José Luís Reyna |
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En
una conferencia impartida en El Colegio de México (13/agosto), el procurador
general de la República, Jesús Murillo Karam, sostuvo la tesis de que la
violencia es una de las consecuencias de la desigualdad social. Más que la
pobreza. El diagnóstico del titular de la PGR es preocupante, porque si se
piensa en disminuir los niveles de violencia que prevalecen en el país es
necesaria una embestida frontal contra la desigualdad. Por tanto, la tarea es
de largo alcance: trascenderá sexenios.
No
se necesita reiterar que si algo distingue a México es su brutal desigualdad.
Desde siempre: pobre y desigual. De los 34 países que integran la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), México es el que tiene
la mayor desigualdad en la distribución del ingreso. El rediseño de la política
fiscal es una necesidad urgente. Sin embargo, este país ha adoptado la
costumbre de consentir a las grandes empresas, y sus respectivos empresarios, a
los que se les conceden exenciones fiscales y acaban pagándole al fisco una
tasa infinitamente menor que la de un asalariado promedio. Sin duda, un
indicador más de la desigualdad reflejada por la extraña política fiscal de
este país.
Jesús Murillo Karam |
Si
se consideran los hogares, el 10 por ciento clasificado como el más rico
percibe un ingreso de 44 mil 300 pesos, mientras que en el 10 por ciento de los
hogares más pobres el monto es de 2 mil 332 pesos mensuales. La brecha, con
base en estos datos del INEGI, es un poco menor a la estimada por la OCDE. Sin
embargo, transparenta que el problema de la violencia (no necesariamente la
vinculada con el narco), tal como fue señalado por el procurador Murillo Karam,
llevará un largo tiempo para ser resuelto. Si se quiere hacer una
interpretación de su tesis, la violencia y la desigualdad son las dos caras de
la misma moneda y, en consecuencia, tienen que ser combatidas por igual, con la
misma intensidad, con el mismo tesón: desafío complejo.
Un
pobre puede verse involucrado en actos delictivos, aunque no necesariamente
vinculados con la violencia: lucha por sobrevivir. Pero aquel que no es tan
pobre, pero siente que las oportunidades de ascenso social son reducidas tiende
a ser más propenso a delinquir: lucha por sobresalir. Hay razones, en
consecuencia, para apoyar la tesis de que la desigualdad es un factor que
contribuye a la violencia y, probablemente, aquella vinculada con la delincuencia
organizada.
La
violencia no es un fenómeno nuevo. Se acentúa en los momentos de crisis que
conducen también a la polarización social. Recuérdese que la delincuencia
asociada con el narco florece con fruición en los 80: ahí está de ejemplo el nuevo
mito llamado Caro Quintero, que de nueva cuenta es prófugo de la justicia. La
reedición de El Chapo. Personas humildes cuyas aspiraciones están definidas por
esa élite conspicua y consumista que el país tiene y que sobresalen por su
ostentación. Ésta es uno de los mejores acicates para inducir a delinquir en
aras de disminuir la brecha que separa al pobre del que es inmensamente rico. Y
Caro lo consiguió. En 1985, de acuerdo con algunos, poseía 500 millones de
dólares.
El
combate a la violencia se complica aún más porque no solo la desigualdad es un
elemento que la estimula sino la debilidad de los sistemas de justicia y de
información que el país tiene. La justicia está colgada de un hilo muy fino. La
información de la que dispone el Estado (bancos de huellas dactilares, de ADN,
de vehículos registrados, etcétera) es en extremo deficiente, por lo que
difícilmente puede hacerse más de lo que hasta ahora se hace. De acuerdo con el
procurador, la construcción de sistemas de información es una tarea impostergable.
Puede
afirmarse que la tesis de Murillo Karam es válida en su intento de explicación
de lo que acontece en México. Falta por definir con qué instrumentos se
combatirá el binomio violencia-desigualdad, que se ha vuelto un azote nacional.
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