Buscar este blog

9 de julio de 2015

Un vitral sanador

Lo normal en una sociedad machista como la mexicana es que juzguemos desde una posición hipócrita y de superioridad moral a quienes son diferentes en sus preferencias sexuales motivo por el que resulta extraordinaria la manera de actuar de personas como Lilia Margarita Rivera Mantilla, quien en el presente texto nos habla de homosexualidad, tolerancia, yoga kundalini, cine y de como el llamado cáncer rosa o Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida o SIDA mató a tantos, de terror. En la actualidad el VIH sigue siendo una pandemia aunque cada día un mayor número de personas de alto riesgo vive abiertamente su sexualidad pero se informan y protegen para proteger su salud y llevar una vida con decoro y dignidad.

Afortunadamente no todo es desolación en los hospitales del sector salud en México.
Así pensaba ese mediodía cuando esperaba, entre paciente y derrotada, el momento en que me tocara el turno para pasar a consulta. A pesar de la medicina homeopática y de seguir rigurosamente la dieta prescrita por el médico, había decidido que me operaran para que me extirparan la vesícula biliar. Ya me habían dicho dos médicos que sería algo muy sencillo, que no me arriesgara a que se presentara un cuadro más grave, que el cálculo nunca se iba a desbaratar. Me convencieron. Y allí estaba yo en ese lugar cuando podría estar ejercitando cuerpo, mente y alma en mi clase de yoga kundalini.
Me encontré ese día con un buen número de personas que esperaban ser recibidas por el médico en turno. Algunos buenos pacientes, otros muy impacientes. Pocos como yo, indiferentes pero enojados consigo mismos por ser tan estúpidamente mortales como para necesitar una operación.
Vitral Quinto Sol IMSS 2
A pesar de mi enojo, reparé en que el lugar estaba cálidamente iluminado, y recordé el bello vitral, obra de Salvador Pinoncelly, que sirve como plafón para cubrir el patio central que también es el vestíbulo del Hospital Carlos McGregor del Instituto Mexicano del Seguro Social, popularmente conocido como “el Gabriel Mancera” debido a la famosa calle en donde está ubicado.
Es un vitral de fuertes colores: rojo, amarillo, azul y blanco que iluminan las figuras que representan; en el centro del mismo, al sol en general, y en cada extremo el sol del oriente y el sol del poniente.  Me concentré en la imagen del vitral y en sus colores que eran traspasados por la luz natural del sol; me olvidé que estaba en un lugar al que había llegado sintiéndome como chivo rumbo al matadero, y empecé a sentirme un tanto hipnotizada por figuras y colores, como si estuviera meditando ante un mandala.
Me despertaron las voces de algunas enfermeras que llamaban en voz alta a los pacientes a quienes, por fin, había llegado la hora de pasar a su respectiva consulta.
Impaciente, me puse de pie y me dirigí al barandal del pasillo, desde allí se puede ver toda el área de consultorios. Pero mi vista se dirigió hacia abajo, hacia la entrada del hospital. Y pude ver como un hombre aún de apariencia bastante juvenil, entraba partiendo plaza por el centro del vestíbulo. Saludaba alegremente si se topaba con alguien a quien, seguramente, ya conocía. Llevaba una pequeña bolsa tipo mochila colgando de un hombro; a diferencia mía, subió con agilidad las escaleras y al llegar al piso donde yo también me encontraba, giró con seguridad a su izquierda, al lado contrario del pasillo en donde yo esperaba entrar a revisión. Y entonces lo vi acercarse  a donde se encontraba un grupo de hombres. Sí, la mayoría eran hombres. Muchos entre sus treinta y cincuenta años, podría asegurar que no vi mujeres, no en ese momento en que  apenas me había llamado la atención ese grupo de pacientes tan singular.
Decidí dirigirme hacia allá, al pasillo opuesto. Con seguridad y naturalidad fingidas, y aprovechando mi uniforme blanco de yoga –ilusamente pensé que mi cita sería respetada en tiempo y que llegaría a la hora justa a mi clase, así es que iba vestida de impecable color blanco-, actué como si fuera una trabajadora de ese hospital para que no fueran a pensar que andaba haciendo una investigación morbosa, lo cual, efectivamente, así era. Pasé junto al grupo. De manera atenta pero disimulada, me fijé en el letrero que avisaba de la clase de tratamiento médico que se daba allí. Fueron ciertas mis sospechas. Allí se seguía el estado de salud de los pacientes infectados con el virus de inmunodeficiencia humana, VIH; portadores del virus, pacientes con la enfermedad declarada, pero de pie, dispuestos a luchar.
Pedro Infante en
el gimnasio.
 Y sentí una mezcla de alegría y tristeza infinitas. Alegría por estos hombres que sin tapujos, sin fingimientos venían a este hospital, a la luz del día, a la luz de ese sol que se filtraba a través del vitral para que, con todo derecho, se les ayudara a recuperar su salud, así como yo estaba dispuesta a recuperar la mía, la cual también se había alterado por no saber contener ni la boca ni las emociones.
Han transcurrido siete años desde aquella mañana en que contemplaba el vitral del Quinto Sol. Este sábado 27 de junio de 2015 se ha celebrado la marcha anual del orgullo lésbico-gay, y no puedo dejar de comparar lo que hoy se vive “gayly”, alegremente, con aquellos años de ansiedad, miedo y profunda desolación.
La tristeza me hacía punzar el corazón al recordar a todos aquellos que fallecieron cuando se declaró la epidemia del mortal SIDA. Yo supe de esa nueva enfermedad que estaba atacando ya a un preocupante número de personas, pero que la comunidad científica no acertaba a definir su origen, en los primeros meses de 1982. Tres años después el mundo se empezaba a enterar de los primeros muertos famosos a causa de esta enfermedad, y el terror se apoderó de muchos.
Y pienso que de eso fallecieron tantos. De terror.
La gran mayoría de los infectados, el grupo de alto riesgo, fueron los hombres homosexuales. Muchos con sus cadáveres guardados en el armario: homosexual de clóset. Ya bastante neurosis, angustia, desazón, pánico les habían acompañado a lo largo de su vida al sentirse señalados por su perversa desviación, cuánto habían sufrido para fingir bien el papel de machos y que no se les fuera a condenar al ostracismo, y ahora esto que no solo los iba a exhibir, a denigrar sino hasta a matar de una manera atroz y humillante.
Y pienso en la ignorancia y en la doble moral que siempre se enseñorean en la mayoría de los inquisidores. Y recuerdo a un buen médico que me contaba con tristeza de un amigo suyo que había muerto de sida por contagio de sangre infectada al recibir una transfusión, inmediatamente me aclaró cómo había sido su mala suerte porque él no se había contagiado por perversión. ¿Cuál perversión? Prácticas sexuales con parejas del mismo sexo. Bien, entendido.
Y reflexiono. Homosocialidad y homosexualidad ¿qué tan diferentes son? ¿Qué tan delgada o gruesa la línea que las divide?
Luís Aguilar y Pedro Infante en una
escena de A Toda Máquina.
Los conventos para monjes, los conventos para monjas, los internados para señoritas, los internados tipo militar para varones, los boyscouts, las girlscouts, el club de Toby, el club de La Pequeña Lulú, la abstinencia sexual entre los sacerdotes de la iglesia católica, los marinos, los militares, los hombres en grupo aislados lejos de las mujeres, las cantinas para hombres, los gimnasios solo para hombres. En esta clase de asociaciones ¿cuánta homosexualidad egodistónica existirá?  Pero mientras la homosexualidad no se muestre abiertamente, se tolerará evasivamente como un mal aislado y pasajero, algo que se corregirá con voluntad y terapia psicológica
Solamente toleramos la homosexualidad abierta cuando quien la ejerce se caricaturiza. Aguantamos al cómico que se trasviste o que actúa con ademanes afeminados para hacer burla del jotito del barrio, que es el estilista de señoras, modisto de señoras, bailarín de cabaret y hasta de danza clásica. Mientras sea vodevil está bien, en la vida formal, impensable.
Desde que era niña he visto incontables veces las películas que protagonizaron Pedro Infante y Luis Aguilar: ATM, A Toda Máquina, y Qué Te Ha Dado Esa Mujer. Ahora consideradas como películas donde se muestra la vida cotidiana de un par de hombres de apariencia totalmente varonil pero con actitudes (no maneras) homosexuales. Compartían, se querían, se celaban, se peleaban y alejaban a las mujeres que se interponían entre ellos, entre su relación de cuates, de homosocialidad. Luis y Pedro prototipos del machismo misógino en una franca actitud homosexual. Sin embargo, Sergio de la Mora, investigador de la Universidad de California y autor del libro Cinemachismo, cuenta que Pedro Infante estaba consciente y dispuesto a protagonizar esta clase de historias. No le rehuyó a la idea de interpretar a un hombre que, inexplicablemente, empieza a tener más que simpatía, atracción física, por otro supuesto hombre como sucede en Pablo y Carolina.
Y veo la diferencia de criterio con que fueron tratados Oscar Wilde y Elton John. El primero condenado hace un siglo a pasar dos amargos años encerrado en la prisión de Reading acusado de sodomía por sus relaciones con Lord Alfred Douglas. Elton John condecorado Sir en 1999 por la reina Isabel II de Inglaterra por sus aportaciones a la música moderna en el mundo. Casado legalmente con David Furnish.
En México, en la actualidad, Juan Gabriel famoso por su fingida vida heterosexual pero ademanes afeminados, afectados, gana millones de pesos mientras jotea (así tal cual) libre y descaradamente por el escenario. Y recuerdo a otros dos hombres del cine de mi época de niña: Arturo de Córdova y Ramón Gay. Ambos varoniles, apuestos, finos, cosmopolitas.  Llevaban una relación oculta amorosa, apasionada y de gran fidelidad. Ramón Gay apoyado y protegido por de Córdova.
Ramón Gay, irónicamente, muere asesinado en 1960, a manos del esposo de Evangelina Elizondo, quien tenía celos de él al sospechar que su mujer vivía un romance con Gay. Lo mata a balazos cuando éste pasa a recoger su auto que había dejado en la puerta de la casa de Evangelina; al estarse despidiendo llega José Luis Paganoni quien dispara varios tiros sobre el actor.
Arturo de Córdova se une, sin matrimonio, a Marga López en 1964. Desde ese momento permanecen juntos hasta la muerte de Arturo de Córdova. En 1967 sufre una embolia cerebral que le paraliza el lado izquierdo del cuerpo, lo cual acelera el deterioro de su salud para morir en 1973 a causa de un accidente cerebro vascular.
¿Por qué vivir junto a Marga López? ¿Un acuerdo para seguir ocultando su homosexualidad? Fingimiento que tal vez provocaba esa actitud neurótica, colérica y afectada en los personajes que interpretaba,  de a veces cruel indiferencia hacia los papeles que actuaban sus compañeras de escena.
Aún quedan hombres y mujeres que viven a escondidas su verdadera sexualidad, todavía hay temor al señalamiento inquisidor. Pero muchos han decidió vivir abiertamente, de cara al sol. Sigue el contagio del VIH por transmisión sexual. Pero ese ya es una especie de suicidio. La información sobre cómo protegerse existe para todos los que quieran conservar la salud.
Este día vuelvo a concentrarme en el recuerdo del vitral de Salvador Pinoncelly. Imagino y siento los colores: rojo, amarillo, blanco y azul, y creo mandalas que se esparcen por los pasillos, escaleras y vestíbulo del Hospital Carlos McGregor del IMSS. Deseo creer que esa luz que se filtra por el vitral ha ayudado a sanar a todos los que acuden en busca de auxilio. Vi hombres dispuestos a luchar por su vida. Estoy con ellos.
Lilia Margarita Rivera Mantilla
Junio de 2015. México, Distrito Federal