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23 de noviembre de 2013

México no es clasemediero

José Luís Reyna.
El sostenimiento del gasto público gravita sobre los hombros de la clase media, integrada por la mayoría de los habitantes de México y en donde se localiza el sector cautivo de los contribuyentes, con la reforma hacendaria es a este sector al que se sigue castigando en vez de diseñar una política fiscal para gravar a los que más tienen, señala José Luis Reyna en una sus recientes entregas para la sección Acentos de Grupo Milenio.

En las semanas recientes se ha discutido, desde muchos ángulos, la reforma financiera. Se ha dicho que la iniciativa vuelve a castigar al mismo sector cautivo de contribuyentes, en vez de diseñar una política fiscal para gravar a los que más tienen y, a la par de importante, ampliar la base de aquellos que no tributan lo correspondiente: las grandes empresas y sus empresarios, así como el número infinito de trabajadores “informales”. Se ha argumentado que el sector más afectado es el de la clase media. Este segmento social, según muchos, es el sostén de las finanzas del país. La clase alta, que incluye a las grandes empresas, a sus dueños, socios y a una buena parte de los burócratas gubernamentales, tributa menos, proporcionalmente, en comparación con esa clase media. Este país no es mayoritariamente de clase media, pero fiscalmente es la más castigada. En consecuencia, el recargo fiscal será más severo para este segmento social, donde se encuentra la mayoría de los “cautivos”.
Una reforma fiscal de fondo tendría que enfocar sus baterías a la “élite” de nuestra sociedad que, en el peor de los casos, solo pagará 35 por ciento de sus ingresos.
Este país, en su etapa “moderna”, fue diseñado para favorecer al capital y no al trabajo. Si se hace un recuento fiscal del México de la posguerra al presente (desde 1946), puede afirmarse que el gran capital ha sido beneficiado por casi cualquier política pública. No podría decirse lo mismo del resto de la sociedad. Dicha política fue inaugurada por el presidente Alemán (1946-1952), quien, mediante mecanismos fiscales y de otro tipo, contribuyó al enriquecimiento de unos pocos. La demostración de lo anterior es que México sigue siendo un país que intenta remontar, sin mucho éxito, la desigualdad que lo envuelve.
Revísese cuánto pagan de impuestos las grandes empresas en comparación con un empleado mediano: éste paga un impuesto mayor al fisco. La consolidación fiscal es una figura ilustrativa de lo anterior. Este mecanismo, entre otros, ha sido uno de los que ha contribuido, de manera significativa, a acentuar la desigualdad social: en este país pocos ganan mucho y muchos ganan poco: la tributación es un factor explicativo al respecto.
Pese a los avances que haya habido en infraestructura (salud y lo que se quiera), México sigue siendo un país mayoritariamente de clase baja (no todos los miembros de ésta son pobres), de muy pocos ricos y de una incipiente clase media heterogénea, por cierto que, numérica e independientemente del indicador que se utilice, es minoritaria en comparación con la de Argentina, Uruguay o Costa Rica.
Por tanto, decir que se va a gravar más los ingresos de la clase media es una afirmación cierta. Se seguirá manteniendo ese statu quo que favorece a los dueños de los grandes capitales: la clase alta. Para no especular en el vacío, valgan las cifras que proporciona el INEGI y que dicen que solo 39.2 por ciento de la población total del país (cifra de 2010) es de clase media. En contraste, la clase alta es muy pequeña: 1.7 por ciento de la población del país: alrededor de 2 millones de personas. Pero este pequeño grupo detenta 45 por ciento del ingreso nacional. De acuerdo con cifras de la OCDE, la distancia cuantitativa (en términos de ingreso) entre la clase alta y la clase media en este país es de casi 12 veces: brecha abismal.
En contraste, México tiene 59.1 por ciento de la población clasificada como clase baja: alrededor de 72 millones de personas, de las cuales 60 millones son clasificados en algún tipo de pobreza: extrema, alimentaria, etcétera.
Lo anterior sirve para fundamentar que el argumento político de que la reforma fiscal es un agravio para la escasa clase media es cierto. La reforma fiscal está impidiendo el ensanchamiento de este grupo social que es esencial para impulsar el crecimiento económico. Por tanto sigue pendiente que haya una reforma fiscal de fondo, pues al final de cuentas ésta no redistribuye el ingreso, no aligera las cargas fiscales de los que ya pagan y, sobre todo, sigue protegiendo a los que más tienen: los que ganan más de 3 millones al año o 30 millones de dólares: da igual.
Para compensar el problema se acudirá al déficit fiscal, a los gasolinazos, a maquillar el precio del petróleo, como en los tiempos de Echeverría y López Portillo. Este país sigue siendo pobre, de clase baja, con pocos ricos y una clase media escuálida. Falta definir la política pública que logre una mayor equidad social. Pasará, por lo que se ve, mucho tiempo.

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