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21 de agosto de 2013

Resucitando a Lázaro

Roberta Garza
Roberta Garza, colaboradora de los medios impresos de Grupo Milenio desde el año 2000 señala lo trágico que resulta que los mexicanos nos empeñemos en mirar hacia el pasado permaneciendo anclados a las circunstancias de aquel entonces y evitando que la historia ocurra. El comentario es en relación con la Reforma Energética, el Pacto por México y el presidente Enrique Peña Nieto.

Enlace: http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9189273

Es trágico cómo los mexicanos se empeñan en mirar atrás. No que sea deseable ignorar la historia, pero tampoco impedirla: que el parámetro áureo de la discusión sobre la reforma energética sea lo asentado por el presidente Lázaro Cárdenas en los años de la Segunda Guerra lo dice todo. Como en el caso de Felipe Calderón y su guerra contra el narco, la culpa del traspiés retórico viene desde Presidencia: en vez de un sonoro ¡arriba y adelante!, desde Los Pinos se abrió la pelea mediática mirando derechito a 1938; no fuera a ser que si dejara de ponerle copal al Tata fueran a secarse los veneros de Cantarell.
Enrique Peña Nieto
Quizá porque hasta ahora cualquier intento de discutir el tema ha sido recibido con todo menos con inteligencia o lucidez: las vestiduras se rasgan por el mero hecho de preguntar por qué la inversión privada en Pemex es traición a la patria. Sobre todo cuando recordamos que la recién creada empresa de todos los mexicanos comenzó su vida, peleada como estaba con los aliados del imperio a los cuales con razón despojó, exportándole petróleo a la Alemania nazi, y que tanto el ejido que sumió a nuestros campesinos en la miseria y a México en la insuficiencia alimentaria, como el control y la censura de la prensa a través de PIPSA, la paraestatal del papel periódico, fueron encomiendas cardenistas, sin que el hecho por sí solo les confiera infalibilidad o reproche, sino todo lo contrario. Tampoco se entiende la visceral defensa de la equivalencia entre el artículo 27 y los siempre indefinidos valores de izquierda, cuando desde las peores dictaduras rojas como Cuba y Corea del Norte hasta países latinoamericanos practicantes de un socialismo relativamente más moderno, como Brasil, permiten y alientan la inversión privada en petroquímica sin desdoro alguno para su soberanía.
A quien le ha venido de peluches la fallida mercadotecnia presidencial es a Cuauhtémoc Cárdenas, fundador de un PRD del cual se había ausentado desde que el partido fue secuestrado por la pandilla de Rayito; paradójicamente Rosario Robles, también damnificada del tabasqueño, primero secretaria de Gobierno y luego sustituta de Cárdenas en el GDF cuando éste tomó licencia para buscar la Presidencia en el año 2000, trabaja ahora en cuerpo y alma para la administración que propone las reformas que Cárdenas ha dicho no pasarán jamás: el ingeniero, desde el Monumento a la Revolución, ha propuesto en su lugar un documento que, aparte de pedir la autonomía presupuestal de las paraestatales Pemex y CFE —no poca cosa—, no considera necesario ningún cambio más, hablando por el perredismo en pleno, pero también por ese viejo priismo de donde vienen todos ellos y, por lo visto, todos nosotros: 54% de los mexicanos se opone a la inversión privada en Pemex y 65% a la inversión extranjera.
Por todo lo anterior, la cautela presidencial es tan comprensible como será contraproducente; al elegir Peña Nieto comenzar para el Tata, con cariño, su propuesta de reforma energética, ha elegido también una referencia tan extinta y añeja como escabrosa, haciendo del mítico nacionalismo histórico que tan bien le sirvió al tricolor durante siete décadas, y no de las necesidades actuales y futuras del país, su punto de partida y su interlocutor primario. Quizá por ello también sea su tara, o hasta su tumba.
Twitter: @robertayque

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