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5 de diciembre de 2016

Certeza y seguridad

En lo que va del Siglo XXI el gobierno federal no le ha podido dar a los ciudadanos ni seguridad pública ni certeza política, tal es la realidad que padecemos los mexicanos y de lo que nos habla el articulista René Delgado Ballesteros en la entrega de su columna Sobreaviso correspondiente al sábado 15 de octubre del presente año. Delgado es colaborador de varios medios entre otros los pertenecientes a Grupo Reforma, así como El Siglo de Torreón de cuyo portal en internet tomamos el presente texto.
       
Durante dieciséis años, tantos como lleva el siglo, el gobierno no ha podido dar seguridad pública ni certeza política a la ciudadanía. Tan simple y tan grave como eso.
La alternancia del priismo y el panismo en el Poder Ejecutivo no le ha significado a la ciudadanía una alternativa. Gane uno u otro, el resultado final es el de la incertidumbre política y la ausencia de gobierno. Gane uno u otro, la fiesta del crimen persiste, a veces, incluso amenizada por la orquesta de las policías, enajenándole -robándole, podría decirse- a la sociedad hasta la capacidad de asombro frente a la tragedia de cada día.
A ese déficit se agrega otro ingrediente tan nocivo como los otros: la corrupción. La alternancia sin alternativa provoca la voracidad sobre los recursos públicos. Ante la posibilidad de no repetir, la ocasión es una y, entonces, hasta para robar se ha perdido el estilo.
Desde luego, los partidos disocian los problemas, niegan los vasos comunicantes entre ellos. Rechazan que la falta de gobierno favorezca al crimen y, a la vez, genere bandas de funcionarios ansiosos por llenarse los bolsillos.
Hoy, el agravamiento de la situación perfila la crisis sexenal sufrida infinidad de veces.
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El expresidente Ernesto Zedillo detectó, hacia la segunda mitad de su mandato, el problema.
La poco estudiada alternancia en el Poder Legislativo (1997) inauguró la era del gobierno dividido: el Poder Ejecutivo en manos de un partido y el Poder Legislativo en manos de otro u otros partidos. El beneficio supuesto no se dio. La división no arrojó un sano equilibrio entre los poderes y, por lo mismo, se desvaneció la confección de acuerdos que le dieran perspectiva al país, a partir de una acción concertada de gobierno. La inmadurez de los partidos, fortalecidos artificialmente y enriquecidos con las prerrogativas, y la mezquindad de sus dirigentes por encontrar, en la circunstancia, la posibilidad de cristalizar su ambición y aspiración personal, vulneró la hipótesis.
Ese descuadramiento, inserto en la crisis financiera, social y política heredada por el salinismo, desestructuró la política de seguridad y fortaleció al crimen organizado. Ahí encontró su origen la Policía Federal Preventiva, cuyo concepto, diseño y desarrollo original, apenas duró el resto del sexenio zedillista.
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Desvirtuada la oportunidad del gobierno dividido, tres años después se dio la otra alternancia, la
del Poder Ejecutivo.
Giro en la historia nacional que Vicente Fox redujo a una cuestión de turno, sin interesarse en convertir esa alternancia en una alternativa, dando lugar a un nuevo régimen político. Con sacar a los priistas, el viejo régimen resplandecería. No fue así, salieron los priistas, no entraron los panistas y Vicente Fox hizo de la popularidad el colmo de su dicha en Los Pinos, un rancho sin sembradíos.
A su vez, los gobernadores priistas pasaron del sentimiento de orfandad que les dejaba ya no contar con uno de los suyos en la Presidencia de la República al júbilo de ya no tener por qué responder de su actuación a un poder central. Celebraron el neocaciquismo regional y la balcanización de la política. En el desvertebramiento del poder central sin figurar otro, el crimen halló nuevos espacios y, no sólo eso, en más de un gobernador encontró un nuevo socio. Aunado a ello, el factor externo en el campo de la seguridad -el atentado contra las Torres Gemelas- cambió por completo el mapa, la mecánica y la dinámica del crimen nacional y transnacional. Y, además, la voracidad del grupo en turno en el poder se desató. Si permanecer no era seguro, ni modo de perder la oportunidad de enriquecerse.
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Llegó, entonces, el turno de Felipe Calderón.
Un político de talla chica, receloso y desconfiado que, por lo mismo, nunca comprendió por qué llegó a cruzarse al pecho la banda tricolor. Carecía de legitimidad y el crimen organizado, a su parecer, le ofrecía el rostro del enemigo común que, al declararle la guerra, favorecería la unidad nacional en su entorno.
Renunció a la política y se fue a la guerra sin conocer al enemigo, haciendo de la ocurrencia su estrategia; reduciendo la investidura presidencial a la casaca de un comisario, diestro en dar palos de ciego; y haciendo del campo de guerra, laboratorio de ensayos de la DEA. Asumido el rol, ni atención le prestó al súbito enriquecimiento, vaya que había petrodivisas, de más de un colaborador.
Boyante el crimen y la corrupción, ni luces del gobierno.
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La expectativa generada por Enrique Peña Nieto duró poco: dos años a lo sumo.
Después de darse el marco jurídico para emprender las reformas estructurales, el gobierno no sólo no apareció... sino desapareció. No supo esclarecer los señalamientos de corrupción que recaían sobre la cabeza y los miembros de la administración, no supo frenar la violación de los derechos humanos, no supo calibrar la resistencia frente a las reformas y, en el colmo de la adversidad, el entorno económico lo vulneró. Incluso, el logro de cambiar la percepción de la inseguridad se desvaneció ante el peso de la necia realidad.
Hoy, de nuevo, al panorama lo pinta la incertidumbre política, la fiesta del crimen, el hartazgo frente a la corrupción y, algo más, el diseño del recorte presupuestal a partir no sólo de la emergencia económica sino de la urgencia político-electoral en puerta.
El gobierno no aparece y la administración de los problemas se tropieza.
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Resurge el clamor de acotar el crimen y la corrupción, de dar certeza. Dieciséis años después, no pueden responder sacando nuevos o viejos trucos de la chistera del engaño. El país reclama rediseñar el régimen en su conjunto, sólo así se repondrá el horizonte.


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