René Delgado
Ballesteros.
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Con
el mismo título pero invertido, hace tres semanas se advirtió el peligro
supuesto en sacar a como diera lugar las reformas electoral y energética,
atando una a la otra y legislando bajo la mesa y sobre las rodillas. No hubo
-ni se esperaba, desde luego- reconsideración alguna. Ahora, se tiene por
régimen electoral un adefesio jurídico de muy difícil aplicación y, en trámite
legislativo, una reforma energética sin garantía, en la que el panismo tiene la
manija de su aprobación.
Gustavo Madero. |
Lo
más probable, sin embargo, es que el gobierno y su partido avancen con paso
firme al fondo del callejón donde se encuentran y, en su momento, aparenten
júbilo por haber sacado esas reformas. No podrán, sin embargo, echar a vuelo
las campanas porque, para tañer, éstas requieren contar con badajo. La reforma
electoral y, hasta ahora, la energética carecen de badajo, son mudos monumentos
a la sonoridad.
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Andrés Manuel López Obrador. |
Por
soberbia o algún motivo desconocido, el gobierno y el priismo se sostuvieron en
la línea equivocada y, por lo visto, firme es la decisión de enterrar en un
pozo el régimen electoral y depositar la riqueza petrolera en una urna. Pésima
decisión la de condenar al trueque ambas reformas, dulcificándolas con uno que
otro caramelo. Ninguna acierta en su propósito y, en menos de un año, el error
repercutirá en la política y la economía.
Jesús Zambrano. |
Caminar
hacia la modernidad exige no peregrinar por la senda de las tradiciones.
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Es
cierto, en toda democracia, basta la mayoría requerida para reformar las leyes.
Hay
asuntos, sin embargo, donde el acuerdo y el consenso son fundamentales, claves,
para que la ley adquiera verdadera fuerza e incida donde quiere. En México, la
cuestión electoral, la petrolera y la reelección son de esos. Más todavía,
cuando los canales institucionales de participación ciudadana están azolvados,
cuando el valor de la autoridad y de la representatividad se encuentra en
crisis, cuando la legalidad riñe con la legitimidad y, sobre todo, cuando, como
ahora, los proyectos de reforma emanan de designios cupulares y se debaten de
noche, sin ni siquiera divulgar pública y debidamente los dictámenes. Esos
problemas no se resuelven tendiendo cercos de uno y otro lado.
Pese
a la presunción, la democracia en México no acaba de consolidarse y, entonces,
tocar legislativamente asuntos caros a la nación -caros por queridos y por
costosos-, a partir de la integración de mayorías parlamentarias, animadas no
por la coincidencia en las posturas sino por el trueque de ellas, se relaciona
más con la transa que con la democracia y, por lo mismo, produce mazacotes
jurídicos, no leyes vertebradas y articuladas.
Efectivamente,
algunas de las otras reformas aprobadas por el Congreso pudieron derivar de la
simple integración de esa mayoría, pero no la reforma electoral y la
energética. Una cosa es disfrutar del reformismo, otra padecer de reformitis.
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Por
su carácter constitucional, el trámite legislativo de ambas reformas
probablemente concluya en el curso del primer trimestre del año entrante. Falta
la sanción del número necesario de congresos estatales para validarlas.
Enrique Peña Nieto. |
Hasta
ese punto, ambas reformas podrán marchar relativamente de forma paralela, pero
los efectos que surtirán tendrán fecha distinta.
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Los
efectos no calculados de la reforma electoral se sentirán a partir del último
trimestre del año entrante, cuando arranque el proceso de la elección federal
intermedia y de las estatales. Los supuestos efectos benéficos de la reforma
energética tardarán más y, de llegar, se sentirán hasta después de esas
elecciones.
El
gobierno y el priismo cobrarán conciencia, entonces, del alto costo pagado por
la reforma energética, dejándose llevar al baile electoral. Al fondo del
callejón descubrirán que no era una avenida donde se metieron. Malo para el
gobierno y su partido, peor para el país.
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