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21 de agosto de 2013

De dudas, incertidumbre y confusión

René Delgado Ballesteros
En la más reciente entrega de su columna Sobreaviso el analista René Delgado Ballesteros escribe: “Luego del inicio decidido, cierto y claro del gobierno, la ambigüedad comienza a sellar su actuación, no sólo en la reforma energética recién presentada sino también en muchas de sus intenciones y acciones, legislativas y políticas”. Delgado Ballesteros colabora en varios medios nacionales como El Universal y Grupo Reforma, además su columna se publica los sábados en El Siglo de Torreón.

Enlace: http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/903588.sobreaviso.html

Cuando un proyecto de ley se percibe largo, pero no tan largo o corto, pero no tan corto, la conclusión es obvia: el proyecto es ambiguo.
Tal indefinición puede constituir la estrategia para, según el calibre de las reacciones, acortar o alargar el proyecto a modo, haciendo virtud y no vicio de la ambigüedad. El problema es que, de acuerdo con su significado, lo ambiguo puede entenderse de varios modos o admitir distintas interpretaciones y dar, por consiguiente, motivo a dudas, incertidumbre o confusión. Y, justamente, de dudas, incertidumbre y confusión al país le urge salir si quiere remontar su circunstancia.
Luego del inicio decidido, cierto y claro del gobierno, la ambigüedad comienza a sellar su actuación, no sólo en la reforma energética recién presentada sino también en muchas de sus intenciones y acciones, legislativas y políticas.
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Ambiguo es decir, 75 años después, que Lázaro Cárdenas tenía razón sólo porque contempló la participación del sector privado en la industria petrolera.
En esa singular revisión de la historia, los muchachos de Chicago-Atlacomulco ahora ven en la esfinge de Jiquilpan al estadista "modernizador, visionario y pragmático". Nomás falta decir que el Tata Cárdenas fue el primer nacionalista globalifílico del planeta y corear: el-neoliberalismo-y-el-nacionalismo-unidos, jamás-serán-vencidos.
Se entiende la razón propagandística de apoyarse en Lázaro Cárdenas para impulsar la apertura de la industria petrolera al capital privado y, así, hacerle un guiño a la izquierda en el propósito de ayudarle a tragar el bocado. Se entiende, pero no puede ignorarse lo delicado que es reinterpretar la historia de ese modo, porque -además de tergiversarla- caricaturiza a una figura harto emblemática.
Si en el terreno de la fe religiosa no es recomendable jugar con la Virgen de Guadalupe, lo mismo aplica en el terreno de la fe política: jugar con una figura emblemática, como puede ayudar, puede perjudicar.
La raigambre de Lázaro Cárdenas en la iconografía sujeta a veneración nacional deriva no tanto de la hazaña expropiatoria, como de la decisión de marcarle el alto a la intervención de las potencias en el país, en este caso significadas en las petroleras que explotaban el recurso natural y humano. En el imaginario colectivo, Cárdenas reivindicó aquello que a lo largo de la historia siempre significó una derrota o una guerra: la conquista de Tenochtitlán, la pérdida de la mitad del territorio nacional y la tentación de imponerle al país una monarquía importada.
Caricaturizar a Cárdenas y reinterpretar la historia a partir de una visión parcial y ambigua es una apuesta de muy difícil pronóstico.
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Ambiguo también es reivindicar a Lázaro Cárdenas sin explicar lo ocurrido entre 1938 y 2013. ¿Pues qué fue lo que pasó?
El salto al pasado para tomar impulso hacia el futuro implica, además de una contradicción, una omisión cifrada en el eterno problema de la corrupción. Si en la idea de los reneoliberales Cárdenas ahora es el primer globalifílico del planeta, entonces Adolfo López Mateos, el exmandatario que admira el presidente Enrique Peña -ahí la contradicción-, fue el primer globalifóbico del mundo. Si Cárdenas contemplaba abrir la participación del capital privado en la industria petrolera, ¿por qué López Mateos la cerró? La respuesta radica en el alemanismo, marcado por la corrupción que llegó a constituirse en un peligro para el desarrollo de las industrias petrolera y eléctrica, fundamentales para el país.
Si la corrupción fue la causa para cerrar la participación del capital privado en esas industrias, ¿puede el actual gobierno asegurar que ese mal ha sido desterrado o, al menos, neutralizado? No, desde luego. El propio diagnóstico de Pemex presentado en estos días advierte que replantear esa empresa exige sacudirla administrativamente a fondo para, entonces, en condiciones aceptables, ponerla a competir con las privadas. Romper el monopolio y sujetar el campo de la explotación de la energía a la competencia sin sanear a Pemex es tanto como armar una pelea de box llevando a uno de los pugilistas con las manos amarradas.
Quizá por eso, tanto el PRI como el PAN aseguran que no se venderá ni un solo tornillo de Pemex, claro, nomás se le dejará oxidar.
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Ambiguo es decir que no se precipita la reforma energética, sino que se lanza con toda anticipación para debatirla a profundidad.
¿Cómo debatir una reforma de ese calibre si el material disponible es parcial? Parcial porque sólo plantea el qué (la reforma constitucional), pero no el cómo (la reforma reglamentaria). Parcial porque guarda la reforma del régimen fiscal de Pemex para más adelante, cuando se presente el paquete fiscal completo. Parcial porque, aun cuando esboza una tímida reforma administrativa de la empresa, sólo presenta la reforma estructural de la industria. Parcial porque, junto con ese proyecto, se continúan o echan a andar otros de importancia semejante.
En esto, algo curioso. El gobierno advierte que el cambio de régimen fiscal para Petróleos Mexicanos hay que pensarlo como una transición gradual y acompasada, imposible de realizar de hoy para mañana. Sin embargo, el cambio de régimen de industria no hay ni que pensarlo, es una acción urgente y radical, imposible de postergar un solo día. ¿Dónde queda, entonces, la integralidad de la propuesta?
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Ambiguo es urgir la aprobación de la reforma energética, a partir del grave supuesto de la desaceleración económica del país.
En esa lógica, publicado el decreto de la reforma, será cosa de abrir muchas ventanillas para atender con prontitud la supuesta cascada de inversiones ansiosas por entrarle al negocio y, con ello, generar empleos, activar la economía y ser felices ¿Pero, en verdad, sólo por eso la economía no marcha?
En ese rubro, hay varias versiones, pero una destaca. Cuando un gobierno anticipa que va a cambiar las reglas (las leyes) de juego en el campo de las telecomunicaciones, de la educación, de la industria petrolera, de la industria eléctrica, además de reconfigurar y crear algunos institutos y replantear el combate a la corrupción, evidentemente la inversión se frena y desacelera la economía. Es normal, la inversión requiere certeza, certidumbre y claridad para calibrar los riesgos. Dicho en breve, repudia la ambigüedad.
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Puede la ambigüedad ser o no una estrategia, lo evidente es que el presidente Enrique Peña está en una encrucijada fundamental en el curso posterior de su gobierno. A fuego cruzado entre los muchachos de Chicago y los de Atlacomulco, que se parapetan en Jiquilpan.

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