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13 de febrero de 2013

Política de Segundo Piso



René Delgado
Ballesteros
René Delgado Ballesteros, acucioso analista político autor de la columna Sobreaviso que se publica en varios cotidianos nacionales, entre otros El Siglo de Torreón,  Reforma y los demás de ese grupo editorial comenta en su entrega de hace un par de semanas como los políticos profesionales tienden a privilegiar la política de segundo piso y a dejar en el olvido la de primer piso, aquella que se desarrolla con o sin permiso en la planta baja, o si se prefiere pie a tierra. En la presente entrega Delgado analiza las gestiones de Carlos Salinas de Gortari y Felipe de Jesús Calderón Hinojosa comparándolas con los primeros días de Enrique Peña Nieto.

La tendencia a privilegiar la política de segundo piso -cupular, vestida de casimir y corbata- ha dejado en el olvido la política de primer piso, aquella que se desarrolla con o sin permiso en la planta baja o, si se quiere, pie a tierra.
Felipe de Jesús
Calderón Hinojosa
Los teólogos de la política de segundo piso se fascinan con una idea. La política es un asunto de élite y, según esa doctrina, su virtud es doble: los desacuerdos no se trasminan hacia abajo y los acuerdos se filtran como agua de riego para el bienestar social. La política es materia de profesionales, genios o luminarias que pese a la incomprensión del vulgo, siempre deciden lo mejor para la sociedad. Así y de más en más, el gobierno y los partidos han ido perdiendo vista y oído, hasta desconocer el piso o la bajo alfombra donde están parados y, con frecuencia, movimientos de la más diversa índole los toman por sorpresa y, por lo mismo, las chispas de aquéllos amenazan con incendiar el primer y el segundo pisos de la política, el edificio en su conjunto.
Carlos Salinas de Gortari y Felipe Calderón, de seguro, no acaban de entender por qué su respectiva gestión no tuvo por corona el aplauso y el agradecimiento siendo que, desde su perspectiva, hicieron lo que tenían que hacer en beneficio de quienes los repudian. Broche de plomo, en vez de oro tuvo por cierre su mandato.
Hoy es menester que la élite dirigente entienda de conjunto el edificio de la política y no pierda el piso -en el doble sentido de la expresión. Hay síntomas sociales y económicos de que el entusiasmo provocado por tanto pacto y acuerdo de segundo piso termine en la decepción y desesperación que haga saltar en pedazos, desde el primer piso, el edificio de la política.
***
Carlos Salinas
de Gortari
Este sexenio, la política de segundo piso arrancó con un acierto: en cuestión de días, el gobierno y los partidos reivindicaron a ésta como instrumento de entendimiento y acuerdo entre ellos. Tal fue la denigración de esa herramienta durante el foxismo y el calderonismo que, ahora, una verdad de Perogrullo se presenta como genialidad: los políticos reconocen la política como su instrumento de trabajo.
Una foto no vista durante años, el presidente de la República junto a los dirigentes partidistas estampando su firma en un Pacto, desató con creces el entusiasmo que todo nuevo sexenio suscita. Sin restarle un ápice al mérito supuesto en ese acuerdo, algo de instinto de sobrevivencia obligaba el encuentro, el entendimiento y el acuerdo entre ellos: por un lado, los consabidos poderes fácticos -reconocidos para bien y para mal en el discurso inaugural del gobierno como instancias a someter a los poderes constitucionalmente establecidos- tenían y tienen contra la pared a la élite política. Aunado a ello, las dirigencias de los partidos opositores, panista y perredista, sin consolidarse como tales hacia dentro de sus formaciones, convirtieron su debilidad en fortaleza: apoyarse apoyando al nuevo gobierno.
Ernesto Zedillo
Ponce de León
Todo hasta ahí, junto a otros aciertos del gobierno -reconocimiento de corrientes priistas distintas al peñismo, integración de un gabinete interesante, establecimiento de prioridades de gobierno, acciones efectistas, etcétera-, hizo y ha hecho del entusiasmo sirena de arranque del sexenio. Excepción hecha de Vicente Fox, el entusiasmo no fue sello del arranque de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo ni de Felipe Calderón.
***
Si bien todo cambio de gobierno suscita nuevas expectativas, rapidez y mérito hubo en la nueva administración en transformar la decepción en entusiasmo creciente al menos en el ejercicio de la política de segundo piso. Buena decisión, reivindicar con urgencia a la política como instrumento, reconocer con importancia a la educación como fin.
El problema, sin embargo, no sólo está en el segundo piso. También lo está en la política de primer piso. Desde hace años, el gobierno y los partidos dejaron de ser la representación o la correa de transmisión de anhelos y pesadillas ciudadanas. Redujeron a la ciudadanía a la condición de contribuyente fiscal o elector político, no como su razón de ser. Ni oído ni voz encuentra de continuo la ciudadanía en el Ejecutivo, el Legislativo y los partidos y, entonces, movimientos de acción variopinta se han convertido en su válvula de escape. Movimientos armados y desarmados, organizados y desorganizados, constantes o esporádicos, criminales o civiles, generales o particulares, formales o informales hacen saltar por los aires el supuesto profesionalismo de los políticos: de estadistas en ciernes, de súbito se convierten en inexpertos bomberos que terminan corriendo a apagar este o aquel incendio, obligados a atender lo urgente a costa de lo importante.
Miguel de la
Madrid Hurtado
Si esta vez, el nuevo gobierno y los partidos no pretenden protagonizar el remake de una película muchas veces vista, cuyo final es harto conocido, es menester que hagan política de primer y de segundo pisos, pie a tierra y vista al horizonte, urgente e importante, rápido y con perspectiva.
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Conceptualmente dos asuntos vertebrales del malestar social prevaleciente no acaban de encontrar respuesta cabal en la política de segundo piso: la seguridad y el empleo.
Viejos y nuevos movimientos sociales reaparecen o brotan. La virtual integración de brigadas de autodefensa frente a la inseguridad ya vistas en Michoacán surgen ahora en Guerrero o aparecen como turbas dispuestas al linchamiento en distintos barrios de la capital y otras ciudades de la República. Su demanda es legítima, seguridad; su actuación es desesperada y en extremo peligrosa. Acciones directas juveniles dan cuenta del descreimiento en la política y los políticos y, como visto, tanto en manifestaciones políticas como culturales, advierten la urgencia de darles respuesta importante. La reaparición del zapatismo, sólo diciendo aquí seguimos, es la expresión de un recuerdo, traducido por la política de segundo piso en olvido.
Si en la política de segundo piso se han abierto las cartas señalando a los poderes fácticos que se quiere meter en cintura y se insiste en hacer abstracción de la política de primer piso, cualquier día, la élite dirigente va encontrarse más sola de lo que se encuentra. Ese día el entusiasmo será  convertido en decepción y, al siguiente, la desesperación en acciones imprevistas que, en su combinación, podrían hacer saltar por los aires el primer y el segundo pisos, el edificio en conjunto de la política. Ojalá el gobierno y los partidos no pierdan el piso.

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