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11 de noviembre de 2010

Las cunas de la revolución


Por Roberto OROZCO MELO


En los últimos días de septiembre se percibió una especie de remolino histórico generado en San Luis Potosí; un ciudadano potosino tuvo la ocurrencia de reclamar para su Estado el título de "Cuna de la Revolución mexicana" que bien lo sabemos, corresponde a Coahuila.
Dicha puntada no trascendió, pero condujo a este columnista a recordar la cerrada conversación sobre el tema que habíamos sostenido allá por los años sesenta unos dignísimos paisanos y yo al influjo del brandy Evaristo I que por aquellos años fue muy popular.
Mis coterráneos, acérrimos defensores de la heráldica cívica de Parras, ahora reivindican el reconocimiento oficial de Parras como Cuna de la Revolución Mexicana" cual si fuese un derecho genésico de nuestra tierra natal. Allí nació Francisco Ignacio Madero (el próximo sábado se cumplirán 137 años de eso) habiendo sido engendrado en el matrimonio de don Francisco Madero Hernández y doña Mercedes González Treviño. Parras fue cuna del inspirador del movimiento antirreeleccionista y por lo tanto de la Revolución. A Madero también se le apodaría "Apóstol de la Democracia" y de modo post mortem "Mártir de la Democracia".
Pero los habitantes de San Pedro de las Colonias también litigan su derecho al apelativo honorífico "Cuna de la Revolución mexicana" ya que sin duda fue en dicha municipalidad donde germinaron las ideas democráticas del señor Madero, que dieron sustento filosófico e histórico a la Revolución democrática a través de un libro escrito, impreso y distribuido por el mismo Madero en y desde ese lugar: "La sucesión presidencial de 1910".
Varios lustros antes Francisco Ignacio y Gustavo Madero González habían ido a Francia a realizar estudios de administración de empresas en acreditadas instituciones de educación superior. Ambos retornaron a su pueblo natal, no sin antes aprender la materia de administración de negocios agropecuarios en Estados Unidos, lo que bien les sirvió para introducirse en los negocios del abuelo Evaristo y de su padre Francisco.
Los dos jóvenes Madero también fueron informados de que, una vez visto su desempeño en el estudio y su aplicación al conocimiento de las empresas Madero, se había decidido encargar a Francisco la administración de los negocios familiares ubicados en el cuadro de San Pedro.
Aquel Panchito, adulto, serio y responsable, admirado y querido por todos, así en Parras como en Monterrey y en el Norte de Coahuila, tuvo que trabajar sin descanso para rendir buenas cuentas al abuelo Evaristo y a su padre Francisco, quienes no tenían punto de reposo para sacar adelante la recién adquirida fábrica textil "La Estrella". A Panchito lo estarían monitoreando desde Parras, la capital del emporio Madero, donde moraba el patriarca Evaristo, movía los hilos de todos sus negocios y tomaba decisiones para la exitosa marcha de sus empresas: algunas compartidas por más de dieciséis familias asociadas y emparentadas, ya por lazos de sangre o por lazos de afinidad, vale decir matrimonios.
Francisco y Gustavo, entre sí queridos hermanos y leales amigos, solían compartir los avatares del trabajo, como habían compartido los del estudio; sin embargo, cada uno se movería en negocios y ambientes distintos. El carácter de uno lo diferenciaba del otro. Panchito era paciente y bondadoso, cualidad innata en la familia Madero; pero al tomar contacto con la cruda realidad social, económica y política de los mexicanos, Francisco sintió que sus ansiedades ya tenían un rumbo nuevo, influidas tanto por las ideas democráticas vigentes en Francia y en Estados Unidos, como por las lecturas y conferencias espiritistas de Allan Kardec y por la difícil situación política del país. En cambio Gustavo no soñaba, su estilo era pragmático y por lo tanto tomaba decisiones rápidas.
Sin descuidar sus labores, Francisco Ignacio se dio tiempo para practicar y difundir el espiritismo; para escribir lo que sería un libro fundamental en el cambio político y para organizar clubes y otros grupos ciudadanos al fin de competir en las próximas elecciones contra la costumbre reeleccionista arraigada desde 1876 en todo el país.
Mientras, don Evaristo sufría agobios y tribulaciones por la abierta oposición del mayor de sus nietos frente al gobierno prolongado y ya transecular de Porfirio Díaz. El viejo patriarca del clan Madero no se tranquilizaba. Todo lo contrario más perturbaría su ánimo recibir el libro de su consanguíneo Francisco Ignacio: "La Sucesión Presidencial de 1910" escrito y enviado por el alebrestado nieto, que adjuntó al volumen una emotiva carta en la que solicita la autorización de su abuelo para emprender la lucha política, y le pide, además, su bendición. No obstante el nieto puntualizó: "Por lo demás, será imposible dejar de publicarlo en absoluto".
El libro se imprimió, se publicó y la tierra tembló bajo la estatua imponente del general tuxtepecano. Aunque el tiraje de "La sucesión presidencial de 1910" fue reducido, el libro circuló enormemente, ya de mano en mano, ya en copias parciales y como lectura en voz alta en las reuniones sociales y políticas. Las elecciones de 1904 se celebraron y Francisco Ignacio Madero promovió que el Club Democrático Benito Juárez participara con Francisco Rivas como candidato a presidente municipal en San Pedro de las Colonias, Coahuila.
Allá donde ahora esté don Francisco I. Madero ha de disfrutar las rencillas inocuas de sus paisanos coahuilenses, celosos unos y otros, por que su tierra tenga el honor de ser "Cuna de la Revolución Mexicana" Lástima me tengo: ser de Parras y no tener dotes de médium para reportear la opinión de Don Francisco...

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