Adela Celorio |
Todo
empezó con aquello de: ¿Le cuido su coche señito? El cuidador hacía una
vigilancia simbólica a cambio de una simbólica propina y el asunto quedaba
zanjado. Con los años el negocio de la seguridad prosperó y un ejército de
vigilantes y guaruras ganaron la ciudad. Una cubeta, una franela y un pitito
son las herramientas que les otorgan el derecho de piso. "Son cuarenta
pesos y se paga por adelantado", advierte el amenazante franelero que
aparece en cualquier calle. "Viene viene, dándole todo… indican quienes
nunca han tenido un volante entre las manos. Con la aparición de los
"valet parking" el oficio se institucionalizó. En zonas tan
glamorosas como Polanco o La Condesa no hay un solo metro de calle que no quede
bajo su jurisdicción.
Ellos imponen las tarifas (entre cuarenta y cincuenta pesos por estacionar nuestro auto en banquetas, camellones, parques o vaya usted a saber dónde). Días después uno descubre que vaya usted a saber dónde quedó la llanta de refacción o la herramienta de su auto… y ni a quién reclamarle. Pero el negocio de la seguridad prosperó y se convirtió en el caballito de campaña que montan todos los que buscan el voto ciudadano; aunque hasta ahora ninguno ha conseguido domarlo. Lo único evidente es la proliferación de vigilantes y policías férreamente armados. Cada día es más frecuente verlos también encapuchados. ¡Órale, qué miedo! La cantidad de guaruras que persiguen a una camioneta blindada es signo de estatus. Cada uno de los hijos y cosijos de Peña Nieto requieren un mínimo de cuatro guaruras para su protección y dos o tres autos que les abren paso en el tránsito cuajado de esta capital.
Cualquiera que es "alguien" debe pagar vigilancia personalizada. Lo que antes eran colonias se han convertido en guetos bajo la jurisdicción de corporaciones de policía privada que recluta a jóvenes con preparación y sueldo elemental. Después, armados y uniformados estos jóvenes nos vigilan. Conocen a los colonos, los autos que manejamos y el horario en que salimos y entramos. Ellos saben cuándo nuestras casas quedan solas y por cuánto tiempo. Ellos deciden quién entra y quién sale. Edificios, oficinas, museos, bancos, hospitales y hasta las humildes misceláneas están pertrechadas por la policía privada; o sea pagada por nuestros bolsillos porque por lo visto nuestros impuestos no cubren el renglón de seguridad. La mitad de la población uniformada y armada acosando a la otra mitad. Horizonte de policías y metralletas que mantiene a la ciudadanía a su merced. Ellos son anónimos, los ciudadanos debemos identificarnos. Si no hay credencial no hay paso. Ellos armados, nosotros desarmados y sometidos.
Y como todo aquello que se enfatiza crece; sexenio tras sexenio aumenta la inseguridad y el miedo, y como consecuencia aumentan también las tarifas que pagamos por una supuesta seguridad. El perfecto círculo vicioso. Callejón sin salida. Túnel sin luz al final. El juego de "Policías y ladrones" era favorito entre los niños antiguos. Yo siempre escogí ser del equipo de los ladrones y los hechos me han dado la razón. Para mencionar sólo unos cuantos casos que lo confirman, los que más me han impactado: Al niño Martí lo secuestraron y mataron los guaruras que su millonario padre pagaba para que lo protegieran. Hace algunos años un policía del Club de Golf de Tabachines baleó a una adolescente condenándola a una silla de ruedas para siempre. A la directora del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias la secuestraron y asesinaron los vigilantes de su fraccionamiento.
Esos a los que cada mañana la doctora saludaba amistosa hasta el día en que después de robarla, le metieron la cabeza en el canal de desagüe. Los patrulleros para quienes las leyes de tránsito no operan, son causantes de graves accidentes todos los días, y no es infrecuente ver patrullas que conducidas por un oficial borracho acaban patas arriba en cualquier calle. ¿Ahora quien podrá defendernos?, preguntaba el Chapulín Colorado. ¿Quién podrá rescatar esta capital de los vigilantes que nos vigilan? ¿De los policías que nos extorsionan? La única luz al final del túnel sería la educación. Sería invertir en la formación de maestros de calidad para que formen ciudadanos de calidad. Sería pasar al rublo de educación las millonarias sumas que ahora invertimos en una policía que está "siempre en vigilia". Entiendo, paciente lector, que ya lo tengo muy cansado con mis quejas, por lo tanto le doy la buena nueva de que me voy. Durante el mes de agosto desaparezco. Me voy a cualquier lugar donde los vigilantes no me vigilen. Me voy a pisar las uvas y a beber el vino del estío. Nos vemos por acá en septiembre si Dios quiere.
Ellos imponen las tarifas (entre cuarenta y cincuenta pesos por estacionar nuestro auto en banquetas, camellones, parques o vaya usted a saber dónde). Días después uno descubre que vaya usted a saber dónde quedó la llanta de refacción o la herramienta de su auto… y ni a quién reclamarle. Pero el negocio de la seguridad prosperó y se convirtió en el caballito de campaña que montan todos los que buscan el voto ciudadano; aunque hasta ahora ninguno ha conseguido domarlo. Lo único evidente es la proliferación de vigilantes y policías férreamente armados. Cada día es más frecuente verlos también encapuchados. ¡Órale, qué miedo! La cantidad de guaruras que persiguen a una camioneta blindada es signo de estatus. Cada uno de los hijos y cosijos de Peña Nieto requieren un mínimo de cuatro guaruras para su protección y dos o tres autos que les abren paso en el tránsito cuajado de esta capital.
Cualquiera que es "alguien" debe pagar vigilancia personalizada. Lo que antes eran colonias se han convertido en guetos bajo la jurisdicción de corporaciones de policía privada que recluta a jóvenes con preparación y sueldo elemental. Después, armados y uniformados estos jóvenes nos vigilan. Conocen a los colonos, los autos que manejamos y el horario en que salimos y entramos. Ellos saben cuándo nuestras casas quedan solas y por cuánto tiempo. Ellos deciden quién entra y quién sale. Edificios, oficinas, museos, bancos, hospitales y hasta las humildes misceláneas están pertrechadas por la policía privada; o sea pagada por nuestros bolsillos porque por lo visto nuestros impuestos no cubren el renglón de seguridad. La mitad de la población uniformada y armada acosando a la otra mitad. Horizonte de policías y metralletas que mantiene a la ciudadanía a su merced. Ellos son anónimos, los ciudadanos debemos identificarnos. Si no hay credencial no hay paso. Ellos armados, nosotros desarmados y sometidos.
Y como todo aquello que se enfatiza crece; sexenio tras sexenio aumenta la inseguridad y el miedo, y como consecuencia aumentan también las tarifas que pagamos por una supuesta seguridad. El perfecto círculo vicioso. Callejón sin salida. Túnel sin luz al final. El juego de "Policías y ladrones" era favorito entre los niños antiguos. Yo siempre escogí ser del equipo de los ladrones y los hechos me han dado la razón. Para mencionar sólo unos cuantos casos que lo confirman, los que más me han impactado: Al niño Martí lo secuestraron y mataron los guaruras que su millonario padre pagaba para que lo protegieran. Hace algunos años un policía del Club de Golf de Tabachines baleó a una adolescente condenándola a una silla de ruedas para siempre. A la directora del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias la secuestraron y asesinaron los vigilantes de su fraccionamiento.
Esos a los que cada mañana la doctora saludaba amistosa hasta el día en que después de robarla, le metieron la cabeza en el canal de desagüe. Los patrulleros para quienes las leyes de tránsito no operan, son causantes de graves accidentes todos los días, y no es infrecuente ver patrullas que conducidas por un oficial borracho acaban patas arriba en cualquier calle. ¿Ahora quien podrá defendernos?, preguntaba el Chapulín Colorado. ¿Quién podrá rescatar esta capital de los vigilantes que nos vigilan? ¿De los policías que nos extorsionan? La única luz al final del túnel sería la educación. Sería invertir en la formación de maestros de calidad para que formen ciudadanos de calidad. Sería pasar al rublo de educación las millonarias sumas que ahora invertimos en una policía que está "siempre en vigilia". Entiendo, paciente lector, que ya lo tengo muy cansado con mis quejas, por lo tanto le doy la buena nueva de que me voy. Durante el mes de agosto desaparezco. Me voy a cualquier lugar donde los vigilantes no me vigilen. Me voy a pisar las uvas y a beber el vino del estío. Nos vemos por acá en septiembre si Dios quiere.
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