempo: Emilio Berlié y Onésimo Cepeda, Norberto Rivera y
Juan Sandoval… En cambio, Prigione
arrinconó, desplazo y vejó a obispos progresistas como Raúl Vera y Samuel Ruiz.
No olvidemos a Prigione. No lo olvidemos
nunca. Recordemos que el ahora inminente
Secretario de Estado laboró aquí bajo el mando directo de tan injerencista y
poderoso embajador del Vaticano. No lo olvidemos.
Pietro Parolin conoce la historia de
México. Ha vivido aquí. Sabe del largo proceso constructor del Estado laico. A
él corresponde valorarlo y respetarlo y no pasar por alto que el concepto
constitucional de laicidad es parte medular de nuestro temperamento.
Parolin también fungió hace varios años
como Subsecretario de Estado bajo la autoridad de Tarcisio Bertone. Tampoco esa
es una excelente tarjeta de presentación. Parolin fue subordinado directo de
Prigione y de Bertone. Tengámoslo presente.
Mantengámonos con los ojos abiertos y
supongamos --soñar no cuesta nada-- que el próximo Secretario de Estado será
colaborador leal del papa Francisco y podrá erigirse en su aliado para juntos echar las bases de lo que un día
podría concretarse como un cambio modernizador de la Iglesia Católica.
En una carta enviada en fecha reciente
al importante periódico italiano de izquierda, La Republica, Francisco adelantó
un gesto fraternal hacia los judíos. Se refirió “a las terribles pruebas que
han sufrido a lo largo de los siglos. Los judíos conservaron su fe en Dios y,
por ello, nunca les estaremos lo suficientemente agradecidos, como iglesia y,
también, como humanidad”.
Francisco se refirió además, con
palabras cordiales, a los agnósticos, a los ateos y a quienes no buscan la fe.
Parece que el Papa ha empezado a introducir ciertos atisbos de cambio por lo
que se refiere al lenguaje de la iglesia.
El Papa parece decidido a procurar que
la misión de la Iglesia Católica sea más
eclesiástica --si se me permitiera
decirlo así--, más pastoral y menos política. No sería del todo imposible que
el arribo de Pietro Parolin a la Secretaría de Estado se refleje en una mayor
autonomía y seguridad de Francisco. Ya veremos.
Ajeno como soy a cualquier noción o
emoción religiosa, deseo vivamente lo anterior. La escena internacional de hoy
exige un papado comprometido con los problemas de la exclusión, la pobreza y la
injusticia en el mundo.
* Consejero Político Nacional del
PRI
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