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26 de noviembre de 2014

La "renuncia"

Yuriria Sierra es según su perfil de twitter: Conductora de Cadena Tres Noticias, de Imagen Informativa y Reporte 98.5. Columnista de Excélsior. Amante de los libros. Profunda creyente de la risa... En una de sus más recientes colaboraciones para Excélsior se pregunta quién y con qué propósito demanda la renuncia a la presidencia de Enrique Peña Nieto antes del 1 de diciembre del 2014, justo cuando se cumplen dos años de la administración federal… De darse la renuncia del presidente en estos momentos sería obligada la convocatoria a nuevas elecciones, pero si ocurre después del dos de diciembre, la sustitución del mandatario se haría por designación… Esto, lejos de resolver la crisis que vive el país la haría más profunda, por lo que con Yuriria concluyo: “Yo no quiero que renuncie Peña Nieto: yo quiero que Peña Nieto se sienta obligado a construir, de una vez por todas, un verdadero Estado de derecho”.
 
Enrique Peña Nieto
Primero la renuncia de Abarca. Solicitó licencia y se fugó. Más tarde lo atraparon y ya está preso en El Altiplano. Nada cambió. Después la renuncia de Aguirre. No quería, no quería. Pidió licencia. Se fue. Quién sabe dónde ande. Nada cambió. Y luego, la diana cazadora del dolor y la indignación ciudadana apuntaron al único blanco que quedaba a la vista: el Presidente de la República. Y no para pedir castigo a los muy claros responsables del artero crimen de Iguala (asunto que sí le corresponde al Poder Ejecutivo) sino para pedir su renuncia. Ajá, así. En una completa confusión ya no semántica, más bien ontológica, un sector de la población decidió que la “renuncia” de EPN traería de vuelta a los 43 normalistas, los resucitaría, traería de vuelta la paz a Guerrero, terminaría con la presencia del narco en ése y otros tantos estados, y de paso encontrarían a todos los desaparecidos que desde hace década y media han lastimado a miles de familias mexicanas. ¿Que el cargo de Presidente es irrenunciable? No importa, que renuncie, claman (y qué importa que la ley, tampoco en este caso sea observada). ¿Que Peña no tuvo ni vela en la atrocidad cometida en Iguala? No importa: que renuncie, claman (y qué importa que los culpables, intelectuales y materiales ya estén presos). ¿Que lo que sí está probado es que el protegido de AMLO, Lázaro Mazón, era el protector de Abarca? No importa: que renuncie, claman y con más estruendo (que renuncie, que renuncie, que renuncie Peña Nieto, para que nadie toque a su rayito). Y así, se ha construido en este poco más de un mes, una consigna social que, además, se ha convertido en caldo de cultivo para quienes sí tendrían un interés muy específico en que el actual Presidente abortara su proyecto de gobierno. Y para quienes conocen la ley, han intentado llevar al límite (y a contrarreloj) la que consideran su ventana de oportunidad. ¿Por qué? Porque tenían un mes. Y hoy, sólo les quedan ocho días…
El próximo lunes es 1 de diciembre se cumplen los dos primeros años del sexenio de Enrique Peña Nieto. Para algunos (evidentemente, una minoría) de los que han solicitado su dimisión tras los hechos en Ayotzinapa, conocedores del tablero legal, este mes podía ser una oportunidad de oro si la exigencia y la crisis se llevaban al límite. Me explico: según lo que establece la Constitución, en caso de “falta absoluta del Presidente de la República”, como ahí se escribe, si ésta se da en los dos primeros años de mandato (sólo y sólo dentro de los primeros dos años) ocurriría lo siguiente:
Andrés Manuel
López Obrador
Se nombraría a un Presidente interino, mismo que se elegiría en el Congreso de la Unión (erigido en Colegio Electoral) dentro de los 60 días que le seguirían a la “ausencia”. Mientras eso ocurre, el secretario de Gobernación (Miguel Ángel Osorio Chong) asumiría el Poder Ejecutivo aunque de forma limitada, pues no podría hacer cambios dentro del gabinete ni al titular de la PGR sin antes contar con la aprobación de los senadores. Una vez electo por el Congreso, el Presidente interino debe convocar a nuevas elecciones que deberían realizarse en un plazo de entre siete y nueve meses. El nuevo Presidente electo asumiría el cargo siete días después de la elección.
Tomando esto en cuenta, aquellos que piden con fervor su renuncia (a su cargo irrenunciable) tienen menos de una semana para que Peña Nieto viole la ley —por renunciar a su mandato—, si lo que desean es una nueva elección. Aunque habría que pensar también, cuáles serían las posibilidades de candidatos en la elección convocada. El PRI en crisis. El PRD en llamas. Y el PAN totalmente desdibujado. ¿Quién podría? ¿Quién? ¡Ah, claro! López Obrador ya tiene su propio partido.
¿Y si no pasa antes del próximo lunes? En los artículos 84, 85 y 86 de la Constitución se habla del procedimiento que deberá darse en caso de que la “ausencia” llegara en los últimos cuatro años de mandato. Es decir, a partir del 2 de diciembre próximo: todo se hace igual, excepto la nueva elección. El presidente interino nombrado por el Congreso deberá terminar el sexenio al frente del Ejecutivo. Y el Congreso, querido lector, querida lectora, tiene mayoría priista. Saque cuentas, imagine nombres (¿a quién elegirían como interino?). Exigir justicia, exigir combate a la impunidad, exigir fin a las arbitrariedades, no sólo son causas legítimas: es una demanda necesaria, urgente diría yo, en nuestro país, históricamente lastimado por su ausencia. Pero exigir la “renuncia de EPN” es un completo despropósito (para todos los mexicanos que ni enterados están de los términos en los que está redactada nuestra Constitución) por no decir un insospechado favor o una chamba a ciegas a quien sí (o a quienes sí) podrían beneficiarse de tan caótico escenario.
Eso sin mencionar todas las consecuencias que una dimisión tal podría traer consigo: y ahí es cuando no deberíamos olvidar nuestro pasado de crisis económicas. Sólo la última nos costó la huida de capitales al extranjero, la inexistencia de nuevas inversiones, un Fobaproa, muchos suicidios, y tres años para empezar a hablar de “recuperación”. A la crisis política y social se le sumaría una económica, que a su vez se agregaría a esas consecuencias de terremotos económicos anteriores que continuamos arrastrando. Y ahí, sí, no llorarían nomás en la casa de Enrique Peña Nieto: lloraríamos en todas las casas mexicanas por una de las peores decisiones que jamás hubiera tomado alguien.
Los problemas no se acaban con la salida de uno y la llegada de otro (quien sea). ¿O acaso creemos en las varitas mágicas? Más que relevos (esos los votamos cada seis años), lo que necesita México son profundas modificaciones, nuevas estrategias, reglas y condiciones para un país que en esta crisis tiene, paradójicamente, la más grande de las oportunidades para corregir camino en el único terreno en donde todos han resultado casi omisos. Yo no quiero que renuncie Peña Nieto: yo quiero que Peña Nieto se sienta obligado a construir, de una vez por todas, un verdadero Estado de derecho.

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