Rodolfo Echeverría Ruiz |
El
principal problema de salud que existe en México es el ocasionado por la obesidad y la diabetes tal como lo
señala en el presente artículo Rodolfo Echeverría Ruiz, el autor es colaborador de varios
medios nacionales entre otros El Universal y el texto le fue enviado a Fernando
Ramírez López quien nos lo proporcionó para
compartirlo, lo que hacemos convencidos de que es en el sistema escolar en
donde debe iniciarse el esfuerzo para difundir una nueva cultura de la
nutrición, contra el sedentarismo y para erradicar de nuestro consumo los
alimentos chatarra.
Lo
sabemos aunque lo olvidamos, y eso es parte de un superlativo problema
mexicano cuya solución se encuentra
en las conjuntas manos de las
secretarías de educación,
salud y desarrollo
social: en cada escuela pública
del país y en
la mayoría de
las privadas --primarias,
secundarias-- se venden y se consumen
sin freno comidas y bebidas chatarra.
Tenemos
28 millones de educandos instalados en 225 mil escuelas básicas. En cada una de
ellas funciona una “tiendita” (cooperativa) expendedora de esos mortíferos
venenos. Ese casi cuarto de millón de escuelas opera en alrededor de 170 mil
planteles durante diferentes
turnos.
Poderosas
empresas nacionales y trasnacionales fabricantes de esa chatarra disponen,
gratuitamente, de tan elevado número de puntos de venta distribuidos, de modo
estratégico, en todo el territorio nacional.
En
esa inmensa cantidad de “tienditas”, las gigantescas, omnipresentes compañías no enfrentan ningún
gasto: no pagan empleados ni alquileres ni luz ni predial ni bodegas ni
transportes ni combustibles ni impuestos. En los hechos, la SEP las subsidia.
Se trata de un mega negocio escandaloso. La venta de esos nocivos productos
representa ganancias estratosféricas para unos cuantos grandes negociantes sin
escrúpulos.
Cautivos,
millones de niños, niñas y adolescentes carecen de alternativa alimentaria:
cada día consumen altas dosis de productos industrializados engordadores,
desencadenantes de diabetes y otras muchas enfermedades provocadas por el sobrepeso y la obesidad.
Tan
deplorables productos ultrarefinados son
bebidos y engullidos por los niños en
cuyos tiernos cuerpos se inoculan, con criminal y exitosa codicia
mercantilista, las substancias artificiales necesarias para convertirlos en
diabéticos y obesos, candidatos a todo género de enfermedades cardiovasculares
y cerebrovasculares: azúcares en exceso, grasas saturadas, malignos
preservativos químicos. Y todo ello presentado a través de extravagantes
envolturas y propaganda deliberadamente mentirosa.
Se
trata de basura, basura pura --bautizada
con nombres cursis y extranjerizantes--, rebosante de olores, sabores y colores
simulados. Eso comen y beben todos los días los niños mexicanos en las escuelas
urbanas y rurales.
Una
tarea inaplazable --y no pequeña por
cierto-- de la reforma educativa en
cierne, y de los también perentorios cambios en la estructura de la sanidad
nacional, consiste, sin duda, en la eliminación completa de esas “tienditas”
expendedoras de chatarras envenenadas en las escuelas de todo el país.
Se
trataría de una enérgica acción, legal, democrática, coordinada de manera
eficaz entre las autoridades de los tres órdenes de gobierno --compleja, es
verdad, pero inaplazable--, destinada a proscribir sin contemplaciones --no a
“regular” o a “disminuir” nada más-- la
distribución, la venta y el consumo de la comida y la bebida chatarra.
Prohíbase, al menos, dentro de los planteles escolares.
Lo
anterior no sería suficiente, claro está, pero representaría un decidido paso
hacia adelante en el largo camino del cuidado de la salud presente y futura de
la niñez mexicana.
Están
dados los elementos conformadores del desastre perfecto. La siguiente es la
escena protagonizada a diario por millones de niñas y de niños mexicanos: antes
del mediodía, ya han deglutido en los patios escolares altas cantidades de
chatarras edulcoradas y de grasas reconcentradas.
Por
si ello no fuera suficientemente dañino para su salud, durante la tarde,
absortos, hipnotizados, pasan horas
y horas frente a unos televisores cuya
programación mayoritaria --también chatarra, también basura-- los obliga a no
pensar, a no jugar, a no imaginar, que es lo propio de los niños. En cambio,
comen y comen sin límite productos industriales chatarra como los consumidos
por ellos mismos durante la mañana en las instalaciones escolares.
“Los
poderes fácticos --dijo en fecha reciente
el secretario del ramo— han
asaltado la rectoría de la educación”. Y
yo añadiría: también la de la salud. Las palabras de Chuayffet describen y
denuncian a uno de los más pesados lastres que impiden el libre vuelo de la
democracia mexicana.
El
niño obeso será, probablemente, adulto obeso. Ciertas enfermedades derivadas de
la obesidad --hipertensión arterial, hiperinsulinemia,
diabetes mellitus tipo dos, enfermedades respiratorias como el asma, diversos
problemas sicosociales --y no pocos relacionados con el deterioro de la
autoestima-- acortan su esperanza de vida en diez años por lo menos.
Entrelazadas
en el esfuerzo, las secretarias de educación, salud y desarrollo social están
obligadas a poner en marcha un conjunto de medidas capaces de alcanzar las
escalas individuales y comunitarias. Hablo de un poderoso esfuerzo sostenido a
través de todo el país. Se trata de reducir la morbilidad y la mortalidad
asociadas a una alimentación insana y a
la insuficiente actividad física en las escuelas.
La
epidemia no conoce barreras: el sobrepeso y la obesidad también flagelan a las
zonas rurales y a la población con menor nivel socioeconómico y educativo. El
gobierno debería abstenerse, para siempre y cuanto antes, de distribuir y
vender productos chatarra en las tiendas
Diconsa. Cientos y cientos de miles de campesinos e indígenas consumen tan
nocivos productos.
Los
expertos lo documentan: entre 1980 y 2010 la obesidad durante la niñez se
duplicó en México. Ocupamos el cuarto lugar en sobrepeso infantil entre las
naciones de la OCDE.
Los
mexicanos tenemos el trágico privilegio de estar situados a la cabeza del
consumo de refrescos y chatarras en el mundo.
A
finales del gobierno anterior –demasiado tarde-- las secretarias de educación
pública y de salud emitieron, de consuno, una regulación especial en materia de
chatarras vendidas y consumidas en nuestras escuelas. El diagnóstico ya está
elaborado. Y, aunque el gobierno panista no pudo ni supo ni quiso actuar con
resolución en ésta como en muchas otras materias, el actual dispone de
instrumentos legales nuevos y de voluntad política sobrada. Está obligado a
actuar sin dilación.
¿Cuándo
y cómo podríamos llegar a la anhelada educación de calidad --y a la muy distante aún sociedad del
conocimiento-- si millones de niñas y de
niños enfermarán, de manera irremisible, al deglutir durante años y años comidas
y líquidos chatarra durante el tiempo crucial de la maduración de sus cuerpos,
sus cerebros, sus intelectos?
Una
de las metas irrenunciables de la reforma
educativa deberá consistir en el combate al sobrepeso y a la obesidad
prevalecientes entre la población infantil y juvenil del país. La reforma
educativa ha de concebirse como piedra angular del avance democrático mexicano.
La educación y la salud son partes esenciales
de nuestra democracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.