Verónica Maza Bustamante. |
Erotismo y sexualidad son los temas principales de los que se ocupa Verónica Maza Bustamante en su columna El Sexódromo, que forma parte de la sección El Ángel Exterminador de Milenio Diario Laguna, en su más reciente entrega –la del sábado 19 de octubre- la sexóloga reseña sin pelos en la lengua dos novelas eróticas.
Aún hay plumas carismáticas que
entienden que uno de los principales objetivos de la literatura erótica es
excitar pero que eso se puede conseguir con historias inteligentes, diferentes,
bien escritas, incluso profundas y muy pero muy sexuales.
México
• A raíz del éxito mundial de Cincuenta sombras de Grey y las otras dos novelas
que integran la trilogía escrita por E.L. James, parece que la mayoría de las
editoriales tiene la consigna de publicar libros que parezcan calcas de las
malísimas aventuras de Anastasia Steele, las cuales, a su vez, son pésimas
réplicas de las acontecidas en los clásicos Historia de O y Hacia el Edén. Es
decir, no hay nada nuevo bajo el sol sensual.
A
mi escritorio han llegado más de una docena de ejemplares, todos redactados por
mujeres (salvo El infierno de Gabriel, la soporífera novela de Sylvain Reynard,
seudónimo de algún caballero que sigue creyendo que el himen es tan importante
que la protagonista anhela deshacerse de él desde las primeras páginas pero lo
logra hasta la 500 y pico), quienes suelen repetir la formulita: una chica
universitaria, guapísima e inocente, se enamora de un hombre mayor que ella con
un pasado oscuro, que disfruta de las relaciones de sumisión y dominación,
prácticas a las que introduce a la núbil damisela, quien descubre de un jalón
algunas de las maravillas más sofisticadas del erotismo pero, a la vez,
experimenta un tremendo miedo de lo que está sintiendo.
“¿Será
que creen que sólo las jóvenes cogen? ¿O tienen la idea de que lo hacen mejor,
más rico, más seguido? ¿O que son las únicas que tienen aventuras de ese
calibre? ¿Es posible que la mayoría de los hombres maduros sueñen únicamente
con ‘iniciar’ a las más jóvenes y ‘enseñarles’ lo que saben (que muchas veces
no es demasiado)?”, les pregunté hace poco a mis amigos en la redacción; rieron
pero no supieron darme razón. Sigo sin respuestas.
No
les daré los títulos de los volúmenes a los que me refiero porque quiero
escribir sobre cada uno de ellos, “sea para bien o todo mal”, como diría la
canción de La Vela Puerca. No obstante, y como quiero verlos sonreír, les digo
que no todo está perdido, herman@s. Aún hay plumas carismáticas que entienden
que uno de los principales objetivos de la literatura erótica es excitar pero
que eso se puede conseguir con historias inteligentes, diferentes, bien
escritas, incluso profundas y muy pero muy sexuales. Al menos este año encontré
cuatro de ellas. Hoy hablaremos de dos y la próxima semana de otras tantas.
Furores Íntimos. Charlotte Roche.
Anagrama
Nacida
en Reino Unido pero criada en Alemania, la autora de este libro trabajaba como
presentadora de televisión cuando publicó su primera novela, Zonas húmedas, la
cual superó el millón y medio de ejemplares vendidos, siendo traducida a 25
idiomas.
En
Furores íntimos, su segundo libro, nos encontramos con Elizabeth, esposa de
Greg y madre de la niña Liza; hija de una mujer que creía que el disfrute
erótico era malo y paciente de una psicoterapeuta que lo mismo escucha sus
aventuras más intensas que sus predicamentos no morales sino sobre la vida, el
ser y, casi casi, la nada.
Confieso
que desde el inicio me atrapó con una foto de Roche con su fleco de niña buena
y sus brazos tatuados. “Interesante”, pensé, y lo confirmé cuando a la novena
página me sentía sumamente excitada pero ya había lanzado algunas carcajadas,
había arqueado las cejas en señal de sorpresa, me había sentido identificada y
no quería dejar de leer.
La
anécdota de los furores es sencilla: Elizabeth se siente libre en los momentos
en los que explora los innumerables matices de la sexualidad en compañía de su
marido, Greg, un hombre poco agraciado físicamente pero muy sexual, con quien
quiere permanecer hasta el día de su muerte no por un asunto religioso ni
monógamo (ella cree que la monogamia constituye el error más grande de la vida),
sino por su historia pasada, porque es su cómplice y amante, aquel a quien pone
a prueba pero persigue sin reservas. Es su complemento, su Dios y su diablo.
Con
él, Elizabeth vive numerosas aventuras que van desde un encuentro carnal
hogareño antes de que su hija llegue de la escuela hasta la visita a puticlubes
para hacer tríos con otras mujeres o fantasear con hombres que cumplan diversos
roles.
La
protagonista no es joven ni demasiado hermosa. Poco tiene de inocencia pero la
que aún conserva le permite analizar con asombro aquello que siente antes,
durante y después de sus encuentros sexuales. Con ella vamos de la casa al
hospital, de un consultorio a un burdel, de las calles a los laberintos de su
memoria, de su vida, de la de su familia.
Hay,
en Furores íntimos, mucho sexo. Historias detalladas tanto en la forma como en
el fondo de prácticas eróticas no siempre comunes que se descubren o comprenden
a través de las reflexiones lanzadas al aire por la protagonista, quien logra
conmover y hasta hacer enojar cuando, a pesar de su apertura, se deja llevar
por los celos (nunca hacia otras mujeres, sino de la posibilidad, por ejemplo,
de que su marido haga algo —como ver una película porno— sin ella).
Hay
momentos sublimes que ponen a la historia del lado opuesto de las Sombras de
Grey, como cuando los personajes van al puticlub (las traducciones de Anagrama
siguen siendo al castellano) y dan sus nombres verdaderos porque “nadie está
más seguro en un lugar así que una pareja de esposos”. Cuando Elizabeth se
pregunta por qué los hombres mayores escogen a mujeres jóvenes para follar y se
responde: “Deben pensar que la juventud se transmite por la polla”. Cuando va
de profundas y divertidas reflexiones sexuales (sobre aquello que la excita a
ella y lo que mueve a su esposo, sobre la razón por la que están juntos, sobre
su visión del placer), a lo complejo que es ser madre sin morir en el intento,
incluso cuando hija y progenitora sufren de lombrices en los intestinos.
Al
menos para mí, Furores íntimos —publicada en Alemania en 2011 y en México en
2013— es la novela erótica del año.
La
sociedad Juliette. Sasha Grey. Grijalbo
La
carta de presentación de este ejemplar puede ser parte de su éxito o su tumba,
dependiendo del criterio del lector: su autora es una de las más célebres y
reconocidas estrellas de la industria pornográfica de Hollywood. Con 21 años
abandonó este mundo y se dedicó a la actuación, siendo ésta su primera novela.
La
protagonista resulta ser, cómo no, una joven estudiante de cine con una gran
inquietud sexual a quien le gusta fantasear con su apetecible maestro y más
tarde se verá involucrada en una sociedad secreta dedicada al hedonismo. Hasta
ahí todo va mal. Sin embargo, en sus páginas se descubre una manera de narrar
anécdotas más o menos comunes en la literatura erótica de manera fresca,
directa y hasta divertida. Eso se agradece.
No
me gusta que las protagonistas reflexionen sobre cuestiones morales, como pasa
con Las Grey y sus copias. El tema del bien y el mal en el erotismo es tan
viejo que aparece en el Génesis, pero aún no ha sido superado porque seguimos
viviendo en comunidades que le dan demasiado valor al placer sexual y, ante
ello, creen que la salvación está en quitárselo todo. En cambio, disfruto con
aquellas mujeres de ficción (aún más las reales) que analizan sus deseos no con
miedo sino con curiosidad, tratando de comprender cómo funciona el motor de la
atracción, del deseo, del gozo, por qué nos dejamos llevar por la libido y las
maneras en que eso nos puede liberar o condenar. Eso hace Catherine, la figura
principal de esta novela.
Con
mucho de Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrick, y una buena dosis del ahora tan
trillado BDSM, su atractivo está en la narración escrita de una manera ligera,
dinámica, sin pelos en la lengua, y en la turbación que eso puede generar.
www.facebook.com/veronicamazab
@draverotika
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