José Luís Reyna |
Después
de un ayuno presidencial que se prolongó por 12 años, el PRI regresó al lugar
de donde lo echaron: Los Pinos. Como sea, Peña Nieto resultó el triunfador de
la elección presidencial del año pasado. Tomó posesión del cargo con un
discurso que sorprendió a muchos: bien estructurado y con propuestas. Se
comprometió, entre otras cosas, a impulsar una reforma educativa para elevar la
calidad de la educación, a instrumentar una reforma a la Ley de Telecomunicaciones,
que aparentemente abrirá las puertas a la competencia y, muy importante,
acotará los poderes fácticos. Al día siguiente sorprendió una vez más: anunció
el establecimiento de un Pacto por México, integrado con los partidos de la
oposición. Una muestra de la capacidad negociadora del PRI (todo lo que es
negociable no le es ajeno) para intentar lograr acuerdos fundamentales para el
desarrollo del país. Logró instaurar, sin saber por cuanto tiempo, ese acuerdo
que para sus opositores era (y es) un salvavidas, pues ambos, PAN y PRD,
estaban al borde del naufragio después de los fracasos electorales que
experimentaron.
Enrique Peña Nieto |
Ocho
meses después, la administración presidencial de Peña Nieto, con todo y Pacto,
enfrenta problemas de no fácil resolución. La violencia no cede, la inseguridad
sigue de la mano con ella, la pobreza luce imbatible y la economía no da
muestras de que las cosas mejorarán en poco tiempo. Es más, las estimaciones de
diversos indicadores (crecimiento del PIB, por ejemplo) van a la baja. La
economía tiende a estancarse.
De
acuerdo con algunas encuestas, la aprobación del Presidente ha disminuido
(GEA-ISA): un decremento de 10 puntos porcentuales en un semestre. Una
interpretación al respecto insinuaría que las expectativas que generó hace ocho
meses empiezan a alejarse de la posibilidad de concretarse. En pocos meses se
pasó de un alto grado de aprobación a otro en que las dudas empiezan a surgir
en cuanto al desempeño presidencial.
La
economía muestra síntomas de desaceleración pese a que Estados Unidos está
creciendo por arriba de lo esperado y reduciendo su tasa de desempleo. Las
inversiones de capital foráneo han caído, el turismo no se encuentra en su
mejor momento, Pemex anuncia perdidas millonarias y la violencia sigue como si
nada. Merodeando por muchas partes del país, en especial Michoacán, que es una
zona fallida, las autoridades en esa entidad son material de ornato y la
delincuencia es el verdadero poder, que no la autoridad. Es esperable que este
“modelo” de poder no se expanda por otras regiones de la nación. Guerrero y
Morelos son dos entidades que se enfilan a esa zona fallida de gobernabilidad.
El
país está en una encrucijada. La violencia atiza por un lado y el crecimiento
económico se posterga por el otro. El procurador general de la República fue
claro en que resolver esta tensión no es cuestión de un sexenio; requerirá más
tiempo. Pero para que así lo sea tiene que haber iniciativas más contundentes
que, de manera coordinada entre los diferentes niveles de autoridad, saquen a
este país de la problemática en que se encuentra. Hay veces que resulta difícil
entender el pasmo de la autoridad cuando los habitantes de una zona (Michoacán,
por la voz del doctor Mireles) están indicando donde están los delincuentes y
la autoridad, federal o estatal, no escucha la indicación.
Si
Peña Nieto quiere en verdad instrumentar su proyecto de gobierno, tal como lo
anunció el 1 de diciembre pasado, tendrá que recurrir a tácticas más
contundentes para que el país no se asfixie. Por el momento, y después de ocho
meses de gestión, no ha habido pasos significativos para resolver los
problemas. Se cambió la estrategia de comunicar pero la misma no es un
mecanismo resolutivo de los conflictos. El tiempo apremia. Han pasado ochos
meses de los72 que dispone Peña Nieto y los resultados efectivos no son
convincentes. Es de esperar que la administración presidencial no se enconche
en el caparazón del viejo PRI en donde, así lo dice su historia, todo está bajo
control. Los primeros ochos meses de Peña no han concretado un resultado
esperanzador ni cumplido a cabalidad las promesas de campaña.
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