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3 de septiembre de 2013

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René Delgado Ballesteros.
Muy pertinente el comentario de René Delgado Ballesteros, quien en su columna Sobreaviso que apareció publicada el pasado 31 de agosto en El Siglo de Torreón hace un llamado no a dar un golpe de timón sino a recuperar el rumbo, oportunidad que tiene el presidente de la república Enrique Peña Nieto al completar nueve meses de gobierno y rendir el primero de seis informes. El columnista colabora entre otros medios en los de Grupo Reforma, en El Universal y el ya mencionado El Siglo de Torreón.


Enrique Peña Nieto.
No, no es cosa de dar un golpe de timón. El punto es recuperar el rumbo o, dicho de otro modo, volver a los básicos. No es algo sencillo, exige humildad y capacidad de rectificación, pero es fundamental si se pretende avanzar con el menor número de fracturas posibles.
La idea de que todo es correrse a la derecha, integrar una mayoría parlamentaria, alistar el tolete y asumir los costos políticos y sociales -quizá, hasta económicos- es una tentación con filos peligrosos, sobre todo, a tan sólo nueve meses de haber iniciado un gobierno por seis años. Por esa vía, en la formalidad, las reformas quedarán aprobadas pero, en la realidad y en el mejor de los casos, será un problema aplicarlas... de llegarse a aplicar.
Felipe Calderón Hinojosa.
En la historia inmediata, está la experiencia de Felipe Calderón. Al inicio de aquel sexenio, no faltaron quienes aplaudieron a rabiar la valentía, el coraje y la firmeza del mandatario al decidir aventurarse a una guerra sin estrategia contra el crimen. Los porristas luego lo abuchearon y, apenas pudieron, se deslindaron de él, dándole la espalda. Esa guerra concluyó en el fracaso de una administración incapaz de erigirse en gobierno y, lo peor, en un baño de sangre. Una sangría, una violencia y una inseguridad de la cual el país aún no se repone.
Gustavo Madero.
Caer en la tentación de sacar las reformas con prisas y a como dé lugar tiene por telón de fondo uno rojo: el peligro de sumar a la violencia criminal, la violencia social y, en la espiral -como advierte la situación en Michoacán y Guerrero-, perder la noción de quién es quién en la confrontación y, en la confusión, sepultar la posibilidad del gobierno y arrastrar al país de nuevo al reino de la incertidumbre.
***
¿Cuáles son los básicos? ¿Cuál la posición original del timón? ¿El origen y el propósito del gobierno?
En condición electa, el presidente Enrique Peña acumuló un capital político superior al construido durante la campaña. Festejó con discreción la victoria, sin hacer del adversario derrotado la piñata de la fiesta. A partir del triunfo, entendió correctamente que si bien podía hacer suyo el canasto de las posiciones bajo control tricolor, más fuerza le daba incluir en el reparto a corrientes distintas a la suya tanto en el Poder Legislativo como en el Ejecutivo. Cuando advirtió que su mariscal de campo confundía al equipo, sumó a otro para contar con dos brazos y no sólo con uno.
Michoacán Incendiado.
A esas operaciones que, en meses, modificaron la percepción que de él se tenía, agregó otras. Evitó -quizá, hasta el exceso- hacer del fracaso y la corrupción del calderonismo motivo de cacería y, así, acercarse al panismo lastimado por el propio calderonismo. Leyó bien la oportunidad de aproximarse a la izquierda perredista, a partir de la salida de Andrés Manuel López Obrador de esa organización. Retiró con discreción del aparador político a quienes a la postre ocuparían posiciones de primera línea en su equipo. (En esto, colocó cuñas de más.) Supo de la importancia de reponer protocolos y liturgias, propias de quien ostenta y ejerce el poder.
Luego Enrique Peña Nieto se anotó otros aciertos. Girar instrucciones, poner las cartas sobre la mesa en su primer mensaje a la nación, anunciar a dónde iba sonó bien a los oídos y, al día siguiente, se sentó a la mesa con el conjunto de las dirigencias partidistas para suscribir el Pacto por México, rescatando una escena perdida en la memoria del desencuentro político.
Manuel López Obrador.
En esa dirección colocó el timón y, rápidamente pero sin prisas ni tentaciones, propuso -quizá, otro orden hubiera sido preferible- reformar la Constitución en el campo de la educación y las telecomunicaciones, concretando el propósito de recuperar la rectoría del Estado en esos campos y liberar a la clase política de su condición de rehén de los poderes fácticos.
Generó una cierta mística y una expectativa: sin renunciar ni subrayar diferencias y ambiciones políticas y partidistas, anteponer el interés nacional. A la mar se hizo, tomando en esa dirección el timón.
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A partir de abril, vinieron los errores y los descalabros, luego la precipitación y ahora las tentaciones... poniendo, sin necesidad, el gobierno en prenda.
Como escrito en el Sobreaviso anterior, la falta de firmeza para aplacar las trapacerías electorales de los gobernadores le abrió el hueco al panismo que, en la denuncia de aquéllas, tomó impulso para condicionar su permanencia en el Pacto a la aprobación de la reforma político-electoral y concretar las otras reformas. Ahí se perdió la iniciativa y, luego, se precipitó el anuncio sin proyecto de la reforma energética y, de nuevo, el panismo acertó al presentar la suya y, así, establecer los términos de su apoyo a esa reforma. Todo, sin asegurar ni concluir las reformas emprendidas en el campo de la educación y las telecomunicaciones. Se abrieron otros frentes sin cerrar los primeros, casi convocando a resistir el conjunto de las reformas.
Jesús Zambrano.
A la par de los errores, el desbocamiento y -esto es importante- la desaceleración económica, la idea de encabezar un gobierno coordinado comenzó a reblandecerse y, en el triángulo Hacienda-Gobernación-Educación comenzaron a aflorar diferencias y jaloneos, mientras los grupos parlamentarios hicieron manifiesto su malestar con los dictados del Pacto.
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Hoy, el presidente Enrique Peña Nieto está en una encrucijada que exige tomar una decisión cuyo efecto repercutirá en la posibilidad de su gobierno.
Cuauhtémoc Cárdenas.
Dar un golpe de timón para correrse a la derecha y el autoritarismo creyendo que -con la suma necesaria de votos en el Congreso y el manejo diestro del tolete en la calle- el asunto queda resuelto es un espejismo. En vez de reequilibrarse, el gobierno quedará en brazos del panismo para reproducir la historia ya conocida donde las reformas carecen del calado necesario y los compromisos y agravios neutralizan la acción de gobierno.
El punto es recolocar el timón en la posición original para recuperar el rumbo. Eso exige rectificar y, en este caso, la rectificación demanda retirar la propuesta de reforma constitucional en materia de energía, echar a andar la reforma administrativa de Petróleos Mexicanos, entrar a negociar sin enchuecar la reforma educativa y activar la economía. Exige evitar que del cúmulo de frentes abiertos se haga uno solo que, en paquete, termine por frustrar el conjunto de reformas. Exige sumar, no restar y, desde luego, hacer un sacrificio.
Si urgen las reformas, es preciso hacerlas rápido pero sin prisas, evitando provocar fracturas de muy difícil cicatrización. Exige rectificación y humildad, reflexión sin inflexión.

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