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Roberta Garza |
En
el estilo corrosivo que la caracteriza Roberta Garza escribe en el espacio Acentos acerca del polémico tema de la despenalización de las drogas,
principalmente la marihuana y se pregunta si con ese sencillo expediente se
podrán resolver los problemas de la alta criminalidad y la violencia. El texto
se publicó en los medios impresos de Grupo Milenio y lo tomamos para
compartirlo de la página digital de Milenio Diario Laguna.
Magnífica
como es, me sorprendería mucho que cuajara la propuesta de despenalizar la mota
en el DF. Basta leer los comentarios al pie de la nota en los portales: hay
desde quienes profetizan una marejada de nuevos adictos —la mariguana no es
adictiva pero, al margen del detallito, en ninguna de las ciudades donde el
consumo ya es legal se ha registrado un aumento sostenido de usuarios y,
encima, los ya existentes nunca han tenido en el DF problema para conseguirla—
hasta quienes acusan a los activistas, académicos y políticos involucrados de
pachecos envenenadores de niños. Me cuesta muchísimo imaginarme a Pedro Aspe o
a la señora Morera en una oscura esquina, con los ojos enrojecidos,
ofreciéndole churros a la sana juventud mexicana pero, por lo visto, solo a mí:
“¿Ustedes le darían mariguana a sus hijos?” escribe uno de los indignados
lectores de este diario, como si el hecho de que el alcohol y el tabaco, el
primero bastante más dañino para la salud que la mota y el segundo, además de
eso, perfectamente adictivo, fueran de consumo obligatorio en las primarias por
el mero hecho de ser legales.
Lo
anterior ejemplifica por qué la iniciativa topará con pared: los mexicanos, en
su mayoría, creemos que el ciudadano no sabe ni debe pensar por sí mismo,
necesitando de un ser superior —llámesele gobernante, cura o patriarca— que nos
proteja del error y nos guíe por la senda del bien para aglutinarnos en un
atole ideológico tan prefabricado como cómodo y homogéneo. Por esto y porque no
hay en México político en funciones dispuesto a contradecir ese paternalismo
nacionalista, acrítico y conservador, y arriesgarse a perder las elecciones. De
allí que movimientos como el de los 132 gólems pidieran muy orondos “regular”
los medios para evitar la manipulación del pueblo bueno e indefenso ante la
mafia de La rosa de Guadalupe, y que autócratas enemigos del pensamiento libre
como López Obrador o Norberto Rivera, disímiles solo en la superficie, se
opongan con igual y predecible ahínco a la medida.
Por
otro lado, por alguna razón que se me escapa los proponentes han pedido la
despenalización del consumo, pero sin tocar la producción y venta. La ventaja
obvia es que los recursos de las fuerzas policíacas, antes anegadas por la persecución
y procesamiento del pequeño consumidor casi siempre inocuo, podrán destinarse
al combate de delitos más onerosos como el secuestro y el fraude. Pero los
factores que conducen a que Juan Pérez pueda encender un carrujo, digamos, al
final de la cena sin mayor problema, seguirán siendo delitos perseguidos; es
decir, seguirán en manos del crimen organizado.
¿Por
qué no actuar en grande y arrancar del todo esa industria, que pinta para ser
el gran negocio que ya son las tabacaleras y, sobre todo, las fábricas de
alcoholes, de las garras del narco, mismo que jamás destinará un peso de sus
ganancias para campañas de salud pública ni para crear riqueza e
infraestructura? ¿Por qué no colocarse, sin la retórica bravucona y vacía de
costumbre, a la cabeza de un bloque de países latinoamericanos que en los
hechos desnude y enfrente a la hipocresía estadunidense en cuanto a sus
relaciones internacionales?
Pues,
de entrada, porque de seguro Castañeda, Aguilar, Morera, Aspe y De la Fuente
son unos viciosos que solo quieren que la droga llegue a nuestros hijos.
Twitter: @robertayque
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