René Delgado Ballesteros. |
Director editorial del periódico capitalino Reforma, René Delgado Ballesteros es el autor de la columna Sobreaviso en la que con gran autoridad se ocupa de asuntos relevantes del país, es además colaborador de numerosos medios nacionales entre los que se encuentran El Universal y el periódico regional El Siglo de Torreón y sus puntos de vista son referente obligado para todos aquellos que quieren estar bien informados.
La
dureza -por momentos, la bajeza- del debate público sobre la política fiscal
obliga a reflexionar sobre los términos de relacionarnos entre los mexicanos.
En
su aridez, la política fiscal expone cuál es la idea del país que el gobierno
tiene y desea. Pero no sólo eso, plantea cómo concibe a los distintos sectores
sociales que, en su conjunto, integran el universo de sus gobernados y cómo
intentará alinearlos en dirección del objetivo pretendido. En respuesta a ella,
los distintos sectores sociales reflejan de igual manera el concepto que tienen
de sí mismos y del gobierno, cuál es su disposición para articular sus
intereses con los del resto de la sociedad y, a la vez, cuál es el respeto y el
trato que les suscita el gobierno en turno.
Luís Echeverría Álvarez. |
Vista
de ese modo, en la política fiscal el gobierno se juega sus posibilidades si no
es que su destino... al tiempo que implica o arrastra a los gobernados.
***
Hace
un año, el debate de la política fiscal no tuvo el fragor de ahora.
Es
normal, a la hora del relevo, el gobierno entrante prioriza asegurar la
hacienda pública y, en lidia con la administración saliente, sin forzar intenta
darle una orientación preliminar a sabiendas de la estrechez del margen de
maniobra. Lo importante es asegurarla, sobre todo considerando que el nuevo
presidente de la República ni siquiera ha terminado de sentarse en la silla.
Esta vez, en la propuesta de su política fiscal, el gobierno cifra la
posibilidad de concretar su proyecto y, consciente del reducido periodo que
media antes de la elección intermedia, pone en ella el mayor de los empeños.
José López Portillo y Pacheco. |
Fincar
relaciones a partir de la desconfianza, siempre es un enredo.
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En
la medida en que la mercadotecnia electoral fija por meta obtener votos a como
dé lugar, cuando estos se consiguen, ello no se traduce en respaldo o
legitimidad. De ahí que, frecuentemente, los partidos y los candidatos ganan la
elección pero no el gobierno.
El
espectáculo de los elegidos ya instalados en el puesto es peripatético. Ocupan
la posición sin los títulos necesarios para cumplir con un mandato y muchísimo
menos para mandar. Llegan como estrellas, pero sin brillo propio.
Enrique Peña Nieto. |
Durante
décadas, esa ha sido la norma que regula la relación del gobierno con los
gobernados, en particular con las élites poderosas que, debilitado el Estado,
se constituyen en su principal punto de apoyo, por no decir, su dueño. Al resto
de los gobernados se les podrá ofrecer algo, un paliativo o una chuleta que, si
bien suscita alguna queja escenográfica por parte de los patrocinadores del
gobierno, no altera sustancialmente la relación establecida.
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Carlos Marx. |
Años
de neoliberalismo, de reducir al Estado y ampliar el mercado, de entender el
gobierno como franquicia de los grandes intereses, de confundir derechos con
privilegios, convirtieron el más minúsculo ajuste social en síntoma de
inaceptable populismo. La virtud, así se reconocía, del priismo de modular y
aplicar reformas sociales para establecer equilibrios ahora es vicio. Podrá la
nación estar deslizándose por un desfiladero, pero hay un solo modo de hacer
las cosas y quien se aparte de él que pague el costo.
Bríndese
seguridad, fortalézcase el Estado de derecho, atempérese la desigualdad social,
abátase la criminalidad, genérese empleo... pero no se toque ni se mueva nada.
Si al país le va mal, es porque vamos bien.
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Ahora,
aun con los ajustes a la política fiscal y con buena parte del marco jurídico a
su parecer necesario, el Ejecutivo está frente a su mayor desafío: constituirse
en gobierno.
Se
dice fácil, pero exige una hazaña. Si cuenta ya con la palanca fiscal y
pretende modificar la relación con los gobernados, el listado de tareas es
largo. Acreditar, de manera contundente, que los recursos llegarán a su destino
y no, como tantas veces, al barril sin fondo del despilfarro, el robo o a la
generación de una nueva camada de millonarios egresados de la administración.
Mostrar que el gobierno también pone. Comunicar en serio, salir del discurso
convertido en fastidioso spot. Informar de resultados, no dorar propósitos.
Dejar la política cupular presuntamente ilustrada que, en su reverso, estampa
un profundo desprecio por la ciudadanía. Buscar respaldo social, no abrigo en
los grandes intereses. Construir confianza, no sospecha. Fortalecer al Estado,
darle perspectiva a la nación.
Enrique
Peña Nieto llegó hace casi un año a Palacio Nacional. Ahora, debe ocuparlo.
sobreaviso12@gmail.com
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