René Delgado Ballesteros. |
Hay ocasiones en que los inconvenientes que se presentan en alguna situación valen la pena cuando a cambio de sufrirlos se van a tener de manera permanente ventajas o bienestar señala en su columna Sobreaviso el analista político René Delgado Ballesteros el sábado 7 de septiembre en El Siglo de Torreón, Delgado publica también en El Universal y en los medios impresos de Grupo Reforma.
Enlace: http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/911005.malestar-por-bienestar.html
Es
fastidioso y desesperante no saber si se podrá llegar al trabajo, la cita o al
aeropuerto en virtud de las marchas y bloqueos del magisterio rebelde, pero ese
malestar es poca cosa si, al final, esos días de perro se traducen en la mejora
educativa de los escolares. El malestar temporal a cambio del bienestar general
y prolongado es el sacrificio a sufrir cuando se quieren remover privilegios y
prerrogativas mal concedidos a una porción de la sociedad a costa del resto.
Ese es
el significado de esos días. Sin importar su ámbito de incidencia, cualquier
reforma implica lidiar con resistencia. Desde esa perspectiva, y por lo que
viene, más vale reconocer el Paseo de la Reforma como la Avenida de la
Resistencia. Importa asumirlo porque muchas de las voces quejumbrosas o, peor
aún, ansiosas por escuchar el golpe del tolete contra los escudos de la policía
parten de la ilusión de que las reformas deben realizarse sin que las hojas de
los árboles se muevan. No es así.
Aprobado
el marco jurídico de la reforma educativa donde se vio la actuación del Poder
Legislativo, falta por ver la actuación del Poder Ejecutivo en la
instrumentación y el aterrizaje de ella, o sea, falta por ver el gobierno de la
reforma educativa porque, no es nuevo, muchas veces las reformas se secan en
las hojas donde quedan escritas.
Se dio
un paso difícil, molesto, pero se dio. Es menester dar los siguientes.
***
Lo
ocurrido en los últimos días, particularmente, durante el fin de semana pasado,
exige revisar con mayor serenidad lo sucedido: festejar los aciertos, lamentar
los errores, valorar lo conseguido y lo concedido, así como reflexionar si,
aprovechando la reforma de las leyes, no convendría reformar también hábitos y
conductas políticas.
Pese a
quienes consideran que debió aplicarse la fuerza y someter a quienes
atropellaron derechos ciudadanos, constituye una victoria la conjura del
fracaso de la política y la instauración de la violencia. Se dice fácil, pero
en un tris se estuvo de manchar con sangre la reforma. Abatir la violencia cuando
ésta se ha instalado como una forma de relacionarnos es reivindicar la política
y privilegiar la civilidad como mejor forma de entendernos. Y eso es motivo de
satisfacción. Puede no reconocerse, pero fue una hazaña.
En
sentido contrario de ese mérito, los poderes Ejecutivo y Legislativo, así como
el gobierno del Distrito Federal, cometieron un error. Si bien el presidente de
la República hizo bien al postergar su visita a Turquía y al mover día, hora y
lugar de su mensaje con motivo del informe y si bien el Congreso hizo bien al
apresurar la aprobación de la ley que obliga al magisterio a evaluarse, ambos
poderes, junto al gobierno capitalino, se desentendieron de la ciudadanía.
Incurrieron en reproches mutuos, sin que ninguno informara y explicara cabalmente
a la sociedad el porqué de la tensión, subrayando lo que estaba en juego.
Al
poner todo el empeño en garantizar la instalación del Congreso de la Unión,
asegurar la entrega del informe de gobierno, blindar el mensaje presidencial y
aprobar la ley mencionada se mandó una señal, que, desde la percepción
ciudadana, resultó desalentadora: importaba garantizar las necesidades de la
élite política, no los derechos de la ciudadanía.
Cumplidos
los protocolos y actos de aquellos dos poderes, se dejó al magisterio convertir
a la ciudadanía en el rehén de sus bloqueos, marchas y sitios. Por encima de la
élite política, nada; a costa de la ciudadanía, lo que se quiera. Ese fue el
desalentador mensaje.
De ahí
los tweets del jefe del Gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera, ansiosos por
establecer que el ahorcamiento de los ciudadanos exigía la actuación conjunta
de los gobiernos involucrados.
***
En esos
días de perro, se hizo política y, sin embargo, absurdamente, se negó
practicarla. Lejos de destacarla como instrumento clave para conjurar la
violencia, unos y otros ocultaron, como algo vergonzante, practicarla.
En esto
hay algo curioso, la clase política en su conjunto -en el poder, en la
oposición o en el no poder- comparte un discurso inflexible y una conducta
flexible, ambos con ribetes deplorables. El gobierno no cede ante presiones, la
oposición no da un paso atrás en su demanda, la reforma va porque va, la
reforma no pasará, todos firmes en su discurso público, pero todos, en la
práctica, negociando en los despachos del poder o incluso en los cuartos de
hotel para, al terminar de negociar, jurar no haber negociado nada.
La
negociación, no la transa, es consustancial a la política. Si se niega la
negociación, se niega la política y es evidente que, en la aprobación de la ley
del servicio profesional docente, el gobierno y los partidos negociaron con la
resistencia magisterial: hicieron concesiones mutuas, por fortuna y hasta donde
se alcanza a ver, sin torcer el reglamento sujeto a aprobación.
No
sobraría que los integrantes del Pacto por México, gobierno y partidos, así
como salen juntos a anunciar sus propósitos, salieran a hacer el balance de los
resultados. Qué se concedió, qué se denegó y, a partir del ejercicio, señalar
el límite y el horizonte de la reforma educativa y a comprometer la ruta
crítica de su instrumentación. Si política es negociación, también es
comunicación.
Pudieron
hacerse de otro modo las cosas, posiblemente. Sin embargo, más allá de esas
otras opciones, de los aciertos y errores cometidos en el procesamiento del
marco jurídico de la reforma educativa, de los costos y las ganancias políticos
y sociales en el corto y el mediano plazos, el tramo quedó cubierto: se cuenta
con la ley para ensayar la mejora en la educación. Y eso es un triunfo.
El
malestar temporal no puede olvidar cuántas veces se intentó la reforma, cuántas
veces se pervirtió y transó. El malestar coyuntural no puede ignorar el posible
bienestar estructural que, concretada la reforma, supone para los escolares y,
por lo mismo, para el futuro nacional.
Conviene,
por ello, revisar y reflexionar sobre lo ocurrido estos últimos días. Salir del
grito de este-puño-sí-se-ve o de este-tolete-sí-se-siente. A partir de la
experiencia, determinar el orden, los términos, el ritmo y los plazos para
atender las reformas pendientes (telecomunicaciones) y las ya anunciadas:
político-electoral, energética, fiscal, financiera... Tienen más impacto que
pacto de por medio, su beneficio y perjuicio es todavía más debatible.
Pese a
las molestias y resistencias que reformar provoca, es preciso darle al país una
oportunidad, al país, no sólo a un sector. Venga lo que sigue.
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