Juan Pablo Becerra Acosta. |
“El
problema es que las comunidades se dividen y se pelean una y otra vez. Surgen
líderes criminales que envuelven a los más vulnerables, a los más codiciosos, y
claro, a los más malos, a los hijos de puta, que los hay por montones, y han
hecho de esta tierra calentana un campo santo interminable. Un mundo donde la
desconfianza y el pánico han avanzado tanto que no parece que haya manera de
revertirlos. Es la obsesión del dinero y el poder. Del: ‘A ver quién es más
cabrón’”. Reportero “de a de veras” en los medios de Milenio Diario
Juan Pablo Becerra-Acosta hace el relato crudo de cómo se vive en
Michoacán, el texto se publicó el 28 de octubre del 2013, en la sección
Acentos.
Regresé
una vez más a Tierra Caliente este fin de semana. Ya perdí la cuenta de las
veces que varios compañeros fotógrafos, camarógrafos y operadores de LiveU
hemos venido a Michoacán desde mayo. No deja de doler este lugar. Siempre hay
violencia, enfrentamientos, muertes, ejecuciones, desaparecidos, desplazados,
miedo. De hecho, terror. Todos dicen querer paz y pocos, o nadie, hacen algo
concreto para establecerla. ¿Los gobiernos locales, el estatal o el municipal?
Nada. Ellos son júniores a la espera de su papi federal. Y mientras tanto,
lentamente la Tierra Caliente se desangra sin cesar.
La
belleza de las tierras michoacanas no deja de sorprenderme. Es una tierra
fértil, generosa, que ofrece mango, limón, aguacate, papaya, plátano. Son
productos que se consumen en todo el mundo. Los michoacanos podrían vivir tan
bien. Es una tierra de gente amable, alegre, hermosa también. Si uno pasea por
las noches en Morelia puede andar por las calles plácidamente, beber en una
terraza, comer en otra. El Centro usualmente está lleno de gente que
simplemente quiere gozar estar viva. Ver una buena película. Reír. Bailar.
Charlar en paz.
Y
cuando uno sale por las noches en los poblados de Tierra Caliente, lo mismo.
Cuando uno entabla conversación con los calentanos, con la gente sencilla y
trabajadora del campo, son amables, generosos, atentos, cordiales, incluso
amistosos y hasta cariñosos.
El
problema es que las comunidades se dividen y se pelean una y otra vez. Surgen
líderes criminales que envuelven a los más vulnerables, a los más codiciosos, y
claro, a los más malos, a los hijos de puta, que los hay por montones, y han
hecho de esta tierra calentana un campo santo interminable. Un mundo donde la
desconfianza y el pánico han avanzado tanto que no parece que haya manera de
revertirlos. Es la obsesión del dinero y el poder. Del: “A ver quién es más
cabrón”.
Hace
más de un mes un par de líderes de las autodefensas me habían confiado que
pretendían avanzar hacia Apatzingán y “tomarla”, para liberarse definitivamente
(según ellos) de Los caballeros templarios, que tanto los han asolado con sus
extorsiones, secuestros y ejecuciones. Me parecía una balandronada. Me quemaba
la información, pero la guardé hasta que, en dado caso, fuera inminente. El
sábado cientos y cientos de ellos (mil tal vez), en vaya usted a saber cuántas
camionetas (unas 500), avanzaron hasta las puertas de Apatzingán. Iban armados
hasta los dientes, con escopetas, pistolas y fusiles. El Ejército les impidió
ingresar armados, pero no evitó que avanzaran sin armas. Ocuparon el zócalo
durante horas. Luego se fueron. Observé detenidamente los rostros de la gente.
Salvo los otros, los de indeleble cara de hijo de puta, la mayoría era pueblo.
Este
domingo salieron a las calles cientos de oriundos de Apatzingán. Estaban
furiosos. Miradas de verdadero encabronamiento. Arremetían verbalmente contra
los soldados y federales por haber permitido que las autodefensas entraran a su
coto. Un coronel y otros mandos los calmaron, los recibieron y les dejaron en
claro lo mismo que ayer: que ellos no alcahuetean a nadie, que simplemente
vigilaban que no hubiera enfrentamientos.
Pero
lo que me llama la atención es lo mismo que con las autodefensas: además de
aquellos con cara de desgraciados y actitudes de tales, los rostros son de
pueblo. Todos podrían ser, los de ayer y los de hoy, como dicen aquí, “primos”.
Y no, son rivales que se siguen matando, rivales que se odian.
Francamente
no veo cómo alguien pueda solucionar este infierno familiar…
twitter.com/@jpbecerraacosta
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