En
la columna Doble Fondo que se publica en los medios impresos de Grupo Milenio el reportero Juan Pablo Becerra Acosta habla de la seguridad en general que
existe en el Distrito Federal por donde
los ciudadanos se pueden desplazar con tranquilidad, excepto cuando las marchas
y los plantones coartan los derechos de los defeños y cuando se ponen locos
quienes forman parte del crimen organizado chilango que según la Jefatura de
Gobierno no existe, el artículo fue publicado el pasado 26 de agosto en Milenio Diario
Laguna.
Enlace: http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9189811
En
la Ciudad de México hoy se puede caminar y transitar por las calles hasta tarde
sin grandes temores. Hay delitos, pero la seguridad es aceptable: adonde voltee
uno en la noche no pasarán más que unos segundos o minutos para que surja la
policía en una o dos patrullas. En general se siente uno seguro, tranquilo,
cobijado por la presencia policial que disuade la comisión de crímenes.
Con
sus cientos y cientos de museos, galerías, teatros, cines, conciertos,
restaurantes, bares, antros, parques, y rincones, es muy disfrutable el
Distrito Federal. A pesar del caos vehicular cotidiano que provocan las
marchas, del todavía insuficiente transporte público, de la carencia de agua
permanente en muchas colonias, y de ciertos rasgos de racismo que hay que
extinguir, Chilangolandia es una agradable aventura cada día: un caleidoscopio
de hábitos y culturas que en su mayoría son liberales y progresistas.
Ahora
bien, en esta ciudad sí hay presencia del crimen organizado. Bien haría Miguel
Ángel Mancera en dejar de subestimar este problema (o de matizarlo), como
hicieron sus antecesores, porque así no lo va a enfrentar con eficacia. Es un
asunto de mercado: aquí los narcotraficantes tienen, durante el año, al menos
de jueves a sábado de cada semana, cientos de miles de potenciales clientes que
quieren consumir mariguana, cocaína y tachas, entre otras sustancias. Negarlo
no solo es carencia de sentido común, sino una reverenda estulticia.
En
el sexenio pasado, Marcelo Ebrard empezó detectando dos mil puntos de venta de
droga y terminó con un censo de diez mil. El pasado 7 de agosto mi compañera
reportera Leticia Fernández publicó cifras espeluznantes de la Secretaría de
Seguridad Pública capitalina: hay narcomenudeo… ¡en una de cada dos colonias
del Distrito Federal! En mil 84 de dos mil 150 colonias, 50.4% del total. Hay
narcomenudistas que efectivamente operan solos, que tienen sus clientelas
restringidas, pero hay otros que forman parte de lo que las autoridades locales
llaman eufemísticamente bandas.
Esas
bandas, como las involucradas en el caso Heaven —La Unión Tepito y La Unión
Insurgentes—, ¿de dónde cree el señor jefe de Gobierno que obtienen sus
numerosas drogas? ¿Reciben las grapas de coca vía DHL y tienen como remitente a
un campesino colombiano? No, son abastecidos por cárteles de la droga y operan
contablemente como tentáculos de éstos. Aquí los narcos tienen sus nombres
propios (“su propia carta de naturalización”, como dijo Manuel Mondragón el 11
de julio), y no se identifican como el brazo chilango de Los templarios (o del
cártel que sea) porque aquí, a diferencia de Acapulco, no son estólidos y no
calientan su propia plaza hasta canibalizar y extinguir ellos mismos su
mercado.
Salvo…
cuando cometen la monstruosidad de ponerse locos y andan regando cabezas y ejecutados
como ya ha ocurrido, o de provocar casos atroces como el del Heaven, cuyas
víctimas tienen huellas de haber sido “martirizadas” y luego sepultadas en una
fosa clandestina cubierta con cemento, asbesto y cal, según los primeros
exámenes forenses. Con el sello de la casa (narca), pues.
Cuidado,
porque cada vez que se retoma el debate de si hay o no crimen organizado aquí,
se debe a un caso más espeluznante. Cuidado con seguir dejando que se pongan
locos los narcos chilangos por andar en negación…
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