Buscar este blog

12 de septiembre de 2013

En la calle

Roberta Garza.
En la sección Acentos de Milenio Diario Laguna la periodista Roberta Garza originaria de Nuevo León, se refiere en su más reciente entrega a la toma de la calle en el Distrito Federal por parte de los maestros de la CNTE y a la falta de inventiva en las consignas, pues las que se utilizan en sus marchas son las mismas que pronunciaban hace treinta y cuarenta años.

http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9191187

No importa si el medio es radical-chic e integrado solo por periodistas comprometidos o si está enteramente al servicio de la mafia en el poder: a pesar de los teléfonos inteligentes y demás señas de modernidad en las imágenes, el espectador es transportado directamente a 1970. Las consignas son “Abajo las transnacionales y el Banco Mundial”, o clásicos como “Zapata vive, la lucha sigue”, “El pueblo unido jamás será vencido” y “Educación primero al hijo del obrero, educación después al hijo del burgués”, como si en 40 años a nadie se le hubiera ocurrido un nuevo grito de batalla. Los símbolos también son añejos: el uniforme de los quejosos es casi siempre rojinegro, con paliacate al rostro, camisetas del Che, alguna estrella maoísta y, en las mantas, la hoz y el martillo de la extinta Unión Soviética entre escudos gremiales emulando la estética de los grandes nacionalismos de la posguerra.
Pero no culpemos a las formas: el problema de fondo es esa maldita manía de considerar legítimo el dirimir los entuertos a gritos y en las calles, como si la dictadura tricolor no hubiera caído, el IFE no existiera y el Congreso, la policía, la economía, la prensa y demás contrapesos conquistados por muchos mexicanos valerosos y, en su mayoría, muertos, siguieran acatando únicamente al dedo presidencial.
No es asunto de desentenderse de la mezquindad y el oportunismo de nuestra clase política; de la debilidad, el tortuguismo y la falibilidad de nuestras instituciones; de la inopia y la ausencia de juicio crítico del ciudadano mexicano en permanente estado larvario ni de la indefensión del hombre común ante las arbitrariedades de alguna lady o gentleman empoderado por sus palancas, reales o imaginarias. Es asunto de entender que, a pesar de todo lo anterior, han pasado 40 años y hoy es posible —y, a veces, sano— descalificar al Presidente de la República o exhibir las corruptelas de diputados y gobernadores firmando la nota sin que pase nada. Que los políticos que se dicen de izquierda han dejado de ser reprimidos u obligados a la clandestinidad, mostrándose abiertamente tan carroñeros, salvajes y apátridas, aunque quizá un poco más hipócritas, que a quienes ellos señalan con dedo flamígero como de derecha. Que quienes ordenan a sus agremiados marchar bajo amenaza de descuento o de despido no exponen el pellejo más allá de la insolación ni, en la mayoría de los casos, lo hacen porque se ven obligados —entre las excepciones, los familiares de los desaparecidos del Heaven que, si no tapan Reforma tres días después de presentadas las denuncias y habiendo sido enviados una y otra vez al carajo por las autoridades de nuestra capital progresista y de vanguardia, seguirían esperando que les abrieran el caso—, sino como una táctica equivalente a la extorsión que les resulta más rápida y fácil, aunque mucho más onerosa socialmente, que aportar alternativas viables o litigar ante las instancias que marca la ley o, en última instancia, acatarla hasta que pueda ser modificada.
Ante estas recurrentes vejaciones de los procedimientos cotidianos de cualquier estado de derecho pocos levantan una ceja: las reformas se frenarán en las calles, no en el Congreso, dijo en su mitin Rayito, siempre tan amoroso como demócrata. Y sus panegiristas le aplaudieron como si fuera 1970.
Twitter: @robertayque

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.