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22 de julio de 2013

Un día después de mañana

René Delgado Ballesteros
En la entrega de su columna Sobreaviso correspondiente al pasado 6 de julio, René Delgado Ballesteros se ocupó del tema del reciente proceso electoral y a lo que ocurriría un día después, el 8 de julio, señala el colaborador de El Universal “El concurso electoral desarrollado en 14 entidades de la República deja por evidencia que el régimen presidencialista no da para más. El retorno del PRI a Los Pinos no supone la restauración del viejo régimen, donde a la voz del presidente de la República se alineaban los actores políticos. No, no se va a la restauración del viejo régimen, sino al establecimiento de uno peor: aquel donde los actores -en este caso, significado por los gobernadores- advierten en la fractura del poder y su pulverización la oportunidad de asegurar su feudo y adquirir peso en la escena.” Delgado Ballesteros es también colaborador de El Siglo de Torreón y de los periódicos pertenecientes a Grupo Reforma.

Los partidos podrán vanagloriarse o quejarse por el resultado electoral obtenido pero, al amanecer del lunes, tendrán que reconocer el paisaje político después de la batalla.
Quizá, porque hoy cumple su vigésimo quinto aniversario el fraude electoral de 1988, durante la campaña electoral desplegada, candidatos y partidos rindieron sentido homenaje a la efeméride. Al efecto, tres postulados enarbolaron: mostrar la versión posmoderna de las triquiñuelas y las trampas electorales; acreditar la participación del crimen en los comicios; y establecer con orgullo que el interés superior de los partidos es el interés inferior: qué rayos importa la República si se puede tener un municipio o distrito.
En un absurdo contrasentido, la certeza política no sigue a la incertidumbre electoral. No, lo que sigue es el ajuste de cuentas dentro de los partidos según el resultado obtenido y calibrar si hay condiciones o no para sostener el Pacto por México y, por consecuencia, si las reformas estructurales tienen perspectiva.
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El tono y el carácter de la campaña electoral dejan al desnudo una realidad que se puede seguir eludiendo pero que, a la postre, dificultará cada vez más la posibilidad de hacer política, de gobernar y de emprender proyectos.
El concurso electoral desarrollado en 14 entidades de la República deja por evidencia que el régimen presidencialista no da para más. El retorno del PRI a Los Pinos no supone la restauración del viejo régimen, donde a la voz del presidente de la República se alineaban los actores políticos. No, no se va a la restauración del viejo régimen, sino al establecimiento de uno peor: aquel donde los actores -en este caso, significado por los gobernadores- advierten en la fractura del poder y su pulverización la oportunidad de asegurar su feudo y adquirir peso en la escena.
Pensando de buena fe, resultó evidente que la acción del Gobierno federal frente a la intromisión de los gobiernos estatales en el concurso electoral fue insuficiente. Más de un gobernador dejó en claro que los planes y propósitos nacionales no son necesariamente los suyos y, entonces, en la lucha por el poder, el llamado a la civilidad y la legalidad electoral valió tanto como un llamado a misa.
El Gobierno federal no pudo o no quiso dar un golpe sobre la mesa para someter a los gobernadores, y esa omisión exhibió la debilidad que hoy tiene la Presidencia de la República. Si no se diseña y vertebra un nuevo régimen, la desarticulación de los distintos polos de poder que hoy inciden en la política será causa de frustración del proyecto nacional.
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Carlos Salinas de Gortari
45 años del fraude electoral
En el campo de los candidatos y los partidos, el saldo de su desempeño avisa que los viejos vicios y trampas electorales no fueron desterrados, sólo modernizados.
Ya no se reparte dinero, se entregan monederos electrónicos. Ya no hay tacos de votos, sino despensas. Ya no hay encendidos discursos, sino virulentos spots. Ya no hay acarreo, sino apoyo logístico. Ya no hay urnas embarazadas, sino votos in vitro a través de la coacción o la compra. Ya no sólo hay plata, también hay plomo. Ya no hay candidatos formados en la cuna de la doctrina, sino rentables saltimbanquis dispuestos a cambiar de camiseta mientras dan maromas en el aire.
En esto, candidatos y partidos, lejos de subrayar sus diferencias durante la campaña electoral, dejaron ver cuán parecidos son y, en esa medida, anularon la posibilidad de la elección. Da igual a quién se escoja si el producto político es el mismo. La deslealtad de candidatos y partidos con las instituciones electorales es impresionante. Todos recurren a la denuncia de la fechoría del contrario para asentar, oportunamente, la posibilidad de ganar en el Tribunal lo que no conquistan en la urna. Ensucian el proceso electoral lo más posible y, según el resultado, hacen válida o no la denuncia correspondiente, importándoles un bledo cómo desmoronan la credibilidad en el ejercicio electoral.
A los dirigentes partidistas nacionales les está ocurriendo lo mismo que al presidente de la República, tal es la debilidad de su liderazgo que no consiguen articular una política frente a las expresiones estatales de su propio partido. La alianza de la derecha y la izquierda no parte de la intención ni de la convicción de configurar mejores condiciones para concursar en las elecciones, sino de contener a la fuerza tricolor que supuestamente tenían contra las cuerdas. Y, curiosamente, cuando el pragmatismo de su alianza triunfa, sólo consiguen evitar el coronamiento de un priista, pero no del candidato que arroparon porque éste termina por responder a los intereses de su particular capilla.
Es un decir que México tiene partidos nacionales.
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La activa participación del crimen en las elecciones revela que la eventual reducción de las ejecuciones no supone la declinación de la violencia.
En esta campaña electoral fue evidente que la participación del crimen se adelantó al resultado del concurso. Eliminar, secuestrar, amedrentar o comprometer a los candidatos anula anticipadamente el ejercicio cívico de elegir a quien se quiere erigir como autoridad o representante. Antes de llegar a las urnas, el crimen preselecciona a quienes pueden concursar, estableciendo cómo y en favor de qué organización criminal deberán orientar su eventual gobierno o representación.
En este capítulo, los partidos incurren en cierta complicidad. Levantan denuncias y quejas, pero de ahí no pasan. La ambición de ocupar esta plaza o aquel asiento los hace renunciar a la idea de cancelar la elección, ahí, donde hay condiciones para realizarla. En esa medida, su tibia reacción adquiere tintes de complicidad, y la incapacidad del Estado para aplacar la participación del crimen se traduce en impunidad.
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Por absurdo que parezca, la certeza política no sigue a la incertidumbre electoral. El día después de mañana, el lunes, se entrará en una etapa complicada para concretar las metas que el gobierno y los partidos se fijaron supuestamente de común acuerdo. No se pueden operar cambios con mejora si los operados no quieren cambiar.

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