Raymundo Riva Palacio |
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La
advertencia de Cuauhtémoc Cárdenas, en nombre de toda la izquierda de México,
fue clara: si llega a pasar la reforma energética del presidente Enrique Peña
Neto, buscarán que un plebiscito la revierta el próximo año.
El
Presidente debe medir las consecuencias que tendrán sus próximas decisiones.
Tiene los votos suficientes en el Senado para sacar las reformas constitucionales
que desea, pero no tiene el consenso, y hay un ala radical del peñismo que
considera que la reforma bien vale el fin del Pacto por México y una mala
relación con la izquierda el resto del sexenio.
Un
plebiscito si se aprueba la reforma en los términos como la planteó el
Presidente, lo llevará a una derrota moral. La izquierda necesita un millón 650
firmas para que el plebiscito diga “no” a la Reforma, que puede recabarse con
las firmas de los perredistas en sólo cinco delegaciones del Distrito Federal:
Iztapalapa, Gustavo A. Madero, Coyoacán, Álvaro Obregón y Cuauhtémoc.
Cárdenas
planteó el plebiscito de acuerdo con la fracción VIII del Artículo 35
constitucional, que lo establece para medidas de trascendencia nacional, pero
el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, respondió que no era
posible porque no está reglamentado. Es decir, puede haber cuantos plebiscitos
quiera la izquierda, pero para efectos legales no valen nada. Sin embargo, no
es un asunto de sumas y restas.
Cuauhtémoc Cárdenas Solorzano |
Pero
esa actitud lo llevaría a una confrontación de las que se sabe dónde empiezan
pero no dónde ni cuándo terminan.
La
posición de Cárdenas y todo el PRD es dura en tono, pero abierta a la
negociación. El rechazo a sus propuestas permitirá que la izquierda social de
Andrés Manuel López Obrador, que por definición rechaza cualquier acuerdo con
el Gobierno y es radical sobre la inamovilidad de Pemex, tome la fuerza que
necesita para convertirse una vez más en un actor central de los asuntos
públicos.
También
dará banderas a otras organizaciones que vincularán “la defensa del petróleo” a
sus demandas particulares, como la Coordinadora magisterial, que desde el
martes añadió a su protesta la Reforma Educativa.
El
escenario de conflictividad no está para posiciones extremas y excluyentes,
sino para la negociación. Hay dos formas de hacerlo.
Una
es aquella cuya técnica, utiliza modelos matemáticos y Teoría de Juegos, como
la empleada en las negociaciones de la Convención sobre el Derecho del Mar,
donde se creó un sofisticado mecanismo financiero donde todos los países
estuvieran satisfechos.
Otro
tipo de negociación es la que separa a las personas de los temas, cuya técnica
busca eliminar primero los agravios y prejuicios del interlocutor para que, una
vez que se entiende cómo lo perciben, se elimine la desconfianza y el recelo
antes de proceder a la negociación sobre los temas, como se está haciendo
actualmente con los talibanes y las FARC.
Si
extrapolamos los modelos a la realidad mexicana, donde las personas y los temas
se entremezclan, el segundo modelo parece el camino natural. Pero para
lograrlo, el Gobierno debería tener la disposición de negociar con sus más
radicales opositores, como hizo el británico con el Ejército Republicano
Irlandés.
Sin
embargo, en la actitud pública del Gobierno peñista no parece existir, en este
momento, esa disposición. La negativa inconsciente –porque declaran sí tenerla–
se refleja en el discurso de “venta” de la reforma, totalmente técnica, y con
contradicciones en los mensajes.
Utilizan
alegatos financieros y económicos, como si sus interlocutores estuvieran en esa
misma frecuencia. El Gobierno repite que la reforma es pivote para el
desarrollo, mientras que la izquierda asegura que se entregará el petróleo,
propiedad hasta ahora de los mexicanos, a manos privadas.
Para
la izquierda, la reforma es centrípeta; para el Gobierno, centrífuga. Es decir,
las dos propuestas de cambio para el desarrollo –en la que coinciden–, caminan
en sentido opuesto. ¿Cómo lograr que vayan en la misma dirección? Con
negociación política, no argumentación tecnocrática. Si al Gobierno le interesa
una reforma consensuada, deberá acercarse a la izquierda y hacerla parte de la
reforma. De otra forma, los votos le darán la reforma energética, y un país
polarizado y confrontado.
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