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16 de marzo de 2013

El síndrome de la escalera

Adela Celorio 

Bendecir algo tan fortuito como el sexo al que se pertenece, es algo innecesario señala Adela Celorio, colaboradora entre otros medios nacuionales y regionales de El Siglo de Torreón y el suplemento catorcenal Siglo Nuevo. El presente texto corresponde a la entrega del pasado sábado 16 de marzo y la publicamos por considerar el artículo de interés para nuestros seguidores y, porqué como ella, estamos convenciodos de que hombre o mujer, todos tenemos razones para sentirnos bien con el género al que pertenecemos.

Gioconda Belli 
“Las mil y una cosas/ que me hacen sentir mujer todos los días/ por las que me levanto orgullosa/ todas las mañanas/ y bendigo mi sexo". Así escribió Gioconda Belli quien es por cierto una extraordinaria poeta; pero andar bendiciendo algo tan fortuito como la sexualidad me parece innecesario. "Amo ser mujer", dijo una actricita de Televisa. "Soy una mujer plena" dijo otra. "A los cuarenta se puede ser mejor", "Vivir para ser feliz". "Ya no hay pretexto para no rejuvenecer".

Es curioso, nunca he oído a un hombre que sienta la necesidad de afirmarse diciendo esas tonterías. De todo hubo el "Día Internacional de la Mujer", hasta el paquete que ofreció un exclusivo SPA con el precio promocional de siete mil pesos , y que incluía manicure, pedicure, peinado básico, masaje de pies y maquillaje ¡para niñas! El traje de princesa tenía un costo adicional de mil doscientos pesos. "Porque es una forma más de fomentar que las niñas valoren su aspecto físico"; dijo la directora del SPA infantil. A mí que de niña sólo pude jugar a la comidita, los lujos de esas mocosas me provocan las ganas de darles un bofetón.
En un estudio realizado por el Tec de Monterrey y que se basa en entrevistas directas a 25 niñas, algunas de éstas respondieron que "las princesas viven en Monterrey en casas grandes". ¡Faltaba más! Para que luego no se pregunten por qué tantas mujeres siguen esperando al príncipe azul que pague la casa grande.
Sor Juana
Inés de la Cruz 
Como todo en esta vida, la sexualidad se puede disfrutar o sufrir; ahora que si somos medianamente normales, a lo largo de la vida tendremos un poco de ambas cosas; pero nada creo yo como para sentirse orgullosos. Ser hembra es un azar de la naturaleza. La mujer es un fruto maduro de la civilización. Creo que el orgullo y la plenitud que tanto hombres como mujeres podemos experimentar en la vida, es sólo el que nos llega por lo que hemos hecho bien, especialmente por el poco o mucho bien que podemos hacer a los demás. Sor Juana o la madre Teresa, cada una en sus circunstancias, son un ejemplo del bien hacer; y que yo sepa, ellas nunca sintieron orgullo por su sexo.
Yo soy femenina y me siento bien en mi cuerpo. Soy hija, esposa, madre, abuela, y en todos mis roles he tenido lágrimas y también momentos de epifanía. Como cualquier ser humano sin distinción de sexo, he conocido el amor y el desamor, la lealtad y la traición. Aunque la línea fronteriza que separa a los sexos es cada día más laxa y hoy ya ni siquiera la coquetería es privativa de las mujeres; no, no creo en la igualdad. Por el contrario, me encanta la diferencia. Me gustan los hombres, me gusta su fuerza y su olor. Yo no quiero vivir en un mundo de seres iguales sino un mundo equitativo y justo donde cada persona sin importar su sexo, pueda desarrollar su potencial y ocupe el lugar que sea capaz de ganarse. Ellas y ellos consecuentes con la idea de que el cuidado de la familia no es responsabilidad exclusiva de las mujeres.
Desespero por el momento en que no tengamos que gritar al mundo que pare de golpearnos, que pare de maltratarnos. A los golpeadores, a los violadores y a los misóginos los considero un subgénero. Algo que no alcanzó a definirse como ser humano. Digamos que un moñoncito amenazado por el encanto, la intuición y la energía inagotable de las mujeres. A esos muñoncitos sólo puedo desearles que acaben de desarrollarse y haber si algún día logran ser cualquier cosa.
Y bueno, todas estas reflexiones tardías con respecto al Día Internacional de la Mujer que celebramos el pasado ocho de marzo; las escribo hasta hoy porque mis reacciones son lentas y mis respuestas tardías. Porque padezco el "síndrome de la escalera" que consiste en rumiar tardíamente la respuesta que no supe dar en el momento oportuno, y sólo cuando voy de salida se me ocurre: ¡pero por qué no le dije a ese (o esa) imbécil que…! Así estoy yo ahora, rumiando algunas respuestas que se me quedaron atoradas ante el montón de impertinencias y lugares comunes que suscitó el Día Internacional de la Mujer.
El camino de las conquistas femeninas (la universidad, el trabajo remunerado, la participación de la mujer en todos los campos del quehacer humano) ha sido largo, difícil, y aún falta mucho por recorrer. La injusticia y el abuso siguen vigentes y para muestra ahí están las muertas de Juárez, la marginación de las indígenas, los sueldos inferiores… Menos mal que para quien quiera escucharlas, ahí están las voces aleccionadoras de Virginia Woolf, de Simone de Beauvoir, de Hannah Arendt. De Lidia Cacho a quien ni los coscorrones del muñoncito Marín consiguieron callar, y hasta la de Salma Hayek quien se manifestó nada menos que en la ONU, contra la violencia doméstica. Para limitar la libertad sexual de las personas, hoy sólo queda la moralina y la hipocresía. 

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