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29 de septiembre de 2013

El mar… y sus tiburones

Adela Celorio.
"Quiero volverte a querer en un atardecer de inquietud tropical". La vista de María Bonita cuando era todavía bonita, jugueteando entre el encaje de las olas, provocaba que el pensamiento de Agustín Lara… lo traicionara. La sorpresa de los clavadistas que en Pie de la Cuesta se arrojan, se arrojan 30 metros en picada, estaba reservada a un turismo muy exclusivo. Acapulco era por entonces una ciudad pequeña, amable. Las siete u ocho horas de mala carretera que lo separaban de la capital, lo hacían casi inaccesible para el turismo masivo. Dice acerca del puerto guerrerense la articulista Adela Celorio, cuyos comentario editoriales se publican entre otros medios en El Siglo de Torreón.

Paraíso, exuberancia, soles y cielos dorados. Atardeceres que estimulan la sensualidad, y el asombro que provoca siempre la vista del mar: "Quiero volverte a querer en un atardecer de inquietud tropical". La vista de María Bonita cuando era todavía bonita, jugueteando entre el encaje de las olas, provocaba que el pensamiento de Agustín Lara… lo traicionara. La sorpresa de los clavadistas que en Pie de la Cuesta se arrojan, se arrojan 30 metros en picada, estaba reservada a un turismo muy exclusivo. Acapulco era por entonces una ciudad pequeña, amable. Las siete u ocho horas de mala carretera que lo separaban de la capital, lo hacían casi inaccesible para el turismo masivo. No así para los privilegiados que durante varios sexenios ostentaron el poder de venderlo y comprarlo a su antojo, amasando las inexplicables fortunas que aún hoy disfrutan sus hijos y los hijos de sus hijos hasta la quinta generación… y las que faltan todavía.
María Bonita.
Para ellos no hubo nunca problema porque ya desde entonces tenían aviones, avionetas y helicópteros a su disposición. Ellos, los políticos de entonces y sus amigos, se adjudicaron las playas, se construyeron palacetes y mansiones, se compraron yates; y ahí siguen sus herederos pasándola de lujo. El mar y sus bravuconerías los respetan. Los huracanes y las tormentas no los afectan. Ellos saben que después de la tempestad viene la calma. Si acaso un poco de limpieza, algo de pintura, tal vez la renovación de la tapicería de las terrazas de sus palacetes.
Mientras tanto se van a Las Vegas o a Nueva York de shopping. Ya volverán cuando el mar se haya sosegado y todo vuelva a estar limpio y bonito. Volverán para el Abierto de Tenis o el próximo concierto de Luismi. Volverán a compartir sus yates con sus compadres y sus queridas (Inolvidable aquella foto de Raúl Salinas de Gortari retozando en su yate con María Bernal montada en sus piernas). Volverán en invierno cuando la calidez del clima y la tibieza del mar les apetezcan de nuevo; aunque el Acapulco que sus padres comercializaron ya no sea el mismo.
Compadrazgos, corruptelas y corrupción, mataron la gallina de los huevos de oro. Hoteles sobre las playas taparon la vista al mar y contaminaron la que fue conocida como la Bahía más bonita del mundo. Se construyó la Autopista del Sol en permanente proceso de reparación por los constantes deslaves que nunca han podido controlar. Después del niño ahogado nos enteramos de que esa autopista no fue planeada. Que se construyó con prisas y sin estudios de suelo para prevenir deslaves y torrenciales de agua.
Y sin embargo, tan hechos a la mala vida, en cuanto se presenta un puentecito los capitalinos emprendemos camino del mar, porque aún con todos los abusos cometidos en su contra, Acapulco no decepciona nunca. O bueno, casi nunca porque en temporada de lluvias las cosas suelen salirse de madre. Los ríos, el mar y hasta las alcantarillas se convierten en rabiosas corrientes que desgajan los cerros, destrozan los puentes e inundan los túneles con su lodo. Lo malo es que la venganza del puerto contra la imprevisión y la corrupción; es despiadada. Lo peor es que siempre afecta a la población más vulnerable. Son los jodidos (Azcárraga Milmo dixit) los que pierden lo poco que tienen, los que con el agua hasta el cogote
se mueren de sed porque no tienen agua para beber, ni cama, ni cobija, ni vasija.
Lo obligado es que en temporada de ciclones, alguno de ellos alcance a nuestras playas. Lo sorprendente es la que una y otra y otra vez, la desgracia se ensañe siempre con los pobres y que los sucesivos gobiernos se den por sorprendidos cada vez que esto sucede.
adelace2@prodigy.net.mx

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