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Roberta Garza |
Roberta Garza, colaboradora de los medios impresos de Grupo Milenio desde el año 2000 señala lo trágico que resulta que los
mexicanos nos empeñemos en mirar hacia el pasado permaneciendo anclados a las
circunstancias de aquel entonces y evitando que la historia ocurra. El
comentario es en relación con la Reforma Energética, el Pacto por México y el presidente Enrique Peña Nieto.
Enlace: http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9189273
Es
trágico cómo los mexicanos se empeñan en mirar atrás. No que sea deseable
ignorar la historia, pero tampoco impedirla: que el parámetro áureo de la
discusión sobre la reforma energética sea lo asentado por el presidente Lázaro
Cárdenas en los años de la Segunda Guerra lo dice todo. Como en el caso de Felipe
Calderón y su guerra contra el narco, la culpa del traspiés retórico viene
desde Presidencia: en vez de un sonoro ¡arriba y adelante!, desde Los Pinos se
abrió la pelea mediática mirando derechito a 1938; no fuera a ser que si dejara
de ponerle copal al Tata fueran a secarse los veneros de Cantarell.
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Enrique Peña Nieto |
Quizá
porque hasta ahora cualquier intento de discutir el tema ha sido recibido con
todo menos con inteligencia o lucidez: las vestiduras se rasgan por el mero
hecho de preguntar por qué la inversión privada en Pemex es traición a la
patria. Sobre todo cuando recordamos que la recién creada empresa de todos los
mexicanos comenzó su vida, peleada como estaba con los aliados del imperio a
los cuales con razón despojó, exportándole petróleo a la Alemania nazi, y que
tanto el ejido que sumió a nuestros campesinos en la miseria y a México en la
insuficiencia alimentaria, como el control y la censura de la prensa a través
de PIPSA, la paraestatal del papel periódico, fueron encomiendas cardenistas,
sin que el hecho por sí solo les confiera infalibilidad o reproche, sino todo
lo contrario. Tampoco se entiende la visceral defensa de la equivalencia entre
el artículo 27 y los siempre indefinidos valores de izquierda, cuando desde las
peores dictaduras rojas como Cuba y Corea del Norte hasta países
latinoamericanos practicantes de un socialismo relativamente más moderno, como
Brasil, permiten y alientan la inversión privada en petroquímica sin desdoro
alguno para su soberanía.
A
quien le ha venido de peluches la fallida mercadotecnia presidencial es a
Cuauhtémoc Cárdenas, fundador de un PRD del cual se había ausentado desde que
el partido fue secuestrado por la pandilla de Rayito; paradójicamente Rosario
Robles, también damnificada del tabasqueño, primero secretaria de Gobierno y
luego sustituta de Cárdenas en el GDF cuando éste tomó licencia para buscar la
Presidencia en el año 2000, trabaja ahora en cuerpo y alma para la
administración que propone las reformas que Cárdenas ha dicho no pasarán jamás:
el ingeniero, desde el Monumento a la Revolución, ha propuesto en su lugar un
documento que, aparte de pedir la autonomía presupuestal de las paraestatales
Pemex y CFE —no poca cosa—, no considera necesario ningún cambio más, hablando
por el perredismo en pleno, pero también por ese viejo priismo de donde vienen
todos ellos y, por lo visto, todos nosotros: 54% de los mexicanos se opone a la
inversión privada en Pemex y 65% a la inversión extranjera.
Por
todo lo anterior, la cautela presidencial es tan comprensible como será contraproducente;
al elegir Peña Nieto comenzar para el Tata, con cariño, su propuesta de reforma
energética, ha elegido también una referencia tan extinta y añeja como
escabrosa, haciendo del mítico nacionalismo histórico que tan bien le sirvió al
tricolor durante siete décadas, y no de las necesidades actuales y futuras del
país, su punto de partida y su interlocutor primario. Quizá por ello también
sea su tara, o hasta su tumba.
Twitter: @robertayque
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