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4 de octubre de 2013

En el lodo

El Trapense.
El Santo Oficio se denomina la columna de José Luís Martínez S. que se publica en medios impresos y de Internet pertenecientes a Grupo Milenio, en la presente entrega se ocupa del affaire entre Laura Bozzo Carmen Aristegui y que concentró la atención mediática, tanto de periódicos y espacios de televisión como de los internautas que navegan en redes sociales como twitter y facebook.

¿Quién te crees, insensato cartujo, para juzgar a seres como Laura Bozzo? ¿Cómo te atreves a sentir asco al escuchar o escribir su nombre? ¿Desconoces sus buenas acciones, su altruismo, su buena fama entre los desheredados de la tierra, muchos de ellos ineludibles aunque mal pagados freaks en sus edificantes programas de televisión?
¿Cómo dudas, atarantado, de su temeridad para descender al infierno de La Pintada, donde estuvo a punto de morir y, lo más grave, se hundió en el fango —y no solo en sentido metafórico, a lo cual ya está acostumbrada?
¿Importa si el gobernador del Estado de México le prestó un helicóptero para viajar a los escenarios de la tragedia en Guerrero, cuando fue “a levantar información para canalizar asistencia”, como explicó en una entrevista con Notimex?
¿Sin ella, cómo nos acercaríamos a la realidad de esas comunidades destrozadas por la furia de Ingrid y Manuel, cómo conoceríamos los saldos de la catástrofe? ¿El inventario lo harían las autoridades locales o federales, alguna ONG? ¿Quién documentaría el horror, acaso los reporteros, esa especie en peligro de extinción? ¿O los rescatistas, o los soldados, o los marinos, o la gente valiente y solidaria pero sin pedigrí de estrella de la televisión?
Laura Bozzo.
¿Quién no comprende la indignación de la Señorita Laura al verse atacada por “asalariados” en redes sociales, en periódicos, en revistas y programas de radio, solo por hacer bien su trabajo? ¿Lo suyo es una farsa, un circo? ¿Quién se lo podría probar cuando la avala una trayectoria ejemplar y su prestigio permanece incólume a pesar de los escándalos inducidos por enemigos incapaces de convocar multitudes y menos aún de dar la vida —de otros— por este país, como lo haría ella de ser necesario?
¿Es repugnante? ¿Quién lo dice? ¿El pueblo? ¿Un monje despistado? ¿Adversarios celosos de su popularidad, de su carisma, de su buen corazón? ¿Alguien duda de su derecho a defenderse con uñas y dientes, con espuma en la boca y ojos desorbitados cuando se siente atacada, vulnerada, incomprendida? ¿Quién en su lugar no haría lo mismo?
Las preguntas se amontonan y las respuestas no llegan. En las redes sociales las críticas se desbordan y la hija predilecta del Callao —la provincia peruana donde nació en 1951— es víctima de toda clase de improperios, de reclamos, de recordatorios de su percudido pasado.
En el monasterio, los prudentes cofrades guardan silencio. Tal vez algunos alojan dudas semejantes a las del amanuense, pero nadie dice nada. Como no lo ha dicho el gobernador Eruviel Ávila, cuyo mutismo no sorprende sino a los ingenuos.
En la soledad, el fraile se desgarra las vestiduras, pero en público se muestra circunspecto por un motivo: no pierde la ilusión de ser convocado al programa de Laura Bozzo para cumplir la penitencia de ser humillado hasta la ignominia, ganarse una limosna y escuchar, aterrado, el grito de ultratumba: “¡Que pase el desgraciado!”.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.

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