Buscar este blog

16 de noviembre de 2013

Contaminación

Adela Celorio.
En su colaboración semanal para El Siglo de Torreón la escritora Adela Celorio trata el tema de la contaminación que ocasionan medios como la televisión al grado de que ya ni a la hora de tomar los alimentos es posible sustraerse a los programas que se transmiten a través de la pequeña pantalla, donde el futbol y otras obsesiones se encuentran omnipresentes.

Niña antigua como yo, mi amiga Pelusa comparte conmigo la vieja costumbre de la mesa y la sobremesa platicadas. Seguimos creyendo en el vino para aligerar el espíritu y hacer más suculenta la conversación. A pesar de nuestras grandes diferencias (ella es elegante y sexy; yo descuidada y malhecha) y tal vez porque no hay lugar a la competencia, nuestra amistad que con los años ha adquirido derechos de hermandad, mantiene vivo el entusiasmo por reunimos lo más frecuentemente que nuestras vidas lo permiten; para comer, beber y arreglar el mundo; para volverlo a poner en pie, y para reponernos de la incomunicación que con su tecnología de punta nos impone la familia. -"Una vez a la semana recibo a mis hijos a comer, me paso la mañana cocinando lo que les gusta y cuando se sientan a la mesa ni lo notan; concentrados como están en las pantallas de sus tabletas, en los mensajes de facebook, en responder o llamar de sus teléfonos celulares. En realidad ellos están en otros mundos y no queda espacio para la convivencia" -se queja mi amiga, nos quejamos las dos. Es por eso que cuando nos encontramos, Pelusa y yo nos arrebatamos la palabra. Hablamos al mismo tiempo, la que respira pierde. En mi urgencia de hablar, con frecuencia las cabras se me van al monte. Menos mal que mi amiga-hermana tiene la habilidad de volverme siempre al camino: "Si -me dice- pero estábamos hablando de otra cosa… Ya entradas en el verbo, nos quejamos de nuestros respectivos Querubines, de los hijos, de la lluvia y del giro que dio el mundo.
¡Qué barbaridad, ya no entendemos nada! Las únicas reglas son no hablar con la boca llena ni mencionar los nombres de nuestros políticos para no ensuciarnos la boca con porquerías. Ante la necesidad de ventilar en unas horas tantas conversaciones que traemos reprimidas, nuestros encuentros tienen algo de ansiedad, por lo que procuramos encontrarnos en lugares tranquilos y poco ruidosos; cada vez más difíciles de encontrar. Pocos restaurantes en esta ciudad mantienen la dignidad y el ambiente propicio para la conversación.
Muy pocos los que se abstienen de las pantallas encendidas de sol a foco. Ante la imposibilidad de encontrar nuestro lugar ideal, la otra mañana Pelusa y yo elegimos para desayunar y conversar; el ala más tranquila de un restaurant; espacio que compartíamos sólo con un señor que a unas cuantas mesas de distancia se concentraba en teclear su computadora. Era evidente que ni él ni nosotras teníamos el menor interés en los jóvenes que en calzoncillos diputaban a patadas un balón en las pantallas que desde todos los ángulos se imponían a la mirada. Pedimos entonces al mesero que nos atendía, que nos hiciera el favor de apagarlas. ¿Apagarlas? -Preguntó tan sorprendido como si poniendo una pistola en su pecho, le hubiéramos dicho: ¡Esto es un asalto!. "¡Sí, apagarlas! -Mire usted, ni aquel señor que está trabajando en su computadora ni nosotras tenemos interés de ver sus televisores. Apáguelos por favor" -"Perdonen señoras pero o no estoy autorizado para hacer lo que ustedes me piden". -"Llame entonces al gerente". Y vino el gerente sólo para decirnos que no, que no y que no. Si no puedes con el enemigo, únete a él, aconseja la sabiduría popular y pues ni modo; tuvimos que seguir platicando ante la inevitable presencia de los futbolistas. -"Ya no hay que quejarnos" -aconsejó Pelusa. "Nos guste o no, el ambiente está viciado y el futbol es lo menos nocivo. Seguro te has dado cuenta de la obsesiva preocupación que nos causa la obesidad, el humo de los fumadores y hasta la sal que hemos retirado de la mesa para evitar la hipertensión; y sin embargo no acabamos de asumir el envenenamiento moral al que estamos expuestos sin mascarilla de protección.
Se trata de un veneno de acción lenta que anula las defensas y sin darse uno cuenta, pierde la autoestima y se ve envuelto en la mierda sin siquiera cambiar el canal. Si pensamos en los monstruos que crean hoy los directores de cine; Frankestein resulta un galán y Mister Hyde es apenas un bipolar… Nuestros hijos tienen en la tele la mejor escuela de violencia, de sexo rudo y basura moral que les inoculan las pantallas encendidas indiscriminadamente. -¿Te has fijado que hasta en las películas más inocuas, las palabras vagina y pene son el gran tema? No es que me escandalice, sólo que me parece de mal gusto y además, ¿qué tiempo, qué espacio nos dejan para leer… para pensar? Ya lo ves, ni siquiera encontramos un lugar donde conversar tranquilas". -"Ay amiga, mejor hablemos de Mozart, de libros… A propósito ¿ya leíste "Teoría y práctica de la estupidez?" de Jose Antonio Molina?"

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.