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24 de agosto de 2013

Desencanto

En su columna No hagas cosas buenas que se publica todos los sábados en El Siglo de Torreón el analista Enrique Irazoqui escribe que “Una de las muchas ventajas que tiene el PRI es sin duda su capacidad de adaptación, en la mayoría de sus miembros se encuentra un oficio político que no se cuenta en otros partidos; y así supieron jugar sus cartas hasta concretar su retorno legítimo a Los Pinos apenas en diciembre pasado con Peña como su titular.” El comentario es a propósito del poco alcance que tuvo el encanto de Enrique Peña Nieto, que al parecer  no concretó las muchas expectativas que generó.

Enlace: http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/905556.html

Se ha terminado la luna de miel para el presidente Enrique Peña Nieto. Apenas si su encanto le alcanzó para 9 meses, justo el plazo de gestación de un humano, fue lo que el mandatario mexiquense fue capaz de mantener.
Desde los albores del sexenio de Calderón, el priismo entendió que no podía más seguir, dividió y regresó a sus reglas básicas de operación: ceñirse y plegarse al más fuerte, en pos del poder a como fuera. Y así sucedió.
La época de la alternancia creada por Vicente Fox en el año 2000, fue también el inicio de un real federalismo en cuanto a la entrega de recursos a las entidades federativas. Con ello comenzó también la época de los virreyes. Me explico.
Durante los setenta años del régimen priista, desde la presidencia de Plutarco Elías Calles hasta la de Ernesto Zedillo, el sistema político giró siempre alrededor de la figura presidencial, un dictador sexenal disfrazado de presidente republicano. Ciertamente existía en el papel la separación de poderes, pero en la práctica era otra cosa: el presidente en turno detentaba la fuerza pública, el dinero y el control absoluto de su partido, así que el legislativo, dominado por décadas por el sistema, se plegaba absolutamente a la voluntad del jefe de Estado. La Suprema Corte de Justicia, aunque poco más distante, era servil igualmente al titular del ejecutivo.
Ese sistema se resquebrajó en 1997 luego de la crisis terrible de 1995 provocada por aquel "Error de Diciembre" que dio a la postre un desgaste suficiente para que el PRI perdiera por primera vez la mayoría absoluta de la Cámara de Diputados, y entonces empezara a funcionar de verdad, la dichosa separación de poderes.
Enrique Peña Nieto
Así que a partir del 1 de septiembre del 97, federalmente las cosas empezaron a cambiar, y con el triunfo de la oposición tres años más tarde, se podría decir que se inauguraba la democracia plena, porque quedaba demostrado que quien en realidad sacara más votos en las urnas, asumiría el poder.
Una de las muchas ventajas que tiene el PRI es sin duda su capacidad de adaptación, en la mayoría de sus miembros se encuentra un oficio político que no se cuenta en otros partidos; y así supieron jugar sus cartas hasta concretar su retorno legítimo a Los Pinos apenas en diciembre pasado con Peña como su titular.
Pero como el rey absoluto había terminado con la pérdida de la mayoría de la Cámara de Diputados, nuestro esquema federativo replicaba el modelo en los estados, y éstos como empezaron a tener recursos económicos importantes desde que Fox aplicó el espíritu de la Constitución de la creación de una verdadera república, resultó a la postre la panacea para que el PRI asegurara su sobrevivencia sin tener ya el poder de la presidencia.
Con esos antecedentes, el PRI, sacudido por la histórica derrota de 2000, tardó en reacomodarse y quedó en manos de Roberto Madrazo, aquel tramposo que se hizo de la candidatura presidencial en 2006 de manera que llegó con un partido dividido. En ese entonces se vivió el fenómeno de Andrés Manuel López Obrador y el electorado mexicano se polarizó entre el conservadurismo que representaba Calderón o el salto al vacío de López. El PRI quedaba en un distante tercer lugar.
Pero ya habían aprendido, y bajo los nuevos esquemas de virreinatos estatales, los tricolores se disciplinaron a muerte con el virrey más poderoso, el hoy presidente Peña Nieto. Y de verdad que lo hicieron de maravilla, con el dinero que sacaban de las tesorerías estatales compraron y prepararon una gran imagen de Peña, las televisoras fueron aceitadas para fortalecerlo. Además, políticamente aprovecharon su posición para impedir que Felipe Calderón tuviera un mejor gobierno. Vaya, fue el más puro ejemplo de su eficacia electoral, tan es así que todos sabíamos de antemano que la elección presidencial era ya de Peña semanas antes de la celebración de los comicios.
Esto no quiere decir que las torpezas de Calderón no hayan ayudado para que el PAN perdiera el poder, por eso, el inicio del actual sexenio trajo consigo nuevas esperanzas de que al país le fuera mejor. Ahora está el PRI, que sí sabe gobernar, era un dicho popular que fortalecía la ilusión de un futuro mejor.
Empezaron mejor, no hay duda, particularmente en el tema de comunicación. Quitarle volumen al tema de la seguridad y violencia en los medios era fundamental, pero esto no quería decir que con ello la violencia desapareciera.
El encarcelamiento de Elba Esther Gordillo fue también un golpe magnífico político, ya que habían castigado a un referente del sistema político corrupto mexicano. Pero hasta ahí.
Ahora todo empieza a resquebrajarse, la economía mexicana en picada, creciendo a la mitad del último año de Calderón, la reforma energética es un albur. La toma del Congreso por parte de los barbajanes de la CNTE y el sitio al Congreso de la Nación son ejemplos que ya no todo es color de rosa. Y lo peor: la violencia ha vuelto y hay estados de México en llamas, como Michoacán, donde simplemente no existe gobernabilidad.
Aparece entonces el desánimo en la población y ahora a vivir la realidad después de la fiesta de cambio de sexenio. Hoy lo que es claro es que la ilusión está cambiando a desencanto, y qué lejos estaban de la verdad aquellos que pregonaban que la vuelta del PRI (del viejo PRI, que es lo malo) era la mejor vía para sacar a México del pantano en que lo tenía metido el gobierno de Calderón.

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