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23 de junio de 2015

Voto contra la pared

René Delgado Ballesteros
Un día antes del proceso electoral del pasado 7 de junio René Delgado Ballesteros hace la crónica en su columna Sobreaviso de como los gobiernos y los partidos políticos hicieron abuso de los ciudadanos a los que pusieron contra la pared “dispensándoles trato de galopines sin derecho a la propina”. El articulista de grupo Reforma es publicado cada semana en El Siglo de Torreón, de cuya página web se tomó el texto que se puede leer directamente en:

http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1121670.voto-contra-la-pared.html

De la fiesta de la democracia quedan los ceniceros colmados de colillas, los vasos rotos o vacíos y el antifaz caído que ocultaba el cinismo de los dirigentes políticos. Gobiernos y partidos se embriagaron de poder, se les pasaron las copas y, en su locura, pusieron a los votantes contra la pared, dispensándoles trato de galopines sin derecho a la propina.
A quienes se desgarran las vestiduras y se santiguan con la credencial de elector al escuchar críticas a los partidos o cuestionamientos sobre el sentido del voto, bien vale decirles que no se trata de quebrar el binomio partidos-votos, fundamental en el capítulo electoral de toda democracia. No, se trata de contener el agravio cometido hasta el hartazgo, una y otra vez, contra la ciudadanía. Si alguien ha desdibujado el horizonte de la democracia son, justamente, quienes deberían detallarlo, los gobiernos y los partidos. No cumplieron el mandato recibido, pero sí abusaron del poder: no reformaron el régimen, sí despilfarraron el bono extendido por la ciudadanía y, de paso, se llenaron de dinero limpio y sucio los bolsillos.

De la transición política hicieron la juerga; de la alternancia, la negación de la alternativa; y de la consolidación de la democracia, la cruda que ahora les provoca dolor de cabeza. No hay por qué hincarse frente a ellos, creyendo que son la encarnación de la democracia y la civilidad sobre la tierra. Una democracia, además de votos y partidos, requiere de demócratas y, en los partidos establecidos, se cuentan con los dedos.
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Lejos de ampliar y fortalecer libertades y derechos, los restringieron. La libertad de expresión, de tránsito, del trabajo... y, más terrible, se mostraron incapaces de garantizar la vida, la integridad y el patrimonio. Ahora no pueden ni con las elecciones que tanto necesitan.
Al collar de perlas negras cultivadas con esmero por Felipe Calderón -millares de muertos y desaparecidos- y al cual Enrique Peña agrega cuentas, ahora se suman veintiséis homicidios (ver mañana la Revista R) y un extraño suicidio directamente relacionados con el proceso electoral. Si no garantizan la vida y la seguridad de sus candidatos y operadores, ni qué decir de la de sus representados. Con qué cara vienen a pedir el voto si, en su borrachera, abandonaron las urnas en el fango o vertieron sangre sobre ellas.
Vicente Fox hizo de la Presidencia de la República la tarima del comediante disfrazado de ranchero; Felipe Calderón, el cuartel del comisario de la policía, y Enrique Peña no sabe qué hacer con ella. Y las dirigencias partidistas pasaron del juego de ponerse zancadillas al de reconcentrar el poder en ellas sin considerar a sus propias bases, de la política popular o abierta pasaron a la política cupular o cerrada sin mirar el piso social donde hoy resbalan.
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Desde hace quince años, la República carece de gobierno y, en el ejercicio del no poder, creció la enredadera de la impunidad criminal y la pusilanimidad política, trenzando en su nervadura a criminales y políticos sin fijar una clara diferencia entre ellos. Ciertamente se puede distinguir a este o aquel otro cuadro político, pero -por más que se diga- los partidos son muy parecidos. Son unos igualados y ni qué decir de sus satélites.
Impulsaron la democracia de la corrupción, donde la élite política pacta, reparte, negocia y cobra favores bajo un sólido principio de complicidad, con baño de solidaridad entre ellos. La cúpula perredista se esfuerza por explicar cómo es que postuló al alcalde de Iguala, José Luis Abarca, pero ni pío dice del elenco de trácalas y rufianes que, ahora, presenta con credencial de candidatos certificados. Mauricio Toledo, a la cabeza de la troupe. La cúpula panista se sacudió, por fin, el estigma de ser el partido de los mochos para transformarse en el partido de los moches. Y el PRI, el PRI celebra el explicable y súbito enriquecimiento de sus más distinguidos cuadros que, conforme crecen, engrosan sus talegas.
Pretender encontrar en esas dirigencias a modernos socialdemócratas, democristianos o neoliberales-revolucionarios es un chiste malo, contado sobre el ataúd de las expectativas generadas por ellos.
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Salvo contadísimas excepciones, los cuadros principales de los gobiernos y los partidos han puesto contra la pared a los votantes.
No pueden venir con el cuento de encarar una situación inédita, siendo que ellos mismos la construyeron con esmero. No desconocían del grado de violencia y criminalidad que, desde del sexenio de Vicente Fox, asuela a la ciudadanía. No desconocían del grado de descomposición del tejido social que con denuedo se empeñó en deshilvanar Felipe Calderón, quien se manifiesta orgulloso de su obra. No desconocían cómo despilfarraron y se robaron las divisas petroleras, cuando el crudo andaba por los cielos. No desconocían el creciente armamentismo en que iba a derivar el escalamiento de la lucha contra el crimen, fincada exclusivamente en la confrontación con sus compadres. No desconocían el efecto social que acarrearían las reformas estructurales que, hoy, guardan sin vergüenza en los archiveros. No desconocían que diseñar sobre las rodillas la reforma político-electoral produciría un mazacote legislativo difícil de aplicar en el terreno.
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Por todo eso -y sin ignorar el absurdo supuesto en esta conclusión-, es menester ir a las urnas así sea contra la pared. No se trata de premiar el cinismo y la corrupción rampante, sino de castigarlos hasta donde el sufragio lo permite. Se trata de encontrar la aguja en el pajar, en vez de dejarlos pastar felices en el establo de sus delicias, y sacarlos al campo, a la tierra plana, ahí donde la gente vive y se empeña en vislumbrar el futuro que, hoy, gobiernos y partidos le niegan. Se trata de reponer un horizonte distinto al de estos días sin calendario, donde los gobiernos y partidos aseguran que la vida se reduce a un presente continuo.
Es preciso echar mano del voto y los demás recursos que, sin violentar aún más al país, los sacuda hasta hacerlos reconocer que el ejercicio de la ciudadanía no es el de la servidumbre.

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