Juan Pablo Becerra Acosta. |
¿Quién
está detrás de los anarquistas que se complacen en golpear y lesionar a
granaderos? se pregunta en su columna Doble fondo el reportero Juan Pablo
Becerra Acosta,
quien publica los lunes en los medios impresos de Grupo Milenio. El presente texto lo tomamos de la
página web de Milenio Diario Laguna.
El
martes pasado por la noche me asignaron una croniquita de lo que pudiera
ocurrir al día siguiente, durante la marcha por el 45 aniversario de la matanza
del 2 de Octubre de 1968 perpetrada en Tlatelolco. “Unos iban de luto y en paz,
otros iban de fiesta a golpear, y unos más iban decididos a gasear y macanear
indiscriminadamente…”, anoté en mi libreta reporteril unos minutos después de
que concluyeron la marcha y el mitin.
Eso
fue lo que vi en las calles y avenidas que recorrí desde las tres de la tarde
hasta las ocho de la noche. Lo mismo que también grabaron, fotografiaron y
consignaron otros compañeros y colegas.
“Encanecidos
sus cabellos, con los rostros surcados por arrugas, con voces que se esforzaban
por corear consignas, unos seres marchaban en son de luto. Sí, 45 años después
ahí estaban de nuevo en las calles, paso a paso, caminando con muchos
esfuerzos. Eran los antiguos miembros del Comité de Lucha del 68. Ellos iban de
luto, en paz, recordando a sus compañeros caídos. Tras ellos —con ellos— se
manifestaban miles de jóvenes estudiantes de la UNAM, del Poli, de
universidades privadas, normalistas, ciudadanos comunes, maestros, obreros,
todos, también, en paz”, redacté acerca de quienes hacían uso de su derecho a
manifestarse sin perturbar a los demás.
“Otros,
de pieles juveniles, de miradas furiosas, también de muecas risueñas, de
cuerpos espigados, de voces que tronaban en insultos constantes contra
policías, gobernantes, periodistas, o quien fuera, iban marchando con rostros
semicubiertos, o totalmente encapuchados, armados con piedras, con palos, con
proyectiles que extraían de sus mochilas. Ellos iban de fiesta: lo suyo era un
festival de enfrentamientos. Lo suyo era apedrear una y otra vez a policías, a
mano limpia, o con grandes resorteras. Lo suyo era lanzar bombas molotov,
aventar botellas vacías, enfrentarse…”, teclee acerca de los vándalos que
provocaron la violencia. Arrebataron teléfonos móviles, una cámara de
televisión, una cámara fotográfica, hicieron pedazos un par de comercios (uno
de éstos lo saquearon), prendieron en llamas a dos policías (uno de los
efectivos era mujer), dispararon cohetones con bazucas caseras. Golpearon con
saña a un par de policías. Un fotógrafo y un fotoperiodista también resultaron
heridos por sus caricias festivas. Y lo gozaban, de verdad lo gozaban.
“Unos
más, los uniformados, con rostros serios, enojados, esperaban. Aguantaban. Pero
después, explotaron también: lanzaron piedras, palos, dispararon proyectiles de
gases más agresivos que los que usualmente utilizan (muchos fotógrafos,
camarógrafos y reporteros terminaban en el piso por la incapacidad respiratoria
que provocaban), corretearon a los chavos, encapsularon a algunos y los
detuvieron, y a otros más simplemente les propinaron golpes y patadas…”,
garabatee sobre las actitudes policiales uniformados y vestidos de civil.
Golpearon y patearon también despiadadamente no solo a revoltosos, sino a gente
que nada tenía que ver con el reventón de los ultras.
Muy
mal esos policías que se excedieron: el Estado está para imponer la ley a
secas, sin abusos. Y por supuesto, pésimo también esos chavos que buscan una y
otra vez la violencia como método, ¿de qué?...
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