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7 de octubre de 2013

El 'reventón' de violencia de vándalos y policías

Juan Pablo Becerra Acosta.

¿Quién está detrás de los anarquistas que se complacen en golpear y lesionar a granaderos? se pregunta en su columna Doble fondo el reportero Juan Pablo Becerra Acosta, quien publica los lunes en los medios impresos de Grupo Milenio. El presente texto lo tomamos de la página web de Milenio Diario Laguna.

El martes pasado por la noche me asignaron una croniquita de lo que pudiera ocurrir al día siguiente, durante la marcha por el 45 aniversario de la matanza del 2 de Octubre de 1968 perpetrada en Tlatelolco. “Unos iban de luto y en paz, otros iban de fiesta a golpear, y unos más iban decididos a gasear y macanear indiscriminadamente…”, anoté en mi libreta reporteril unos minutos después de que concluyeron la marcha y el mitin.
Eso fue lo que vi en las calles y avenidas que recorrí desde las tres de la tarde hasta las ocho de la noche. Lo mismo que también grabaron, fotografiaron y consignaron otros compañeros y colegas.
“Encanecidos sus cabellos, con los rostros surcados por arrugas, con voces que se esforzaban por corear consignas, unos seres marchaban en son de luto. Sí, 45 años después ahí estaban de nuevo en las calles, paso a paso, caminando con muchos esfuerzos. Eran los antiguos miembros del Comité de Lucha del 68. Ellos iban de luto, en paz, recordando a sus compañeros caídos. Tras ellos —con ellos— se manifestaban miles de jóvenes estudiantes de la UNAM, del Poli, de universidades privadas, normalistas, ciudadanos comunes, maestros, obreros, todos, también, en paz”, redacté acerca de quienes hacían uso de su derecho a manifestarse sin perturbar a los demás.
“Otros, de pieles juveniles, de miradas furiosas, también de muecas risueñas, de cuerpos espigados, de voces que tronaban en insultos constantes contra policías, gobernantes, periodistas, o quien fuera, iban marchando con rostros semicubiertos, o totalmente encapuchados, armados con piedras, con palos, con proyectiles que extraían de sus mochilas. Ellos iban de fiesta: lo suyo era un festival de enfrentamientos. Lo suyo era apedrear una y otra vez a policías, a mano limpia, o con grandes resorteras. Lo suyo era lanzar bombas molotov, aventar botellas vacías, enfrentarse…”, teclee acerca de los vándalos que provocaron la violencia. Arrebataron teléfonos móviles, una cámara de televisión, una cámara fotográfica, hicieron pedazos un par de comercios (uno de éstos lo saquearon), prendieron en llamas a dos policías (uno de los efectivos era mujer), dispararon cohetones con bazucas caseras. Golpearon con saña a un par de policías. Un fotógrafo y un fotoperiodista también resultaron heridos por sus caricias festivas. Y lo gozaban, de verdad lo gozaban.
“Unos más, los uniformados, con rostros serios, enojados, esperaban. Aguantaban. Pero después, explotaron también: lanzaron piedras, palos, dispararon proyectiles de gases más agresivos que los que usualmente utilizan (muchos fotógrafos, camarógrafos y reporteros terminaban en el piso por la incapacidad respiratoria que provocaban), corretearon a los chavos, encapsularon a algunos y los detuvieron, y a otros más simplemente les propinaron golpes y patadas…”, garabatee sobre las actitudes policiales uniformados y vestidos de civil. Golpearon y patearon también despiadadamente no solo a revoltosos, sino a gente que nada tenía que ver con el reventón de los ultras.
Muy mal esos policías que se excedieron: el Estado está para imponer la ley a secas, sin abusos. Y por supuesto, pésimo también esos chavos que buscan una y otra vez la violencia como método, ¿de qué?...

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