Roberta Garza |
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La
capital de todos los mexicanos no está bajo el asedio de ejércitos extranjeros,
ha padecido desastres naturales catastróficos ni está el país en guerra civil.
Sin embargo, ambas cámaras del Poder Legislativo han sido evacuadas de sus
sedes habituales para poder sesionar. ¿La razón? Que ni las autoridades locales
ni las federales pueden garantizar la seguridad del pleno ante la llegada de un
contingente de maestros que estrangula las calles, toma el Zócalo, cierra el
aeropuerto —“que sigue operando con normalidad”, dijo el vocero del AICM; que
nadie pueda entrar o salir supongo es problema de cada quién, pienso, mientras
me corto las venas con una galleta María— y cerca el Senado y el Congreso para
exigirle a los legisladores desechar un paquete de leyes que condicionaría su
trabajo al desempeño; es decir, que, mal que bien, garantizaría la rendición de
cuentas. Los inconformes, no sobra decirlo, vienen principalmente de los
estados con el mayor ausentismo y más bajo desempeño escolar de un país de por
sí colero en el ramo.
Esto
indica dos cosas: que México no tiene futuro si así está la tesitura de la
planta magisterial nacional, a la cual, independientemente de la aprobación de
las nuevas leyes, no se le ve arreglo en los próximos años o quizá décadas, por
no existir en el país instituciones que garanticen la formación de docentes con
habilidades y estándares pedagógicos, o siquiera éticos o cívicos; y que
tampoco tiene presente si los custodios de nuestras leyes son así amenazados
sin que la autoridad pueda garantizar la integridad y la libertad no solo de
los legisladores, sino de los ciudadanos de a pie violentados por las marchas.
Quienes acusan que lo que se está pidiendo es represión o sangre, o que el
zafarrancho es un compló de la “derecha” para mancillar a Mancera —o a
cualquier santón de los que se dicen izquierda en México—, quienes equiparan
vandalismo, chantaje y secuestro con libertad de expresión y justifican las
tácticas cavernarias de los sindicalistas argumentando el difícil contexto del
pueblo bueno —como si los miles de pequeños comerciantes, las miles de personas
comunes afectadas severamente en su vida y patrimonio por los bloqueos no lo
fueran—, quizá merecen que el país se les desmorone entre las manos.
Enrique Peña Nieto |
PS:
Murió Ricardo Elizondo, historiador, dueño de uno de los más interesantes
archivos fotográficos de México y perpetuo enamorado de un norte que quizá ya no
exista del todo; de su luz, de sus personajes, de sus desiertos, de sus cuentos
y corridos. Su biblioteca-estudio, al pie del Cerro de la Silla, siempre estaba
llena de rosas frescas, de tragos y de historias. Queda su obra, pero a Ricardo
lo vamos a extrañar.
Twitter: @robertayque
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