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2 de septiembre de 2013

Escuela y chatarra

Rodolfo Echeverría Ruiz
El principal problema de salud que existe en México es el ocasionado por la obesidad y la diabetes tal como lo señala en el presente artículo Rodolfo Echeverría Ruiz, el autor es colaborador de varios medios nacionales entre otros El Universal y el texto le fue enviado a Fernando Ramírez López quien nos lo proporcionó para compartirlo, lo que hacemos convencidos de que es en el sistema escolar en donde debe iniciarse el esfuerzo para difundir una nueva cultura de la nutrición, contra el sedentarismo y para erradicar de nuestro consumo los alimentos chatarra.
Lo sabemos aunque lo olvidamos, y eso es parte de un superlativo problema mexicano  cuya solución se encuentra en  las conjuntas manos de  las  secretarías  de  educación,  salud  y  desarrollo  social: en cada  escuela  pública  del país  y  en  la  mayoría  de  las  privadas --primarias, secundarias--  se venden y se consumen sin freno comidas y bebidas chatarra.
Tenemos 28 millones de educandos instalados en 225 mil escuelas básicas. En cada una de ellas funciona una “tiendita” (cooperativa) expendedora de esos mortíferos venenos. Ese casi cuarto de millón de escuelas opera en alrededor de 170 mil planteles durante  diferentes turnos. 
Poderosas empresas nacionales y trasnacionales fabricantes de esa chatarra disponen, gratuitamente, de tan elevado número de puntos de venta distribuidos, de modo estratégico, en todo el territorio nacional.
En esa inmensa cantidad de “tienditas”, las gigantescas,  omnipresentes compañías no enfrentan ningún gasto: no pagan empleados ni alquileres ni luz ni predial ni bodegas ni transportes ni combustibles ni impuestos. En los hechos, la SEP las subsidia. Se trata de un mega negocio escandaloso. La venta de esos nocivos productos representa ganancias estratosféricas para unos cuantos grandes negociantes sin escrúpulos. 
Cautivos, millones de niños, niñas y adolescentes carecen de alternativa alimentaria: cada día consumen altas dosis de productos industrializados engordadores, desencadenantes de diabetes y otras muchas enfermedades provocadas  por el sobrepeso y la obesidad.  
Tan deplorables productos ultrarefinados  son bebidos y engullidos  por los niños en cuyos tiernos cuerpos se inoculan, con criminal y exitosa codicia mercantilista, las substancias artificiales necesarias para convertirlos en diabéticos y obesos, candidatos a todo género de enfermedades cardiovasculares y cerebrovasculares: azúcares en exceso, grasas saturadas, malignos preservativos químicos. Y todo ello presentado a través de extravagantes envolturas y propaganda deliberadamente mentirosa.
Se trata de basura, basura pura  --bautizada con nombres cursis y extranjerizantes--, rebosante de olores, sabores y colores simulados. Eso comen y beben todos los días los niños mexicanos en las escuelas urbanas y rurales.  
Una tarea inaplazable  --y no pequeña por cierto--  de la reforma educativa en cierne, y de los también perentorios cambios en la estructura de la sanidad nacional, consiste, sin duda, en la eliminación completa de esas “tienditas” expendedoras de chatarras envenenadas en las escuelas de todo el país. 
Se trataría de una enérgica acción, legal, democrática, coordinada de manera eficaz entre las autoridades de los tres órdenes de gobierno --compleja, es verdad, pero inaplazable--, destinada a proscribir sin contemplaciones --no a “regular” o a “disminuir” nada más--  la distribución, la venta y el consumo de la comida y la bebida chatarra. Prohíbase, al menos, dentro de los planteles escolares.
Lo anterior no sería suficiente, claro está, pero representaría un decidido paso hacia adelante en el largo camino del cuidado de la salud presente y futura de la niñez mexicana.
Están dados los elementos conformadores del desastre perfecto. La siguiente es la escena protagonizada a diario por millones de niñas y de niños mexicanos: antes del mediodía, ya han deglutido en los patios escolares altas cantidades de chatarras edulcoradas y de grasas reconcentradas.
Por si ello no fuera suficientemente dañino para su salud, durante la tarde, absortos, hipnotizados,  pasan horas y  horas frente a unos televisores cuya programación mayoritaria --también chatarra, también basura-- los obliga a no pensar, a no jugar, a no imaginar, que es lo propio de los niños. En cambio, comen y comen sin límite productos industriales chatarra como los consumidos por ellos mismos durante la mañana en las instalaciones escolares. 
“Los poderes fácticos --dijo en fecha reciente  el secretario del ramo—  han asaltado  la rectoría de la educación”. Y yo añadiría: también la de la salud. Las palabras de Chuayffet describen y denuncian a uno de los más pesados lastres que impiden el libre vuelo de la democracia mexicana.
El niño obeso será, probablemente, adulto obeso. Ciertas enfermedades derivadas de la obesidad --hipertensión  arterial, hiperinsulinemia, diabetes mellitus tipo dos, enfermedades respiratorias como el asma, diversos problemas sicosociales --y no pocos relacionados con el deterioro de la autoestima-- acortan su esperanza de vida en diez años por lo menos. 
Entrelazadas en el esfuerzo, las secretarias de educación, salud y desarrollo social están obligadas a poner en marcha un conjunto de medidas capaces de alcanzar las escalas individuales y comunitarias. Hablo de un poderoso esfuerzo sostenido a través de todo el país. Se trata de reducir la morbilidad y la mortalidad asociadas a una alimentación  insana y a la insuficiente actividad física en las escuelas.
La epidemia no conoce barreras: el sobrepeso y la obesidad también flagelan a las zonas rurales y a la población con menor nivel socioeconómico y educativo. El gobierno debería abstenerse, para siempre y cuanto antes, de distribuir y vender  productos chatarra en las tiendas Diconsa. Cientos y cientos de miles de campesinos e indígenas consumen tan nocivos productos.
Los expertos lo documentan: entre 1980 y 2010 la obesidad durante la niñez se duplicó en México. Ocupamos el cuarto lugar en sobrepeso infantil entre las naciones de la OCDE. 
Los mexicanos tenemos el trágico privilegio de estar situados a la cabeza del consumo de refrescos y chatarras en el mundo.
A finales del gobierno anterior –demasiado tarde-- las secretarias de educación pública y de salud emitieron, de consuno, una regulación especial en materia de chatarras vendidas y consumidas en nuestras escuelas. El diagnóstico ya está elaborado. Y, aunque el gobierno panista no pudo ni supo ni quiso actuar con resolución en ésta como en muchas otras materias, el actual dispone de instrumentos legales nuevos y de voluntad política sobrada. Está obligado a actuar sin dilación.
¿Cuándo y cómo podríamos llegar a la anhelada educación de calidad  --y a la muy distante aún sociedad del conocimiento--  si millones de niñas y de niños enfermarán, de manera irremisible, al deglutir durante años y años comidas y líquidos chatarra durante el tiempo crucial de la maduración de sus cuerpos, sus cerebros, sus intelectos?
Una de las metas irrenunciables de la reforma  educativa deberá consistir en el combate al sobrepeso y a la obesidad prevalecientes entre la población infantil y juvenil del país. La reforma educativa ha de concebirse como piedra angular del avance democrático mexicano. La  educación y la salud son partes esenciales de nuestra democracia. 

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