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17 de noviembre de 2012

Artilugios


Adela CELORIO

Dueña de un estilo para escribir que se podría describir como desparpajado o irreverente Adela Celorio es colaboradora entre otros medios de El Siglo de Torreón y Siglo Nuevo. En los temas que trata a veces instruye, generalmente entretiene y siempre divierte (a mi al menos) por lo que incluyo el presente texto, sin su autorización aunque le pediré permiso para una próxima ocasión en el correo electrónico que aparece al pie de la presente.


A mí que soy improvisadora y espontánea, me irrita la inflexibilidad con que se comportan los artilugios modernos; aunque reconozco que me beneficio (aunque sólo sea a trompicones) de la ubicuidad y la eficiencia con que me permiten moverme en el globalizado mundo de hoy. Disfruto el cotidiano asombro que me producen los correos electrónicos que abro cada mañana sintiendo caracolitos en el ombligo mientras me pregunto como aquella canción de Rafael: ¿Qué pasará qué misterio traerá…? Sólo mi torpeza en el manejo de la tecnología me ha impedido hasta hoy hacerme Facebok-dependiente, pero no tardo en caer porque me está gustando eso de conocer gente nueva y reencontrar tantos viejos amigos. Y ahora que son especie en extinción aquellos teléfonos públicos que (cuando no estaban vandalizados o descompuestos) nos comunicaban por un pesito, ¿cómo prescindir de la multifuncionalidad y hasta de la impertinencia del teléfono móvil? Ahora que me he modernizado resulta Imposible vivir sin Internet que es mi personal bola de cristal, conoce mi pasado y predice mi futuro, resuelve mis dudas de historia y geografía, conoce los secretos de las mejores cocineras y conoce comparte sin discolerías sus mejores recetas de cocina.
Para mí, que nací naci en un mundo elemental, la intensidad que hoy le dan a la vida los artilugios modernos me mantiene en constante frenesí; pero también me incluye en el mundo de los zombis. Todos primer mundistas, todos conectados, todos intercambiando avalanchas de información; pero cada uno solitito en su burbuja cibernética. Ni la hoja del árbol se mueve sin que alguien lo cuelgue en la red. No hay secretos ni privacidad que escape a las cámaras digitales. La velocidad con que Internet nos conecta con el mundo; aun para las mentes más iluminadas hace apenas unos años hubiera sido inimaginable. Consultar a una médium llamada "La Paca" era el método más científico que conocían nuestros políticos para desentrañar misterios y encontrar calaveras desaparecidas.
La gente del diario acudíamos al tumbaburros, como llamaba papá al diccionario. El teléfono (uno sólo para toda la familia y se usaba sólo para lo indispensable) era un señorón que vestido de rigurosa etiqueta nos convocaba desde el pasillo más transitado de la casa. La salsa se hacía en molcajete, el café se filtraba por una coladera de franela, y para sumar y restar, dependiendo de la edad usábamos los dedos o la cabeza. Se compraba sólo lo necesario y se pagaba con dinero porque no existían las tarjetas de crédito. No queda tan lejos en mi recuerdo el tiempo en que antes de las ocho de la noche yo debía entregar personalmente mi colaboración en el periódico UNOmásUNO donde trabajaba por entonces.
Cuando el Querubín me obsequió un novedosísimo "Fax", me pareció tan poco confiable que después de enviar mi trabajo por el aparato, por algún tiempo seguí llevándolo personalmente para asegurarme de que se recibiera. Hoy mis manos se deslizan sobre el teclado de la computadora con la destreza adquirida en las antiquísimas máquinas Remington con que las niñas antiguas aprendíamos mecanografía; y que hoy son piezas de museo. El trabajo de cambiar un párrafo de lugar o corregir un desliz de dedo, implicaba la artesanía de recortar y pegar, o recomenzar varias veces el trabajo. El papel carbón y el corrector, imprescindibles en cualquier escritorio, pasaron a la historia como según dicen -espero no verlo- pasarán los libros impresos sustituidos por las bibliotecas virtuales.
Lo de hoy es mantenerse enchufado: computadoras, tabletas y blackberries, sustituyen al cerebro, a la memoria y a la comunicación cercana y humana; construyendo así, una nueva sociedad, poderosa, globalizada y enloquecida por nuestras propias quimeras. Tenemos el mundo y sus misterios a picar de un botón. Nos adelantamos a las veleidades del clima, conocemos el comportamiento de las Bolsas de Nueva York, de Tokio, y la fecha de nacimiento de Toña la Negra. Con mis artilugios me siento al mando como la bruja Tábata a la que basta mover la nariz para que las cosas sucedan: compro, vendo, investigo, chismeo, soy todopoderosa hasta que una mañana me levanto y no hay café.
Ni la caminadora ni la computadora y ni siquiera la licuadora funcionan porque "se fue la luz". La energía eléctrica, esa fuerza silenciosa que trabaja con discreción y sin alardes y sólo adquiere relevancia cuando falta; se pone al mando. ¡Maldición!, doy vueltas por la casa sin saber qué hacer. De puro aburrimiento decido largarme a la calle sólo para descubrir que ni siquiera puedo salir de la casa porque las puertas de mi garaje son eléctricas. Sin agua para bañarme, sin café y ni siquiera una salsa para mis huevitos del desayuno; porque ni la bomba de agua ni la cafetera funcionan sin electricidad, y ya nadie sabe usar el molcajete; paso en unos minutos de la modernidad a la miseria más absoluta.
adelace2@prodigy.net.mx

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