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14 de septiembre de 2013

Naief Yehya y la pornocultura

Verónica Maza Bustamante.

El término porno fue creado para estigmatizar y tanto se ha desgastado, que acabó incorporándose a lo normal al existir comida porno, juguetes porno, ropa porno y una larga sucesión de cosas que forman parte de la cultura pop, le dice en una entrevista Naief Yehya a Verónica Maza Bustamante en una entrevista que se publicó hoy en El Sexódromo, que habitualmente se publica como parte de la sección El Ángel Exterminador en las publicaciones impresas de Grupo Milenio.

Como dice la “regla 49”: si existe, existe como pornografía en la red

México • A Naief Yehya —ingeniero industrial, ensayista, investigador de fenómenos relacionados con la tecnología y el internet, columnista y excelente conversador— lo conocí hace casi una década, cuando publicó su libro Pornografía: sexo mediatizado y pánico moral (reeditado como Pornografía: obsesión sexual y tecnología).
En aquel entonces hablamos sobre cómo la llegada del ciberespacio cambió el panorama cultural de la pornografía, su consumo, sus iconos, sus fronteras y mercado. Diez años después publica Pornocultura. El espectro de la violencia sexualizada en los medios (Tusquets), en donde plantea que la violencia y la transgresión del cuerpo como producto porno cada vez tienen mayor demanda, además de que el narco, la guerra, el cine de arte han adoptado su lenguaje para expresarse.
Tuve la posibilidad de conversar con él y les comparto una parte de nuestra charla.
La pornografía ya no causa pánico por su carga sexual; sin embargo, se han levantado en ella los espantos de la violencia, mencionas en tu libro. ¿En qué momento el porno deja de ser transgresor únicamente por su contenido erótico?
Ilustración: Sandoval.
Cuando se empieza a masificar la pornografía en internet y puedes acceder a ella sin costo y casi sin riesgos. Todas las filias, hasta las más extrañas, las más macabras, están ahí. Si buscas sexo con enanos she/male vestidos de personajes de Star Wars en la punta de un rascacielos por la noche, seguro encontrarás algo. Como dice la “regla 49”: si existe, existe como pornografía en la red.
¿Y cuándo la violencia se une de manera tan brutal a las imágenes que buscan excitar?
No es que haya más violencia en la pornografía, sino que aquellas expresiones de violencia comienzan a estar a flor de piel. Antes tenías que pasar por muchos filtros para acceder a ellas: implicaba pertenecer a ciertos grupos, estar involucrado en determinados rituales, pues estaban muy alejadas del consumidor medio de pornografía y muchísimo muy lejos de aquellos que no la consumen.
“Ahora parece que se acaba de convertir en el infierno, pero es porque es más sencillo asomarse a esa pornografía que es muy oscura. En la historia de la humanidad lo porno comienza con lo más explícito, con el Marqués de Sade, que no sólo hablaba de la exhibición total de los cuerpos, de todas las penetraciones posibles, sino también del desmembramiento, de las prácticas más crueles y brutales como las que hay en Los 120 días de Sodoma, que es su obra maestra.”
Y más adelante tenemos a George Bataille, que sacó esas prácticas de los castillos y los sótanos para llevarlas a plazas públicas.
Eso ha estado con nosotros desde siempre. Lo que pasa es que ahora tenemos juguetes más costosos para hacerlo visible, para ponerlo en escena. Eso quería yo decir al hablar de la violencia en la pornografía.
Es común emplear la palabra “transgresión” para hablar de aquello que alimenta el deseo. Tú mencionas que, ya convertida en algo habitual la parte sexual de la pornografía, se pasa a imágenes más sangrientas y extremas porque la gente siempre va a buscar romper tabúes, ir más allá. Eso quiere decir que los educadores sexuales estamos un paso atrás de algunos pornógrafos: queremos romper tabúes mientras que los que hacen este tipo de material se alimentan de nuevas prohibiciones que les hagan vender su material a aquellos que siempre buscan transgredir.
Tienes toda la razón. La función de la pornografía no es que todo sea aceptable. Supongamos que la sociedad establece un límite entre lo tolerable y lo que no. Lo que transgrede las normas aceptadas por la autoridad, la sociedad, es pornográfico. Y entonces, mientras más estricto se sea con lo que se debe y no se debe ver, será más fácil para quienes lo hacen, generar material violento.
Siempre me ha costado trabajo entender cómo comenzaron a excitarse viendo imágenes de violencia y dolor extremo, sin consenso, aquellos que las consumen.
La noción de que la muerte y la atrocidad se puedan calificar como sexuales siempre está presente como una posibilidad. Yo no digo que la nueva excitación consiste en ver decapitados, pero no tengo duda de que en los nuevos espacios pornográficos se busca crear estímulos relacionados con lo escatológico, lo extremo: decapitados, ejecuciones, atropellados, mutilados.
Estos estímulos siempre han estado flotando en los medios, pero ahora se tiene un acervo inmenso, inagotable de imágenes y la posibilidad de una web interminable. Quizá no es que te excites con eso, pero tu nivel de adrenalina va a aumentar y si lo que ves después es un video pornográfico, llegarás más receptivo al estímulo. Es una cadena de fenómenos que se van enlazando y en el imaginario se va creando un nuevo imperio de lo erótico y lo estimulante.
¿Dónde queda hoy en día la pornografía convencional, donde lo más fuerte es un trío, por ejemplo?
Sigue teniendo muchos seguidores, gente que lo encuentra excitante. Es un gran mercado. Playboy sigue teniendo un gran público. Para mucha gente ver un catálogo de ropa interior de Sears aún es muy excitante.
Nuestro imaginario erótico se va llenando de aquellas imágenes que vimos en la infancia y nos excitaron. Nos pasamos la vida buscando ecos de este imaginario que hemos moldeado.
La pornocultura no solo está en la película tres equis que compras o vez en la red, sino en la publicidad, los noticieros, los videos musicales, las películas y telenovelas, en El blog del narco…
“Pornografía” es un término que se creó para estigmatizar algo. Para decir: “Esto está prohibido”. Pero ahora eso ya se volvió parte de una cultura pop, de un chic provocador. Hay comida porno, hay bienes raíces porno, carros porno. Ya penetró en nuestro lenguaje. Ver niñas vestidas como teiboleras ya no es novedad.
Y las técnicas del close-up, tan propias del porno, son formato diario en la televisión abierta. No sé hasta qué punto impacte —regresando a lo que dijiste sobre el imaginario erótico que se crea desde la infancia— en los niños o adolescentes ver descabezados, colgados y masacres del narcotráfico.
¿Cómo codificas algo erótico? ¿Cómo fue que alguien dijo que las patas de los pianos parecían piernas de mujer y eran altamente estimulantes para los jóvenes, por lo que tenía que ponérseles faldones? La fetichización de las cosas está al alcance de todos, basta que el imaginario sea liberado.
Dices que si la sociedad es cada vez más tolerante nuestro imaginario va a buscar cosas más extremas. Es decir, siempre va a haber algo más allá de lo que podamos aceptar o comprender.
Exacto. Y en muchos términos. Nos habíamos puesto de acuerdo hace algunas décadas para decir que la pornografía era tolerable, poniendo en claro tres certezas: que no podía haber niños, que no se impusieran actos atroces, humillantes, y no convirtiéramos a la muerte en un espectáculo sexual. Pero de repente tenemos un medio, internet, y esas tres certezas se echaron al viento. Todo se vale otra vez.
Tú vives en Estados Unidos, donde hay cierta legalidad. En México está creciendo un colectivo de productores que quieren llenar los huecos que hay en la legislación mexicana respecto al porno. ¿Servirá de algo tener esa base jurídica?
Sí, porque la pornografía también es un mercado laboral y siempre abogaré por que tenga las mejores condiciones posibles. Pero el producto final va a tener que competir en términos de desigualdad con productos hechos en el caos y el baratismo total. Si bien la pornografía femenina está padrísima, no puede ser lo único que haya. A mí, aunque me prenden Cándida Royale y Erika Lust, al final digo con desánimo: “Bue… están bien”.
Pero es que, Naief, tú has visto cosas tremendísimas…
Sí, ya tengo estropeado el chip. Lamentablemente no hay regreso, no puedo olvidar lo que ya vi.
¿Y no tienes pesadillas de vez en cuando?
Ahora ya no; cuando estaba escribiendo el libro me imaginaba que me mataban pero no me moría. Veía cómo me habían clavado cuchillos o me disparaban. Era doblemente atroz.
@draverotika
www.facebook.com/veronicamazab

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