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29 de septiembre de 2013

Refrescos: obesidad y diabetes

Rodolfo Echeverría Ruiz.
Articulista en El UniversalEl Siglo de Torreón y los medios de Grupo Reforma  Rodolfo Echeverría Ruiz empezó a colaborar con el blog por conducto de Fernando Ramírez López. En su texto del 20 de septiembre habla acerca del vergonzoso campeonato mundial de México en el consumo de refrescos embotellados rebosantes de azúcares ultrarrefinados y Coahuila tienen en ese rubro un indiscutible primer sitio, por lo que es campo fértil para padecimientos como la obesidad, la hipertensión y la diabetes.

Nuestro país ostenta el vergonzoso campeonato mundial en lo concerniente al consumo de refrescos embotellados rebosantes de azúcares ultrarrefinados, propiciadores de obesidad e inductores de la mortal diabetes. Ambas epidemias asuelan a México desde hace décadas.
El 8 de septiembre pasado, el Secretario de Hacienda explicó propósitos y razones esenciales de la próxima reforma fiscal.
Ofreció cifras escalofriantes: "México es el segundo país de la OCDE con mayor prevalencia de obesidad al ubicarse ésta en 30% de la población adulta. La prevalencia de obesidad en la población infantil es una señal de que se deben tomar medidas decisivas en el presente para evitar la intensificación de problemas de salud pública en el futuro, pero también una de las mayores contingencias previsibles para las finanzas públicas nacionales".
Como se advierte, el problema alcanza magnitudes superlativas. La Organización Mundial de la Salud nos cataloga como uno de los pueblos víctimas de los mayores índices de obesidad y diabetes. A escala internacional México tiene una de las más altas tasas de mortalidad por causa de esas dos enfermedades cuya virulencia dispara otras muchas más. A mayor consumo de refrescos, es mayor el incremento en los registros de obesidad y de diabetes.
Estamos ante un verdadero desastre.
En su Encuesta Nacional de Ingresos y Gasto en los Hogares, el Inegi nos documenta: una familia de escasos recursos económicos destina 7.5% de sus magros ingresos totales a la compra de refrescos. Las familias de recursos medios gastan 12% en la adquisición de todo género de líquidos embotellados. El gasto más voluminoso corresponde a los refrescos de cola. ¡Llega a 70%!
Por su lado, la Encuesta de Salud y Nutrición (2006) señala: la frecuencia en el consumo de refrescos de cola supera, y con largueza, a la ingestión de agua natural y verduras, leche, frutas y carne. Y, para hacer completa la tragedia, el Instituto Nacional de Salud Pública indica: el gasto en refrescos embotellados aumentó ¡40%! en siete años (1991-1998). Las empresas productoras intentan hacer creer a los indefensos consumidores que sus nocivos productos contienen niveles tolerables o bajos de azúcar y que su ingestión no daña a la salud humana. La mendaz publicidad de los refrescos embotellados se solaza en recomendar su consumo a los deportistas, a los excursionistas, a los bailarines, a los alpinistas y a todos aquellos cuyas aficiones, vocaciones o trabajos se relacionan, de una u otra manera, con la naturaleza ¡y con la salud! La desvergüenza empresarial es inaudita.
Dentro de tan lúgubre cuadro, refulge, como una esperanza, la iniciativa presentada hace varios meses en la Cámara de los Senadores. El documento crea conciencia entre sus integrantes en torno de este asunto primordial para la salud de los mexicanos y propone la configuración de un moderado, pero imprescindible impuesto al consumo de refrescos embotellados. La iniciativa presidencial va en el mismo sentido.
Sería decepcionante que los poderes Ejecutivo y Legislativo se mostraran débiles o claudicaran ante las groseras presiones y los altivos desafíos de las multimillonarias empresas refresqueras y dieran marcha atrás o redujeran hasta extremos risibles la instauración de ese impuesto justiciero cuyo monto a recaudar se destinará a la salud de los mexicanos.
Las empresas del ramo presionan, publican costosos y amenazadores desplegados periodísticos; pagan falaces campañas en radio y cine, televisión e Internet. Inventan patrañas increíbles; esparcen rumores catastrofistas: se atreven a decir que el impuesto sería inflacionario y recesivo; que se perderían miles y miles de empleos; que los trabajadores cañeros sufrirían un golpe demoledor; que la industria azucarera se desmoronaría; que los pobres empobrecerían aún más; que los estanquillos y las modestas misceláneas naufragarían; que... En fin, despliegan y desplegarán toda su inmensa fuerza económica nacional e internacional, todas sus aviesas capacidades para idear y esparcir mentiras descomunales. El poder público no debe doblar las manos. Su responsabilidad es ineludible. La nación vigila.

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