Adela Celorio. |
Dice la escritora Adela Celorio y dice bien: “Como usted ya sabe pacientísimo lector, yo no soy analista política y mi sentido de la economía es cebollero: Nada de gastar lo que no se tiene. Nadie se llena la panza en restaurantes de lujo ni viaja en primera clase, mientras haya un niño sin pan, sin techo, sin libros. Ni modo, así me enseñaron. Bienvenido un aumento de impuestos si sirve alertar a los causantes. Ni un peso más hasta que no se corrija la delincuencia que los mandatarios cometen contra los ciudadanos que somos los mandantes. No hay que olvidar que el que paga manda”. El texto corresponde a la más reciente entrega – el sábado anterior- que se publicó en el periódico regional El Siglo de Torreón.
Yo
por supuesto no voté por Peña Nieto. De él tenía pocas e intrascendentes
referencias, pero había vivido durante varios sexenios la desmoralizadora
experiencia del priismo en el poder. Sabía -como todo el mundo y como
obligatoriamente nuestro presidente sabe; las bien trenzadas redes de
complicidad con que se sostienen los miembros de ese partido, y del severísimo
daño moral que con su ejemplo, han hecho a varias generaciones de mexicanos.
"Según los gobernantes, así todos los habitantes". Si los hermanos
Salinas de Gortari (todos) los Moreiras, Marines y Montieles -sólo para nombrar
unos cuantos. Si cada sexenio produce algunos cientos de oligarcas rapaces que
pueden amasar fortunas "inexplicables mas no ilícitas" sin que nadie
les toque un pelo: vale la pena intentarlo.
Enrique Peña Nieto. |
La
corrupción institucionalizada por el PRI ha conseguido confundirnos de tal
manera, que el gremio magisterial no ha dudado en nombrar a Elba Esther
Gordillo nada menos que líder moral. A eso hemos llegado. Es por esas razones
por las que a la hora de votar no pensé en el candidato sino en el
impresentable partido que lo sostenía: un nuevo PRI con las mismas caras, los
mismos gestos y hasta una Rosario Robles reciclada. Un nuevo PRI con las viejas
mañas y el mismo cinismo. Los mismos oligarcas del Partido; que indudablemente
estarán pasando la cuenta por su apoyo e imponiendo sus condiciones a Peña
Nieto. ¡Lástima! No, no voté por nuestro Presidente, pero me gusta la energía
con que promueve sus propuestas.
Que
si el pacto por México, que si la Reforma Educativa, que si la Cruzada contra
el Hambre, que si la Reforma Energética. Me ha gustado también su decisión de
asistir personalmente la desgracia de nuestros hermanos que están con el agua
hasta el cuello. Ojalá no quede en puras promesas y la próxima temporada de
huracanes nos encontremos una vez más ante el mismo escenario. Sí, me gusta la
energía y la velocidad con que Peña Nieto toma decisiones y desde luego, la que
más me entusiasma es la Reforma Hacendaria, que aunque va dirigida como siempre
a los bolsillos de los causantes cautivos, o sea la clase media quienes por
cierto ya estamos hasta el cogote con los gasolinazos, el pago inevitable de
escuelas privadas dada la probada incapacidad del gobierno de proveer educación
de calidad, o aunque sea sin calidad, a todos los niños mexicanos.
Estamos
decía, hasta el cogote por el altísimo costo que debemos desembolsar para
proveernos por nuestra propia cuenta la elemental seguridad que el gobierno es
incapaz de proveernos. Me entusiasma la propuesta de aumentar los impuestos
porque ofrece a la ciudadanía la oportunidad de exigir un reajuste en las
desgobernadas finanzas del gobierno.
La
oportunidad de convocar -que para eso sirvan las redes sociales- a unirnos para
dejar de pagar los impuestos hasta que veamos una verdadera y palpable reforma
ética, un atisbo de decencia en el comportamiento de todo funcionario público
con acceso a los dineros del pueblo. Es vergonzoso arrancar una Cruzada contra
el Hambre, cuando mantenemos principescamente a quinientos diputados -de los cuales
sobran cuatrocientos cincuenta- la mayoría iletrados y ¡ay! -aquí debería
escribir hue..., pero no me gusta usar esa palabra- prefiero decir
somnolientos, trasnochados, borrachines, faltistas y rapaces.
Una
Reforma Hacendaria con su respectiva subida de impuestos, nos impone exigir una
reforma ética. Impone unirnos para suspender el pago de impuestos hasta que se
nos informe con toda claridad en qué consiste enriquecimiento inexplicable más
no ilícito. Que se nos aclare la inquietante incongruencia entre la Cruzada
contra el Hambre que ha emprendido nuestro presidente, y los gastos millonarios
e injustificables de los Partidos Políticos que entre otras barbaridades
convierten muchos millones de pesos en basura publicitaria. Como usted ya sabe
pacientísimo lector, yo no soy analista política y mi sentido de la economía es
cebollero: Nada de gastar lo que no se tiene. Nadie se llena la panza en
restaurantes de lujo ni viaja en primera clase, mientras haya un niño sin pan,
sin techo, sin libros. Ni modo, así me enseñaron. Bienvenido un aumento de
impuestos si sirve alertar a los causantes. Ni un peso más hasta que no se
corrija la delincuencia que los mandatarios cometen contra los ciudadanos que
somos los mandantes. No hay que olvidar que el que paga manda.
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