Buscar este blog

15 de octubre de 2013

Más allá del caos

El Trapense.
En El Santo Oficio del pasado domingo, se puede leer: “No puede más, se derrumba, abandona el libro y casi la vida. Rivera Calderón ha crecido y él se ha hecho abuelo. Lo leyó por primera vez, a principios de los noventa, en las páginas de El Nacional con una crónica de lucha libre. Le pareció un desastre, pero también original y divertido. El tema era lo de menos, lo importante era la mirada, el atrevimiento, la irreverencia de ese muchacho de 19 años. La columna de El Cartujo, alter ego de José Luís Martínez S. aparece semanalmente en Dominical Milenio Diario, encartado en Milenio Diario Laguna.

En un momento de extenuación, el cartujo exclama: “¡Cómo pasa el tiempo!”. Lo dice con la joroba a cuestas y los ojos grises, con la frente marchita y los labios partidos. Los años lo han vuelto cachivache, pero nunca, hasta ahora, lo había advertido.
Unas líneas de Fernando Rivera Calderón en la dedicatoria de su libro Diccionario del caos (Taurus, 2013) devienen implacable espejo. “Un abrazo entre dos siglos” —dice Fer y la dentadura del monje castañea mientras las lágrimas ruedan hacia el abismo. “Tú —continúa—, has sido testigo de mis pasos primeros y de mis tropiezos…”.
No puede más, se derrumba, abandona el libro y casi la vida. Rivera Calderón ha crecido y él se ha hecho abuelo. Lo leyó por primera vez, a principios de los noventa, en las páginas de El Nacional con una crónica de lucha libre. Le pareció un desastre, pero también original y divertido. El tema era lo de menos, lo importante era la mirada, el atrevimiento, la irreverencia de ese muchacho de 19 años.
Muy pronto comenzaron a negarle la entrada en las arenas. Sus textos incomodaban a los puristas del pancracio, ese deporte proscrito al circo y no se diga a las payasadas. Se las ingenió para burlar a los vigilantes, quienes al descubrirlo lo echaban a la calle. Sus crónicas se volvieron cada vez más audaces y jocosas. Tenía ya un público cautivo en constante expansión, cuando decidió renunciar para vivir otras aventuras.
Entre ellas la de convertirse en uno de los valores juveniles Bacardí con su grupo El Cuerpo de Cristina (¡vade retro, Satanás!). Antes había hecho radio y nunca dejó de escribir.
Al comenzar la nueva centuria coincidieron en Milenio Diario. El monje llegaba de un largo y autoimpuesto destierro y Rivera Calderón era ya un editor fogueado en varios frentes. No estuvo mucho en el nuevo periódico y sus encuentros se volvieron cada vez más esporádicos. Él se volvió famoso con sus programas de radio, de televisión, con su música; se hizo actor y publicó un libro al alimón con Enrique Hernández Alcázar: El país del Weso. Ahora sorprende con su Diccionario del caos, el único, tal vez, sin orden alfabético. Diseñado por Alejandro Magallanes, es un desbarajuste, una insolencia para los amantes del rigor y las normas —como los cofrades. En él cabe todo, menos la solemnidad y el aburrimiento, como puede verse en los siguientes ejemplos:
Memoria: Versión imaginaria de la historia.
Eternidad: El presente de los vampiros.
Matrimonio: Ritual que comienza y termina con el mismo amor, la misma pasión y diferente persona.
Todo: Esposo de Nada. (Después de su divorcio, Nada se quedó con todo y Todo se quedó con nada).
Sombrero: Accesorio que puesto boca abajo derrama humanos y boca arriba, conejos.
Amor: Emoción cuyo centro está en tu corazón y su circunferencia, en todas partes.
Familia: Accesorio favorito de la televisión.
Ciudad: Lugar donde se encuentran quienes gustan de los desencuentros.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.