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19 de noviembre de 2013

Nostalgia del llano

Nostalgia del llano.
José Luís Martínez es el autor de la columna El Santo Oficio, que firma como El Cartujo. En la presente entrega se refiere a su nostalgia del llano lo que resulta pertinente en estos días en que la Selección Mexicana se juega su participación en el campeonato mundial de futbol, a celebrarse el año próximo en Brasil. El Santo Oficio se publica en Milenio Diario.

¡Insensato! El grito resuena por todo el monasterio, aunque solo lo escucha el cartujo. Con tantas cosas graves en la nación, con el gobierno federal como vendaval sin rumbo, con la Secretaría de Cultura del DF a la deriva (la incompetencia de Lucía García Noriega es impresionante), con problemas por todas partes, a él le da por la nostalgia.
No piensa en el llamado —por los propios participantes— narcopremio de poesía, ejemplo de cómo derrochar el dinero en fuegos fatuos cuando, en estados como Coahuila, lo importante sería el trabajo cultural comunitario, a ras de piso, y no los galardones con bolsas millonarias. Tampoco en la escandalosa manera como se ha difuminado la información sobre la violencia en el país, como si por arte de magia hubieran desaparecido la inseguridad, el miedo, los crímenes de cárteles sanguinarios, en ocasiones con la complicidad de autoridades medrosas y corruptas.
Nada de esto pasa por la mente del fraile, tendido bocarriba en su destartalado catre, con la mirada fija en una diligente araña. Impulsado por el nuevo fracaso de la selección mexicana de futbol, el repechaje lo es, piensa en otra cosa: en los días de combate en los llanos de la periferia de la Ciudad de México, en certámenes como el inolvidable Torneo de los Barrios, patrocinado por El Heraldo de México, paradigma de servilismo al gobierno (“Señor Presidente nos sentimos en un cuarto oscuro y solamente usted nos puede dar la luz que necesitamos y señalarnos el camino a seguir”, le escribió Gabriel Alarcón, dueño y director del periódico, a Gustavo Díaz Ordaz el 24 de septiembre de 1968, en pleno movimiento estudiantil), pero también morada de un excelente suplemento cultural dirigido por Luis Spota y de muy buenas secciones de espectáculos y deportes.
En las canchitas de esos llanos, polvosas, pedregosas, infames, se templaba el carácter. Los balones eran de cuero, duros como rocas, y los zapatos parecían diseñados por el Carnicero de Lyon; se podía jugar sin técnica pero nunca sin coraje. De vez en cuando, entre alguno de esos miles de jugadores anónimos surgía un crack para el futbol profesional.
En esas canchas y en las cáscaras callejeras —en las “coladeritas”, sobre todo—, el fraile, ducho en autogoles, conoció las severas lecciones del fracaso, pero también el fuego del espíritu. En su perenne calidad de banquero, admiraba la entrega sin cortapisas de sus amigos, su rechazo a la modorra y no se diga a la resignación.
Muchos años después comprendió su actitud al leer un texto en el cual su admirado Albert Camus, de quien este año celebramos el centenario de su nacimiento, reconoce: “Todo cuando sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al futbol”.
No estaría mal un tour de los seleccionados nacionales por las pocas canchas llaneras aún existentes y la lectura del maravilloso texto del filósofo francés, a ver si aprenden algo.
Queridos cinco lectores, con un abrazo a Ciro Gómez Leyva, El Santo Oficio los colma de bendiciones.
El Señor esté con ustedes. Amén.

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