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13 de agosto de 2013

Los cangrejos

Roberta Garza
En el estilo corrosivo que la caracteriza Roberta Garza escribe en el espacio Acentos acerca del polémico tema de la despenalización de las drogas, principalmente la marihuana y se pregunta si con ese sencillo expediente se podrán resolver los problemas de la alta criminalidad y la violencia. El texto se publicó en los medios impresos de Grupo Milenio y lo tomamos para compartirlo de la página digital de Milenio Diario Laguna.

Magnífica como es, me sorprendería mucho que cuajara la propuesta de despenalizar la mota en el DF. Basta leer los comentarios al pie de la nota en los portales: hay desde quienes profetizan una marejada de nuevos adictos —la mariguana no es adictiva pero, al margen del detallito, en ninguna de las ciudades donde el consumo ya es legal se ha registrado un aumento sostenido de usuarios y, encima, los ya existentes nunca han tenido en el DF problema para conseguirla— hasta quienes acusan a los activistas, académicos y políticos involucrados de pachecos envenenadores de niños. Me cuesta muchísimo imaginarme a Pedro Aspe o a la señora Morera en una oscura esquina, con los ojos enrojecidos, ofreciéndole churros a la sana juventud mexicana pero, por lo visto, solo a mí: “¿Ustedes le darían mariguana a sus hijos?” escribe uno de los indignados lectores de este diario, como si el hecho de que el alcohol y el tabaco, el primero bastante más dañino para la salud que la mota y el segundo, además de eso, perfectamente adictivo, fueran de consumo obligatorio en las primarias por el mero hecho de ser legales.
Lo anterior ejemplifica por qué la iniciativa topará con pared: los mexicanos, en su mayoría, creemos que el ciudadano no sabe ni debe pensar por sí mismo, necesitando de un ser superior —llámesele gobernante, cura o patriarca— que nos proteja del error y nos guíe por la senda del bien para aglutinarnos en un atole ideológico tan prefabricado como cómodo y homogéneo. Por esto y porque no hay en México político en funciones dispuesto a contradecir ese paternalismo nacionalista, acrítico y conservador, y arriesgarse a perder las elecciones. De allí que movimientos como el de los 132 gólems pidieran muy orondos “regular” los medios para evitar la manipulación del pueblo bueno e indefenso ante la mafia de La rosa de Guadalupe, y que autócratas enemigos del pensamiento libre como López Obrador o Norberto Rivera, disímiles solo en la superficie, se opongan con igual y predecible ahínco a la medida.
Por otro lado, por alguna razón que se me escapa los proponentes han pedido la despenalización del consumo, pero sin tocar la producción y venta. La ventaja obvia es que los recursos de las fuerzas policíacas, antes anegadas por la persecución y procesamiento del pequeño consumidor casi siempre inocuo, podrán destinarse al combate de delitos más onerosos como el secuestro y el fraude. Pero los factores que conducen a que Juan Pérez pueda encender un carrujo, digamos, al final de la cena sin mayor problema, seguirán siendo delitos perseguidos; es decir, seguirán en manos del crimen organizado.
¿Por qué no actuar en grande y arrancar del todo esa industria, que pinta para ser el gran negocio que ya son las tabacaleras y, sobre todo, las fábricas de alcoholes, de las garras del narco, mismo que jamás destinará un peso de sus ganancias para campañas de salud pública ni para crear riqueza e infraestructura? ¿Por qué no colocarse, sin la retórica bravucona y vacía de costumbre, a la cabeza de un bloque de países latinoamericanos que en los hechos desnude y enfrente a la hipocresía estadunidense en cuanto a sus relaciones internacionales?
Pues, de entrada, porque de seguro Castañeda, Aguilar, Morera, Aspe y De la Fuente son unos viciosos que solo quieren que la droga llegue a nuestros hijos.
Twitter: @robertayque

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